Hasta su ruptura con la URSS en 1948, la Yugoslavia de Tito había sido un aliado difícil y demasiado independiente para los planes de Stalin en el Este de Europa
Hasta su ruptura con la URSS en 1948, la Yugoslavia de Tito había sido un aliado difícil y demasiado independiente para los planes de Stalin en el Este de Europa
la larga guerra del siglo xx. La guerra fría (XLV)

El comunismo se hace con la Europa Oriental

Todos los países bajo ocupación soviética se convierten en Repúblicas Populares. Albania, Yugoslavia, Bulgaria... Gobierno tras gobierno, todos fueron cayendo bajo la autoridad de Moscú.

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Ya en 1944, cuando tras la Ope­ración Bagration sus tropas se extienden con rapidez por to­da la Europa Oriental, Stalin planea­ba la formación de un «cordón sani­tario» con los países recién conquis­tados, creando regímenes políticos afines al suyo y subordinados a las decisiones de Moscú. Con tal plantea­miento, el terreno estaba abonado pa­ra que los partidos comunistas de to­dos esos países comenzasen su ascen­so al poder, empleando todos los mé­todos a su alcance para conseguirlo.

Ministerios

El guión que se siguió re­sultó similar en todas partes. Con la cobertura de las autoridades soviéti­cas de ocupación (el NKVD y el Ejér­cito Rojo), los minúsculos partidos comunistas de esos países comenza­ron a medrar —el Partido Comunista Rumano, por ejemplo, pasó de alre­dedor de 1.000 afiliados a un millón en cuatro años—.

Pronto accederán por primera vez a gobiernos de coa­lición presididos por no comunistas, pero procurando obtener en ellos las carteras que les proporcionarían un verdadero poder.

Así, el ministerio del Interior les permitía dominar las fuerzas del orden encargadas de la re­presión, infiltrando en ellas a sus mili­tantes. Con el ministerio de Justicia en sus manos era posible controlar a los jueces y depurar de «elementos fascis­tas» la administración —en Bulgaria, los Tribunales Populares habían juz­gado a 11.122 individuos cuando aca­bó la guerra, de los que condenaron a muerte a una cuarta parte, aunque la cifra extraoficial de ejecuciones pudo haber llegado a las 18.000 personas—. Desde el ministerio de Agricultura podían promover la reforma agraria para ganarse a los campesinos sin tierras. El control de la industria y los transportes, infiltrándose en sindica­tos y comités de empresa, les permi­tía dominar la economía y organizar huelgas masivas cuando resultaba políticamente oportuno.

Artimañas

Era fundamental minar la base de poder de sus rivales políticos para imponerse a ellos, lo que podía lograrse de muchas formas: contro­lando la prensa y la radio para difa­marlos o evitar que difundiesen sus opiniones, acusándolos de cualquier delito falso, sembrando la cizaña en sus filas aprovechándose de las divi­siones internas, recurriendo al asesi­nato en casos extremos —el ministro checo de Exteriores, Jan Masaryk, se «cayó» por una ventana de su minis­terio en marzo de 1948 en extrañas circunstancias— o fagocitando a otros partidos de izquierda al concurrir jun­tos a la elecciones.

Si todo lo anterior fallaba, siempre era posible amañar las elecciones —en las celebradas en Hungría en mayo de 1948 obtuvieron un improbable 96% de los votos—. Y una vez en el poder, los comunistas revelaron la amplitud de su progra­ma de reformas nacionalizando las empresas y colectivizando la tierra. Finalmente, llevaban a cabo purgas en sus filas para erradicar cualquier posibilidad de disidencia, creando ré­plicas a pequeña escala de la dictadura estalinista imperante en la URSS.

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