Ingres, la incansable búsqueda de la perfección

Cita histórica en el Prado, que exhibe excepcionalmente, a partir del próximo día 24, las obras maestras más icónicas del gran pintor francés en una retrospectiva irrepetible que el lunes inaugurará la Reina Doña Letizia

Madrid Actualizado: Guardar
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Su dios era Rafael. Sentía devoción y una fascinación irrefrenable por el maestro italiano. A su vez, él se convirtió en el dios de las vanguardias, con devotos como Picasso, Dalí, Man Ray y Picabia adorándolo por la radicalidad e independencia de su lenguaje pictórico. Jean-Auguste Dominique Ingres buscó incansablemente la perfección, la belleza ideal. Y a los 82 años logró al fin alcanzarla: la atrapó en un mítico lienzo, que es su testamento artístico: «El baño turco» (1862), un cuadro en el que trabajó toda su vida. Una maravillosa sinfonía musical de curvas, luz y color, explica Vincent Pomarède, máximo especialista del maestro francés del XIX, en la que Ingres destruye y reconstruye la forma a través de todos los estados del desnudo femenino.

Cambió el formato cuadrado original por un tondo (obra circular) para enfatizar el voyeurismo. En el centro de la imagen, un desnudo de espaldas que obsesionó a Ingres toda su carrera. Es la bañista de Valpinçon, que pintó por primera vez en 1808 y que repitió una y otra vez en innumerables composiciones. Nunca una espalda trajo tan de cabeza a la Historia del Arte: Man Ray le rindió homenaje en «Le Violon d’Ingres» con su musa, Kiki de Montparnasse, luciendo espina dorsal. Y Picasso, que descubrió «El baño turco» en el Salón de París de 1905, tuvo al verlo una revelación: dos años más tarde nacía «Las señoritas de Aviñón»... y el arte moderno.

Horas después de los atentados terroristas de París cruzaba la frontera franco-española el último camión con excepcionales préstamos para la histórica exposición de Ingres en el Prado (incluido «El baño turco»), que el lunes inaugurará la Reina Doña Letizia y el martes abrirá sus puertas al público. Son muchas las razones que convierten esta cita en irrepetible. Las obras maestras del pintor francés son tesoros nacionales, iconos que apenas salen del país. Tanto el Louvre como el museo del artista en Montauban, su ciudad natal –allí está enterrado Azaña–, no han escatimado en los préstamos. Tampoco, instituciones como la Frick Collection, el Metropolitan o los Uffizi. Ha viajado a Madrid el mejor Ingres. Y, teniendo en cuenta que no hay obra suya en las colecciones públicas de nuestro país, la visita a la muestra resulta ineludible. Nadie es perfecto. Ni siquiera el Prado, dice Miguel Falomir, su director adjunto:«Gracias a exposiciones temporales como ésta, el museo puede paliar sus lagunas». [ Vea aquí una fotogalería de sus mejores obras]

Pero, ¿por qué es Ingres un mito en la Historia del Arte? Pese a su formación académica, primero con su padre y luego en el taller de Jacques-Louis David, su fascinación por la Antigüedad grecolatina y el aire neoclásico, realista y romántico que exhala su pintura, supo renovar y modernizar géneros tradicionales como el retrato, el desnudo y la pintura de historia con una audacia que le ha llevado a ser una figura cumbre de la pintura europea del XIX. «Es un inmenso artista. Su pintura no es académica y fría, sino apasionada y original», advierte Pomarède, comisario de la exposición. Por parte del Prado ha trabajado con él en este proyecto Carlos González Navarro, quien añade que Ingres «acuñó su propio lenguaje artístico».

Detestaba hacer retratos pero, paradójicamente, fueron los que le dieron fama universal. Volvía a ellos siempre y son el hilo conductor de la exposición. Cuelga en el Prado una soberbia galería. Posaron para él amigos como Jean-François Gilibert; familiares como su esposa, Madeleine; colegas como el pintor François-Marius Granet; lo más granado de la alta sociedad francesa (Madame Rivière)... y hasta el mismísimo Napoleón, presente en dos soberbios retratos: uno como primer cónsul y, el segundo, ya como emperador, sentado en su trono y rodeado de toda la iconografía imperial. No cabe en este majestuoso lienzo un símbolo de poder más. Cedido por el Louvre al Museo del Ejército, es un tesoro de Francia, país que en estos momentos tan duros recurre a la grandeur de su Historia y al orgullo galo, Marsellesa incluida. El director del Prado, Miguel Zugaza, expresaba ayer públicamente la admiración de los españoles «por este gran país y nuestra solidaridad en días tan difíciles para todos los europeos».

Patrocinada por la Fundación AXA, esta primera monográfica de Ingres en España reúne más de 60 obras, entre ellas 14 procedentes del Museo Ingres de Montauban. Como contraprestación, el Prado le ha cedido once retratos españoles. Ingres legó a su ciudad natal más de 4.500 dibujos, 40 óleos, su biblioteca y su colección de arte. En el recorrido hallamos más retratos geniales, como el del escritor y periodista Louis-François Bertin. Lo retrató en pleno debate, en el momento en que escucha a su interlocutor anónimo. Supo reflejar en él toda la psicología del personaje. Dicen que era todo un carácter, como el propio Ingres. No se pierdan un detalle: en la madera del sillón se refleja una ventana. En la misma sala, el retrato de Madame Marcotte, una dama a la que, al parecer, no soportaba el pintor. A punto estuvo de perder la paciencia y no acabar el cuadro. No faltan en la muestra espléndidos ejemplos de sus pinturas religiosas y de historia, géneros que también modernizó: «Edipo y la esfinge», «El sueño de Ossian», «Juana de Arco en la coronación de Carlos VII», «La Virgen adorando la Sagrada Forma»...

Maestro del dibujo

Pero fue el desnudo donde esa renovación fue más evidente. «Ingres creó melodías a través del cuerpo femenino», apunta Pomarède. Lo hizo en su «Gran Odalisca», obra maestra del Louvre, donde inventa formas, posturas... Cada centímetro cuadrado de este lienzo, que supuso un escándalo en la época, destila sensualidad y erotismo. A su lado, una versión en grisalla y un precioso dibujo. Es un boceto doble para la «Gran Odalisca»: arriba, el cuerpo real; abajo, el idealizado. Ingres fue un dibujante excepcional. «Si Dios fuera pintor –escribió Degas–, tendría sin duda el genio de Leonardo, la dulzura de Rafael, la fuerza de Miguel Ángel o el color de Delacroix. Pero lo que es seguro es que tendría el dibujo de Ingres». En la misma sala cuelga otra obra maestra del desnudo ingresiano:«Ruggiero libera a Angelica», junto a dibujos preparatorios.

La influencia de Ingres en la pintura española fue enorme. En el taller de David coincidió con Álvarez Cubero, Aparicio y José de Madrazo. La huella de Ingres en Federico, hijo de Madrazo, es muy evidente. Aunque el pintor francés escribió que comparar a su amado Rafael con Velázquez o Murillo era «un amor monstruoso», advierte Carlos González Navarro que «en su corazón hubo un lugar especial para Velázquez».

En la última sala cuelgan tres de sus mejores y más célebres retratos femeninos, cumbre de su carrera: dos de Madame Moitessier y otro de la condesa de Haussonville, obra maestra de la Frick Collection de Nueva York. Retratos de una gran sensualidad en los que juega a placer con los colores y en los que toman protagonismo los accesorios del confort burgués: las telas, las joyas..., haciendo gala de su virtuosismo. En dos de ellos la modelo se refleja en el espejo. Nos despide al final de la muestra el propio Ingres en un estupendo autorretrato a los 78 años, clavándonos la mirada, soberbia y orgullosa, de quien sabe que volvió los ojos al pasado para adelantarse al futuro.

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