LIBROS

«Fractura», en los paisajes desolados de Fukushima

Andrés Neuman ha creado en esta novela un personaje fascinante, el anciano Watanabe, por cuyas venas circula toda la filosofía de la vida, la buena y la mala

El escritor argentino afincado en España Andrés Neuman Isabel Permuy
José María Pozuelo Yvancos

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Vuelve a darnos Andrés Neuman una novela de largo aliento, como ocurrió antes en «El viajero del siglo» (2009). Es una novela en cierto modo coral , pues varias son las voces que narran la vida de su protagonista, un ejecutivo japonés, el señor Watanabe, quien siendo muy niño vio morir a su familia cuando las explosiones de las bombas nucleares de Hiroshima y Nasagaki -de ambas han quedado huellas en su biografía- y ahora le ha tocado vivir, ya anciano y jubilado, el terremoto y tsunami que provocó la gran fuga nuclear de Fukushima , que, por otra parte, quiso el destino que coincidiera con los veinticinco años exactos de la de Chernóbil.

La novela contará la historia de su vida, con cinco narradores . Un narrador externo en tercera persona comienza contando al lector la existencia de claustro, ensimismada, de este señor mayor que ha elegido vivir en el centro de Tokio , solo, ajeno a casi todo, blindado, apenas en contacto con la realidad, salvo sus conexiones a internet. La parte tanto del comienzo como sobre todo el viaje que decide hacer -al final casi de la novela- a los paisajes desolados de las cercanías de Fukushima cuentan entre las mejores páginas que le he leído.

Parece mentira que siendo él un autor tan joven haya sido capaz de meterse en la piel de su personaje.Aquí reside lo mejor

La emoción contenida , los diálogos con los viejos que han quedado en esos pueblos cercanos a la central nuclear, la soberbia descripción del paisaje fantasmal de objetos, casas, barcos, playas, carreteras rotas, pueblos casi deshabitados, está narrado con una mezcla de plasticidad y reflexión, como si la poesía residiera en lo que Watanabe, que es muy parco en la expresión de sus sentimientos, va anidando en sus silencios, en su manera reflexiva y desesperanzada lucidez. La dimensión de artista de Neuman cobra su mayor altura en esta visita a la vejez de su personaje. Parece mentira que siendo él un autor tan joven haya sido capaz de meterse en la piel de su personaje. Aquí reside lo mejor de esta obra, y con solo esas páginas (las iniciales en el apartamento de la capital y el viaje a la región devastada), la novela ya merecía estar en el lugar alto en el que a mi juicio se encuentra.

Historia de mujeres

Es por ello que el lector lamenta que no tenga igual calidad alguna de las narraciones superpuestas o entreveradas de las cuatro mujeres que han tenido relación sentimental con Watanabe, quienes en primera persona van contando la experiencia con él: la primera, el amor estudiantil en París; la segunda, una muy interesante periodista de Nueva York; la tercera, una mujer sarcástica en Buenos Aires y la última, una enfermera en Madrid. Ignoro si por la acumulación o bien porque Carmen, andaluza algo castiza y ciertamente graciosa, es la que viene a romper la tonalidad y el «punctum» dramático que la novela había ido consiguiendo durante el viaje de Watanabe, el caso es que más habría ganado que perdido si las retrospectivas hubieran terminado en Buenos Aires. La idea de esta estructura de planos sucesivos no es en absoluto mala (excepto el pegote mal ensartado del periodista Pinedo). Permite a Neuman tres cosas: decir a Watanabe desde dentro y desde fuera, reflexionar sobre las posibilidades e imposibilidades de las identidades culturales (sobre todo de la cultura japonesa, tan distinta a las occidentales de sus amantes).

Por último, acoge la feliz idea de que la Tierra es un «ontinuum» en que convivimos y padecemos todos , de manera que un terremoto en Valdivia se vive en Japón, y también le abre a un repaso de algunos de los movimientos sociales que han removido el siglo XX y sus terremotos culturales. Asistimos a los albores del sesentayocho parisino, al Nueva York vibrante de la vida cultural y mestiza, también a la transformación social que supone la crisis ya evidente de la cultura de la información, a algunos coletazos de la dictadura argentina y por último a la crisis española .

Hay en esta sucesión de planos un artificio compositivo forzadamente evidente que el lector acepta por la sensibilidad y buen oído de Neuman para calibrar los acentos, los lenguajes, los matices de incomprensión. Pero ya digo, lo mejor es Watanabe, y esa memoria de humanidad que el siglo, con su voracidad economicista, ha fracturado. Al lector llegan con fuerza los trazos y huellas de tal fractura en el rostro y alma de un viejo que alcanzará ser memorable.

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