Anne Hidalgo, alcaldesa de París, y Patrick Modiano (segunda y primero por la derecha) en la inauguración del Paseo Dora Bruder, personaje creado por el premio Nobel
Anne Hidalgo, alcaldesa de París, y Patrick Modiano (segunda y primero por la derecha) en la inauguración del Paseo Dora Bruder, personaje creado por el premio Nobel - Juan Pedro Quiñonero
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Feria del Libro de Madrid, Francia se va de Feria

La Feria del Libro de Madrid, que afronta su último fin de semana, tiene a Francia como país invitado. Una literatura de altísimo nivel plagada de grandes nombres. Aquí los tienen

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El «marketing» comercial internacional, y la industria de los «best sellers», ocultan o impiden conocer con claridad los frondosos rasgos de las literaturas francesas de principios del siglo XXI.

Los dos grandes patriarcas de la literatura francesa de nuestro tiempo, Yves Bonnefoy (1923) y Jean d’Ormesson (1925), son conocidos y apreciados fuera del país por unas élites bien informadas. Sin embargo, sospecho, sus obras respectivas están poco traducidas y, me temo, quedan parcialmente «desplazadas» por un torrente de traducciones donde todo cabe, salvo la más indispensable «jerarquía» cultural básica.

El caso de Bonnefoy quizá sea paradigmático. Él es un muy buen poeta, quizá el escritor francés más importante de nuestro tiempo, con mucho. En el marco de la lírica francesa contemporánea, Bonnefoy ocupa un puesto comparable al de René Char -el penúltimo gran clásico-, junto a Saint-John Perse, entre otros grandes maestros, claro está.

Fiel reflejo

Poco y parcialmente vertido al castellano, el caso de Bonnefoy quizá sea emblemático. Otros de sus compañeros de generación, pienso en André de Bouchet, Jacques Dupin o Philippe Jaccottet, son el fiel reflejo del altísimo nivel de la poesía francesa de finales del siglo XX, «patriarcas» de dos o tres nuevas generaciones de poetas «olvidados» fuera del país, donde los grandes editores ( Gallimard, Flammarion, Laffont-Seghers, entre otros) continúan publicando importantes colecciones de poesía, dirigidas, con frecuencia, por poetas significativos, como Yves Di Manno.

El caso de Jean d’Ormesson es igualmente revelador para intentar comprender los malentendidos e incomprensión que pesan sobre la novela francesa contemporánea más allá de los Pirineos. D’Ormesson quizá sea el novelista francés más importante de nuestro tiempo. Pero solo ha sido vertido al español parcialmente, con un éxito relativo. El conservadurismo olímpico del escritor «choca» de manera inconfesable con los «gustos» y el «canon» de la industria de los «best sellers» y las traducciones.

Casos muy distintos son los de Patrick Modiano y Jean-Marie Gustave Le Clézio. El uno y el otro han sido traducidos, con distinta fortuna. Las primeras traducciones de Modiano al castellano fueron recibidas con un silencio sepulcral. Hasta que su segundo o tercer editor español (Jorge Herralde) relanzó una obra a todas luces indispensable, de la que sigue ignorándose lo esencial. Le Clézio fue traducido desde muy pronto, pero temo que no haya encontrado nunca crítica y público más allá de ciertas élites cosmopolitas.

El «caso Houellebecq»

Entre septiembre y octubre de cada año se publican en París entre 500 y 600 novelas… ¿Es posible hacer una síntesis crítica de ese torrente de novedades, entre las que suelen abundar libros de gran calidad? Autores como Michel Houellebecq y Emmanuel Carrère tienen más allá de Francia cierto éxito de crítica y público. No siempre por las mejores razones.

El talento histriónico de Houellebecq, por ejemplo, quizá sea comparable o muy superior al de su talento estrictamente literario. En Francia, Houellebecq puede escribir cosas muy semejantes a las que dice y escribe Marine Le Pen; pero más allá de los Pirineos ese «paralelismo» pasa «desapercibido». Sin duda, Houellebecq puede escribir horrores contra casi todo, con cierta «alegría» muy volátil. Los musulmanes no le perdonan lo que escribe contra el islam, «jaleados» por católicos y agnósticos, que enmudecen cuando el mismo Houellebecq dice horrores infumables contra la religión cristiana. Ese manejo «hábil» de la «blasfemia» le confiere un «estatuto» comercial «atractivo», en detrimento de un largo rosario de autores más púdicos en el uso y abuso de la palabrería.

Ensayistas como Marc Fumaroli, Jean Clair o Nicolas Baverez están cambiando el rumbo de sus respectivas disciplinas,

Otro tanto ocurre con el gremio de los ensayistas, que fue la tierra prometida del más alto «pensamiento» francés, cuando Sartre y Camus eran los grandes pontífices de una Francia desaparecida. Hoy, autores como Alain Finkielkraut, Bernard-Henri Lévy, Luc Ferry o Michel Onfray son presentados a diestro y siniestro como «filósofos», traducidos con cierto éxito aparente.

En verdad, Finkielkraut se ha especializado en una suerte de ensayo «light», comentando la actualidad desde un ángulo «moderado» o «conservador» que no siempre va mucho más allá de la crítica convencional de la prensa de izquierdas tradicional. Onfray sí intenta profundizar, procurando desmontar viejas figuras de un «panteón» difunto (Freud, el marqués de Sade). Llega al gran público, pero no siempre es aceptado por las élites universitarias. Lo esencial de la obra de Bernard-Henri Lévy está consagrado a su propia persona, puesta en escena con mucho talento cinematográfico. Y Ferry ha terminado escribiendo obras de divulgación para «alcanzar la felicidad».

El más implacable

En otro terreno, muy alejados del gran público, destacan autores de obras de largo aliento. Ensayistas como Marc Fumaroli, Jean Clair o Nicolas Baverez han cambiado o están cambiando el rumbo de sus respectivas disciplinas, con un eco internacional temo que modesto. Fumaroli fue, en su día, el crítico más implacable y feliz del «Estado cultural», la manipulación y degradación de la cultura a través de las burocracias ideológicas (estatales, autonómicas, etcétera) y los «gestores culturales». Ha sido traducido. En vano, me temo. Nadie advierte cómo han crecido las plagas y la podredumbre que él denunciaba.

Jean Clair, como crítico y comisario de exposiciones de alcance histórico (Balthus, los realismos), comenzó hace años algo muy semejante a la reescritura de la Historia del arte contemporáneo, denunciando con vigor el difunto canon de las vanguardias muertas.

Baverez, por su parte, fue el primero de los grandes historiadores que anunció el «declive» de Francia… «Declive» y «ocaso» confirmado, agravado y acelerado desde la publicación de su primer ensayo de referencia. Discípulo y biógrafo de Raymond Aron, Baverez forma parte de una generación de historiadores, ensayistas, sociólogos, demógrafos y geógrafos que están contando la Historia de la nueva Francia del siglo XXI. Una Francia que vive con angustia social y cultural profunda su «declive» en la escena internacional y su metamorfosis «multicultural» o «transcultural» en sus fronteras históricas.

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