Bob Marley es uno de los pocos artistas no británicos ni norteamericanos representados en este libro
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MÚSICA

Dorian Lynskey desgrana la historia de la canción protesta en «33 revoluciones por minuto»

En «33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta», Dorian Lynskey disecciona las composiciones y artistas que a lo largo del siglo XX pusieron voz al desencanto político y social

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Al día siguiente de los atentados de París, un hombre se presentó con un piano delante de la sala de conciertos Bataclán e interpretó «Imagine». Aquello provocó dos tipos de respuesta: los que sintieron una profunda emoción y, quienes, como pudo incluso leerse en algún artículo en la prensa española, detestaron aquella demostración de debilidad frente a la amenaza yihadista. Tal es la capacidad para provocar reacciones encontradas que todavía posee una composición escrita hace 44 años. La letra es bastante insulsa, la melodía es simple, y además Lennon era un tipo de trato bastante desagradable. «La cosa es que no tenía humildad. Lo interesante de muchos cantautores protesta es que tienen conciencia de lo que no saben y cierto interés en gente que no sean ellos mismos.

Mientras que Lennon estaba tan atormentado que siempre escribía sobre sí mismo, salvo en un par de excepciones. Incluso sus canciones políticas eran muy personales. Como «Imagine». Es un gran logro, porque encontró el camino para ser político y personal a la vez».

Este análisis lo realiza Dorian Lynskey, autor de un magnifico libro de casi mil páginas sobre un género hoy en desuso como es la canción protesta. En él realiza un pormenorizado recorrido por los artistas y las circunstancias históricas que provocaron la reacción de esos músicos. Pero las protagonistas son las canciones: cómo surgieron, por qué, en qué momento y cuál fue su impacto, todo ello además desde el punto de vista de un profesional de la crítica musical. «A veces grandes canciones protesta sofisticadas e inteligentes no tienen mucho éxito, y otras muy obvias sí triunfan porque la gente necesitaba esa canción en ese momento determinado».

Éxito improbable

Algo así ocurrió con « Eve of Destruction», cuyo autor, P. F. Sloan, murió la pasada semana: «Tenía 19 años cuando la escribió en una noche en blanco en la que estaba muy enfadado con el mundo, y de algún modo resume el estado de ánimo de los sesenta. «Eve» es hasta un poco torpe, se nota que la persona que la escribió no sabía demasiado de política. Ni siquiera el tío que la cantaba, Barry McGuire, estaba muy comprometido con el mensaje. Gentes como Dylan estaban horrorizados pensando en cómo esta canción adolescente conseguía tal éxito masivo. Pues porque la gente se sentía identificada con el mensaje, y se preguntaban hacia dónde va el mundo. Es una de las maneras extrañas que tiene el pop de funcionar: toda tu carrera queda definida por algo que quizá solo te llevó unas horas hacer».

No habrá otros Dylan o The Clash. Hoy nadie se va a convertir en gran estrella haciendo esto (D. Lynskey)

El viaje contenido en «33 rpm...» comienza en 1939, con Billie Holyday interpretando « Strange Fruit», y con la reacción de incredulidad del público ante la detonación de esta bomba en forma de blues contra la segregación racial. Fue escrita por Abel Meeropol, que se inspiró en la fotografía de dos negros linchados y ahorcados en Indiana. El asunto no daba para la clásica canción coreada por cientos de personas reunidas por una causa. Más bien para un susurro desgarrado, ideal para aquella mujer de aspecto frágil y desamparado, que, como su voz, siempre parecía a punto de romperse. Antes había habido canciones sindicales, antibélicas, himnos religiosos... Pero siempre para ser coreados, no para que un intérprete se las apropiara. A partir de ahí por sus páginas desfilan cientos de nombres, desde los más obvios como Woody Guthrie, Pete Seeger, Bob Dylan, Gil-Scott Heron, Marvin Gaye, Neil Young, The Clash, REM, Public Enemy, Radiohead, Rage Against The Machine... incluso U2 y las megacampañas musicales para recaudar dinero con destino a África. De fuera de Estados Unidos y el Reino Unido, apenas Víctor Jara, Fela Kuti y Bob Marley, y los artistas jamaicanos merecen algún capítulo, aparte de referencias a bandas como la rusa Pussy Riot. Y eso que su autor planeaba «escribir desde el punto de vista de diferentes países: Kenia, Ucrania, Israel… Y sobre todo en el presente. Pero no pude vender esa idea, me dijeron que no tendría suficientes lectores».

Cuestión de género

Una cosa queda clara: todos los géneros, hasta los más improbables, han servido para encauzar el malestar: el folk, el jazz, el funk, el punk, el hip hop, la electrónica... Incluso la música disco (« I was born this way», de Carl Bean, contiene la expresión «Yes, I’m gay»). Los motivos para la rebeldía han sido muchos: la segregación racial, las condiciones laborales, la guerra de Vietnam, Nixon, Thatcher, la degradación de los barrios negros, el feminismo, las reivindicaciones de tipo sexual... Hasta llegar a la antiglobalización y la guerra de Irak. Sin embargo, el libro termina dando el asunto por prácticamente finiquitado: «Espero que os llegara la última versión…». Pues no. «Verás, la primera era más pesimista porque la iba editando en orden cronológico y, cuando llegas a los noventa, parece evidente la decadencia. Se siguen escribiendo canciones protesta, pero no son tan excitantes y poderosas. No se puede comparar con codearse con Luther King o hacer campaña por Mandela. En la segunda edición cambié algo mi conclusión: todavía hay gente enfrentándose a la política, todavía son importantes, aunque no habrá otros Dylan o The Clash. Nadie se va a convertir en una gran estrella haciendo esto».

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