En el Museo ABC se puede disfrutar de «cómo se hizo» «Madama Butterfly» (Edelvives), de Benjamin Lacombe
En el Museo ABC se puede disfrutar de «cómo se hizo» «Madama Butterfly» (Edelvives), de Benjamin Lacombe - abc
arte

¿Por qué lo llaman ilustración cuando quieren decir arte?

La ilustración española está en auge. Sus autores miran ya de tú a tú a los artistas tradicionales. E invaden sus campos. Hablamos con algunos de los protagonistas de los proyectos más recientes en este ámbito

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Existe una fina, muy fina línea que separa arte e ilustración. De hecho, no es extraño descubrir a jóvenes ilustradores en ferias (el «bautismo artístico» de flanKo, por poner un ejemplo, se produjo en la penúltima edición de Room Art Fair), mientras otros muestran el universo de sus viñetas en los centros artísticos (y si se pasan ahora por el Museo ABC podrán disfrutar del «cómo se hizo» de la Madama Butterfly publicado por Edelvives de Benjamin Lacombe, uno de los grandes en este campo en Francia).

En el otro lado de la trinchera, Rosana Antolí, más que reconocida como artista plástica, daba el salto a la novela gráfica la semana pasada con la presentación de su Pareidolia (ediciones DePonent) en Panta Rei (librería madrileña sensibilizada con la disciplina).

Otro nombre propio de estos días, Francesc Ruiz, uno de nuestros representantes en la Bienal de Venecia de 2015, ha flirteado en más de una ocasión con la ilustración y la gráfica, y su comisario, Martí Manen, insinuaba la posibilidad de que fuera lo que terminara metiendo de él en nuestro Pabellón...

No se trata de hacer un dibujín, sino de provocar la sonrisa al cerebro

«La ilustración ha existido siempre, aunque parezca que reparamos ahora en ella. Tal vez antes tenía un punto más artesanal –explica Ricardo Cavolo, uno de nuestros «ilustres» ilustradores más internacionales–. Hace tiempo que dejó de ser la imagen que sustituía a la foto. Sin embargo, ¿tiene algo que la diferencie de un dibujo artístico? Lo dudo. A lo que yo hago lo llamo “ilustración” o “dibujo” en función de si lo destino a una campaña publicitaria o a una galería». Y Cavolo está acostumbrado a enfrentarse a todos los soportes: la pared, el papel, las cartas de un tarot para Fournier, su propia piel...

Del cartel a la batería

De opinión similar es Conrad Roset (1984), un autor que empezó a diseñar en Bellas Artes las Musas que hoy le han reportado un estilo característico y una legión de seguidores: «Es una discusión eterna y absurda. He presentado esta semana mi último libro, Mirabilia, en Barcelona. Sus originales se exponen en La Casa del Libro de Paseo de Gracia. Y todos se refieren a ellos como “obras de arte”. Ahora, cuando enseño el volumen, la gente habla de sus “ilustraciones”. Tengo proyectos en los dos bandos. Quizás lo que les diferencia es que cuando trabajo para un cliente parto de un briefing, aunque yo lo convierta en algo mío».

Bonet: «Según Truffaut, el adversario al que has de convencer es el público»

La mencionada Rosana Antolí (Alicante, 1981) está a favor de «destrozar los límites entre disciplinas»: «A mí me gusta expresarme con todo tipo de herramientas y siempre tuve la idea de hacer una novela gráfica. Cada artista debe aprender a llevar las cosas a su terreno».

Sin ir más lejos, en la pintura hundió sus raíces Paula Bonet (1980), otro referente de la ilustración nacional, que ha arrasado en el último año con Qué hacer cuando en la pantalla aparece «The End» (Lunwerg): «La ilustración tiene mucha más aceptación que la pintura al óleo. Y gracias a mis dibujos puedo hoy vivir de mi trabajo, cosa que no conseguía pintando», admite. Haberse atrevido a dar el paso es lo que la ha convertido en la imagen del documental Five Days to Dance, la ha llevado a participar en la cartelería de los conciertos mexicanos de Vetusta Morla o tunear la batería de Jero Romero en el próximo trabajo de Christina Rosenvinge.

No sólo para niños

Ahora bien, ¿está justificado el auge de la disciplina? La defiende Lacombe (1982): «No creo que tenga tanto que ver con la técnica –Toulouse-Lautrec fue un gran ilustrador–, sino con la sociedad en la que vivimos. Estamos rodeados de imágenes. Fuimos niños que nos educamos sumergidos en libros ilustrados y que ahora, ya adultos, seguimos demandando ilustración. La diferencia es que, llegados a este punto, podemos elegir a nuestros autores».

Caperucita Roja fue la gran valedora de Adolfo Serra. Con un protafolio de este personaje bajo el brazo, intentó convencer del ingenio de sus dibujos a las editoriales, hasta que sonó la flauta de Narval Editores, que los convirtió en su mayor tarjeta de presentación: «El desarrollo de la ilustración viene de que ya no es sólo algo propio de los libros infantiles. Su público es mucho más amplio y ha encontrado acomodo en la publicidad, la cartelería y la prensa (los dos ámbitos en los que él se mueve como pez en el agua. No en vano, es uno de los ilustradores de ABC Cultural). No se trata de hacer un dibujito, sino de narrar de otra forma, de provocarle una sonrisa al cerebro». Serra dará el salto a una galería, la de Mad is Mad, en las próximas semanas.

Los seguidores de los ilustradores en redes sociales se cuentan por miles

Allí también expuso antes flanKo. Curiosamente él no venía del mundo del arte, sino de la arquitectura («fue un parón profesional el que me volcó en el dibujo, que yo había practicado por mi labor». El canario admite no saber dónde se encuentra ahora: «En ferias trabajo en igualdad de condiciones que los artistas, aunque me han acusado de intrusismo». En cualquier caso, para este autor, el creciente interés por la disciplina se debe a que «da pie a un producto más asequible»: «Ha dado lugar a un nuevo tipo de coleccionista. Hay un montón de artistas que me parecen muy sugerentes, pero de los que no me puedo permitir tener algo. Si a ello le unes plataformas como Gunter Gallery o Atelier des Jeunes, la ilustración es algo al alcance de la mano».

Justo en este punto, le da la razón Antolí: «Si algo me ha sorprendido al publicar mi novela gráfica ha sido la reacción de la gente. Se ha acercado el público habitual del arte, pero también muchos más. Y los primeros me decían “¡qué bien porque ya puedo tener algo tuyo!”. Eso es gratificante».

Sumergidos en la red

Pero si algo diferencia a artistas e ilustradores es el uso que los segundos hacen de las redes sociales, un universo en el que los seguidores de estos se cuentan por miles: Más de 300.000 tiene Lacombe en Facebook («crezco en 2.000 a la semana. Es una locura que no me explico»); más de 117.000 Conrad Roset; 253.000 Paula Bonet, a los que suma 12.900 en Twitter; flanKo reconoce que Instagram es un escaparate por el que le han llegado encargos... «Vivimos otros tiempos y el artista tiene que actualizarse –considera Cavolo–. Señores: si no estás en redes, no estás. Y no podemos seguir viviendo de la idea romántica del taller. Ahora el artista sale de noche, va a conciertos y tiene un iPod y un iPhone». Para Bonet, las redes son potentes y eliminan intermediarios. «Eso es muy positivo. Era Truffaut (al que estudia para La Galera) el que decía que los adversarios a los que has de convencer no son la crítica o los productores, sino el público. La red lo facilita».

«Caperucita roja» fue la gran valedora de Adolfo Serra

Benjamin Lacombe entiende el éxito de los ilustradores en internet «porque es más fácil compartir una imagen que un texto. Además, siempre tenemos hambre de más. La ilustración es un lenguaje universal. Nos acompaña desde las cavernas». A Antolí le sorprende que, «pese a la responsabilidad social que tiene el artista, no hayamos sabido usar las redes sociales más que para la autopromoción y no como herramienta para el cambio». Es Roset el que se muestra cauto: «Hay que tener cuidado con las marcas y sus encargos, que lo que quieren es acercarse al pastel de tus seguidores».

Lo que es seguro es que se ha producido un cambio generacional: Aitor Saraiba, Alba Pérez Mansilla, Alex Trochut, Littleisdrawing, Gorka Olmo... «que conviven con los que fueron jóvenes hace años, como Emilio Urberuaga, Noemí Villamuza o Javier Zabala», apostilla Adolfo Serra. Su trabajo es valorado dentro y fuera de nuestras fronteras («el feedback que llega de ferias como la de Bolonia es bueno y somos potencia editorial, con firmas sólidas como Nórdica o Sexto Piso. Ahí tenemos un filón», recuerda este autor). De hecho, los encargos suelen llegar desde el exterior: «Basta con tener Skype y unas nociones de inglés –enumera Roset–. Donde estés es lo de menos».

Ver los comentarios