El «Discóbolo negro de Mirón»
El «Discóbolo negro de Mirón» - ISABEL PERMUY

Un nuevo canon del ideal de belleza

El artista Mateo Maté reinterpreta en una exposición 15 obras maestras de la escultura de la Antigüedad con sorprendentes cambios físicos, de sexo, raza y edad

Madrid Actualizado: Guardar
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La palabra canon, que proviene del griego, tiene, según el Diccionario de la RAE, muchas acepciones: regla o precepto, modelo de las características perfectas; en arte, regla de las proporciones de la figura humana conforme al tipo ideal aceptado por los escultores egipcios y griegos; catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos... El canon, entendido bien como modelo ideal de belleza y proporciones perfectas del cuerpo humano, bien como norma de comportamiento moral y social, varía mucho según las épocas, culturas, razas y religiones. No hay un único canon para todos, ni siquiera lo es para siempre.

El artista Mateo Maté (Madrid, 1964) ha cogido el canon y lo ha trastocado de arriba abajo, sin piedad, en su nuevo proyecto, que puede verse en la sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid.

Para ello se ha metido a aprendiz de escultor. Lo hizo en el mejor sitio posible: la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Durante un año, ha trabajado, bajo la tutela del escultor y académico Julio López Hernández (presente ayer en la presentación de la muestra), en el Taller de Vaciados y Reproducciones Artísticas, una de las joyas de la institución. Atesora esculturas en yeso, vaciadas de las más conocidas y apreciadas de la Antigüedad Clásica, incluidas las que trajo Velázquez, en su segundo viaje a Italia, por encargo del Rey Felipe IV.

Irreverente Maté

Allí, Mateo Maté se puso manos a la obra y modeló en escayola 15 obras maestras de la escultura clásica, pero con sutiles modificaciones en el código genético del canon. Así, la «Venus de Milo», uno de los tesoros del Louvre, y el «Doríforo», del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, se mimetizan. El resultado es una Venus con cuerpo masculino de cintura para abajo (atributos sexuales incluidos) y un Doríforo muy masculino solo de cintura para arriba. Otra fusión (casi) imposible es el resultado de unir el «Torso Belvedere», de los Museos Vaticanos, con el «Protomo de Caballo», del British Museum.

El «Apolino», de los Uffizi, y el celebérrimo «Niño de la espina», de los Museos Capitolinos, cambian de sexo. Lo de Apolino se veía venir. No tanto lo del espinario. Un irreverente Maté tiene la osadía de modelar obesos a la Venus de Médici (no cabría en una 38) y al mismísimo Adonis, que no pasaría hoy el test del índice de masa corporal; «embarazar» a la púdica y virginal «Venus del Esquilino», estilizar a Policleto y echarle un puñado de años encima a la inmortal y siempre joven «Venus de Milo». Habrá quien no le perdone nunca este sacrilegio. Los franceses, por mucho que vivan en la era Macron, son muy suyos con sus símbolos. La «Venus de Milo» y el Louvre no se tocan.

Venus hermafroditas y el Discóbolo negro

Pero, más allá de sus Venus hermafroditas, Maté se atreve con algunos cambios cambios de raza: transforma en negra a la blanquísima «Venus» de Canova. Y hace lo propio con el «Discóbolo» de Mirón. Este último tiene un significado muy especial: Hitler estaba obsesionado con esta pieza, que consideraba la encarnación perfecta de la raza aria. Incluso adquirió una versión de esta escultura. Leni Riefenstahl incluyó el «Discóbolo» de Mirón en «Olympia», su documental sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Pero un atleta negro, Jesse Owens, le aguó la fiesta a Hitler.

Mateo Maté hace una reflexión sobre el canon, pero también sobre la copia y la reproducción, en un espacio muy especial. Ha creado en la sala basilical de este edificio, obra del gran arquitecto de Madrid, Antonio Palacios, un laberinto borgiano (delimitado no por setos, sino por cintas de seguridad), metáfora de lo azaroso de la existencia humana. Nos adentramos en él y vamos descubriendo de cerca las «operaciones estéticas» del Dr. Maté, unas más sutiles que otras. En el «Discóbolo negro» apenas ha modificado 20 gramos del rostro, pero el resultado es sorprendente. Confiesa que este trabajo fue, para él, un reto enorme. Nunca había modelado: «Empecé torpemente. Ahora, además de videocarpintero soy escultor», bromea.

Tiranía de la publicidad

Junto a sus 15 creaciones ha incorporado en la exposición otras cinco obras, procedentes del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, que también son copias de obras clásicas: una «Amazona muerta» yace a los pies del impresionante «Cristo crucificado» sin brazos, copia de la obra de Cellini que se conserva en el Monasterio del Escorial. «Un Cristo muy muerto, pero muy humano –advierte Maté–; transmite un gran humanismo». Junto a él, otra escultura que no deja indiferente:«Cadáver de René Chalon», copia de una obra en piedra caliza de Ligier Rihier, del siglo XVI, que se conserva en una iglesia de Francia. Completan el conjunto «Aristóteles» y «Menandro» descabezados. Fernando Castro Flórez, crítico de ABC Cultural y buen conocedor de la obra de Mateo Maté, escribe en el texto del catálogo que el artista «sigue empeñado en subvertir lo convencional. Desciende a las entrañas de lo académico y modifica sus modelos, introduce variaciones mínimas en los “vaciados”, retoca trozos de estatuas para alegorizar nuestra época desquiciada».

En una época donde la tiranía de la publicidad nos dice que tenemos que ser más altos, más delgados, más guapos, más ricos, más famosos (no ha cambiado mucho el canon griego, que idealizaba a la mujer aristócrata), Mateo Maté subvierte el canon y nos dice que hay otros ideales de belleza posibles: la vejez, las mujeres embarazadas, las distintas razas, las personas entradas en carnes... Toda una lección de tolerancia.

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