Algunos cuadros del Prado, como estas pechinas de la cúpula, marcan las dimensiones del convento
Algunos cuadros del Prado, como estas pechinas de la cúpula, marcan las dimensiones del convento - ABC

La reconstitución del Convento de la Trinidad: el gran golpe del arte español del siglo XIX

La Academia de Bellas Artes cumple, después de 180 años, el sueño de un puñado de hombres buenos que no lograron salvar, por culpa de la corrupción política de la época, el arte de los conventos desamortizados. Fue casi «el golpe del siglo»

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Viajemos a 1835. Un puñado de hombres buenos, académicos ilustrados, españoles y progresistas, deciden escribir a la Reina Regente, María Cristina de Borbón, para solicitarle un permiso muy especial y urgente. Juan Álvarez de Mendizábal vuelve a España e impulsa una supresión de los conventos para subastar sus propiedades. Es la desamortización, llamada a cambiar la estructura de la propiedad, generar una clase media y solventar el problema de la deuda –agravado por la guerra contra los carlistas– de una sola jugada. Esos pocos académicos de Bellas Artes son los primeros en pensar: ¿Qué objetos artísticos y bibliotecas hay en los monasterios? ¿Qué se hará con todo eso?

Nadie sabía, muchos eran de clausura. ¿Iba España a pecar de ignorante, a fundir la plata de los cálices, a repartir con venalidad entre extranjeros el legado artístico de siglos? Desde la invasión francesa, el arte español había sido objeto de requisa, rapiña y más tarde de compra o «distracción» con la complicidad de muchas manos untadas a ambos lados de los Pirineos.

Larra dio la noticia

El gran periodista Mariano José de Larra dará la primicia: escucha esa idea, apenas susurrada bajo luz mortecina en los salones académicos y publica como Fígaro un artículo en la revista «Mensajero» ese mismo agosto de 1835: «Conventos españoles. Tesoros artísticos encerrados en ellos». Larra también es liberal, apoya sin ambages la necesidad de la desamortización para desatascar la situación economica y social de España, pero pone el dedo en la llaga: «Los españoles no conocemos ni apreciamos bastantemente acaso los tesoros artísticos que poseemos», dice.

Parece triste que el tiempo le diera la razón. Bien informado como estaba, propone con lucidez insomne y unas gotas de ácida ironía: «¿No pudiera nombrarse una comisión civil, compuesta de hombres probos, y dar un destino más seguro a sus riquezas artísticas y literarias? Con tal de que no fuera una junta y tuviera que juntarse, en cuyo caso correrían el riesgo de llegar un poco tarde».

Ni que decir tiene que una idea tan buena fue aprobada por la Reina en 1836, después de que los académicos le escribieran una carta. Los gobernadores civiles recibieron instrucciones inmediatas –el tiempo apremiaba– para asistirles en ese noble empeño. En pocos meses inventariaron y trasladaron desde conventos de Castilla y de Madrid casi cinco mil obras de gran nivel, que se almacenaron en la Academia durante tres años hasta que se decidió fundar un museo con ellas en el Convento de la Trinidad Calzada de Madrid. Y todos los detalles salen a la luz ahora.

Corruptelas y cacicadas

El Convento de la Trinidad, en una maqueta de Madrid del siglo XVII
El Convento de la Trinidad, en una maqueta de Madrid del siglo XVII - MUSEO DE LA CIUDAD

Conviene adelantar que el gran trabajo de los hombres probos fue rápidamente atropellado por corruptelas y cacicadas ocurridas alrededor de ese museo. Sin embargo, una vez más la historia resulta impredecible y en 2016, pasados 181 años, el sueño de aquellos académicos se hará realidad, gracias a un ambicioso proyecto de investigación que está sacando a la luz papeles olvidados sobre todo lo que ocurrió y que aúna los esfuerzos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (RABASF), el Museo del Prado y la Escuela de Arquitectura de la Politécnica, con la colaboración de entidades como la Biblioteca Nacional.

Bajo el mando de Fernando Terán, director de la RABASF, un selecto equipo coordinado por Itzíar Arana desde la Academia va a restituir digitalmente todo lo que alguna vez fue parte del convento: la biblioteca, las pinturas, estén donde estén; la misma arquitectura del Madrid de Felipe II... La Trinidad, demolido en 1902, será el primero, junto con el de los Dominicos de Atocha, objeto de esta investigación que acaba de comenzar y durará cuatro años. «Eran edificios imponentes y también centros de cultura y de poder durante siglos», señala Arana a ABC.

Solo queda una polvorienta memoria en archivos, papeles que nadie había visto, bibliotecas disueltas y un museo que, tras echar el cierre en 1872, aún enriqueció al Prado con 1.700 obras de arte religioso de diversa calidad, desde Grecos y Van Eyck magníficos a restos degradados de lienzos inútiles. La investigación ha descubierto también cómo fue posible que de las casi 5.000 obras de arte que llegaron a la Trinidad solo quedasen esas 1.700, muchas sin valor.

Viaje de inventario

Itzíar Arana nos habla de 1836, cuando la Academia nombra la comisión que visitará los conventos: el pintor José de Madrazo, el escultor Francisco Elías y Juan Antonio Ribera (que también dirigió el Prado) visitarán los conventos masculinos. Elías y otro académico, Juan Gálvez, van a los femeninos.

En ocasiones tienen que luchar con los inspectores de la amortización, que pugnaban por cualquier obra de arte que tuviera plata que fundir para el erario. Y otras veces la competencia era con la Real Academia de Historia, que aspiraba a quedarse con las bibliotecas de los conventos. También acaban registrando cómo las monjas en algunos conventos vendían cuanto podían ante la perspectiva de ser exclaustradas, puesto que las mujeres no podían ganarse la vida fácilmente en la España de la época.

Los académicos inventarían todo, «para asegurar», entran en las clausuras por primera vez, y «sus inventarios tienen un altísimo valor porque son topográficos, capilla por capilla y constituyen la única descripción que hoy nos queda de cómo eran y cómo estaban entonces» aquellos templos perdidos. Siguen la estela de viajeros ilustrados como Antonio Ponz, peinan sobre todo los monasterios de Ávila y Segovia y otros puntos de Castilla y León. Aunque la mayor parte de las obras proceden de los ricos monasterios de Madrid. No hubo medios para extender el viaje al resto de España, ni hubo tiempo para más. ¿Cuánto se acabó perdiendo en aquel proceso? No se sabe.

En la Academia de Bellas Artes se han encontrado inventarios de 30 conventos. Pero debió haber bastantes más. «Ahora, con este proyecto, queremos recuperar la idea de aquellos hombres ilustrados, para que exista una memoria –explica Arana–. El patrimonio conventual será un caballo de batalla de la Academia porque la misma comisión de monumentos de 1844 sigue funcionando hoy en día». Ese es el valor de una institución, una continuidad que perdura sobre las convulsiones de la historia.

Aquellos informes redactados al visitar los conventos, ennumerando las obras halladas, iluminan un proyecto de alto nivel científico que terminará en una publicación multimedia, y en una recreación virtual para ver cómo era la Trinidad, en qué paredes tenía colgados los cuadros, qué libros formaban su biblioteca... Aquel sueño.

Primero hay que acabar la investigación. La ciencia es meticulosa. Al final habrá incluso una aplicación móvil que permitirá al usuario, estando en la zona, contemplar el monasterio y su entorno tal y como era en el siglo XVII. Para esa recreación son decisivos los viejos papeles rescatados de los archivos y también los cuadros hoy en el Prado: allí están, por ejemplo, las pechinas que ya han permitido reconstruir la dimensión exacta de la cúpula perdida, en los muros virtuales. Estudiar y recrear: una nueva manera de viajar por el tiempo y mirarnos en lo que fuimos y lo que somos. Mejor aún: en lo que pudimos ser.

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