Llamamiento del BCE La 'perfección' germana

Berlín ignora el SOS económico europeo

Merkel se aferra a la austeridad y descarta impulsar el consumo y la inversión pública en su paísLa Comisión expedientó a Alemania hace un año por sus continuos superávits por cuenta corriente superiores al 6% fijado por Bruselas

BRUSELAS. Actualizado: Guardar
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Mucho se habla de los males endémicos de Francia e Italia en esta Vieja Europa atrapada por la Gran Depresión. Tercera fase de una misma recesión, tercera recesión... Cuando después de seis años de penuria económica el precipicio sigue ahí, a la vuelta del trimestre, quizá el calificativo sea lo de menos. La sensación que se palpa en Bruselas se asemeja mucho a ese 'o ahora o nunca' de las grandes citas. La Eurozona no levanta cabeza y hasta el BCE, anteayer paradigma del inmovilismo, no ha tenido más alternativa que tirar la casa por la ventana. Y aun así, «no será suficiente», advierte su presidente, Mario Draghi.

Toca a rebato. Buscar soluciones, sanar a las dos grandes potencias «enfermas» -expresión que dice «odiar» el banquero italiano- y sobre todo, convencer al médico, Alemania, para que ceda y acepte suministrar el tratamiento que toda la comunidad internacional pide pero que él, que goza una magnífica salud, cree que no es necesario. «Nein, nein und nein», insisten desde Berlín. No a cambiar su política económica, no a gastar e invertir más, no a alterar un milímetro la senda de la austeridad trazada por Merkel. 'Nein'. Veremos...

Cuando en ese magma interinstitucional llamado Bruselas se habla de economía imperan las lenguas nacionales. La confusión, la falta de entendimiento. Porque mientras unos dicen en francés e italiano que van a implantar reformas estructurales pero a su ritmo y que para algo son la segunda y tercera potencia del euro (Francia e Italia, socialistas ambas), otros, los nórdicos, emplean el alemán para advertir de que todos los males de la crisis llegaron por gastar más de lo que uno es capaz de generar y de que la recuperación, de llegar, lo hará gracias a la consolidación fiscal, nunca desde el derroche del dinero público. El español se habla poco y aunque siempre ha dominado el acento alemán, el italiano de Mario Draghi es el que está de moda.

Quizá parte de la solución sea que todos comiencen a hablar un mismo idioma. El inglés, por ejemplo, la lengua que recientemente utilizaron el miembro francés del comité ejecutivo del BCE, Benoît Coeuré, y el secretario de Estado de Empleo del Gobierno alemán, Jörg Asmussen -ex del BCE- para escribir un artículo no casual para exigir más reformas a París pero también para reclamar a Berlín una rebaja de impuestos y un mayor ímpetu inversor.

Lo piensa así la Comisión Europea, la OCDE, el FMI, los grandes centros de pensamiento germanos... La unanimidad es abrumadora: ¡Gasten más, tiren del carro! Porque en la Eurozona de los 18 países, Alemania, con un PIB de 2,6 billones, aporta un 25% de la riqueza de la moneda única. «No se trata de cuestionar su competitividad, sino de si la primera potencia puede hacer más para ayudar al reequilibrio de la economía», reflexionó el presidente de la Comisión, Durao Barroso.

23.000 millones

Ocurrió el 13 de noviembre de hace un año, cuando Bruselas, por primera vez, incluyó a Alemania en el llamado Mecanismo de Alerta por sus disfunciones macroeconómicas. Sobre todo por su abultado, y para muchos expertos «escandaloso», superávit por cuenta corriente, que desde 2007 se ha situado por encima del 7% del PIB cuando el límite fijado es del 6%. Bruselas llevó a la UCI a Berlín por ahorrar demasiado, por no invertir en infraestructuras, por no subir los salarios, por austero, por no abrir el puño que está desfigurando el rostro europeo, por cerrar 2013 con el mayor superávit comercial de su historia reciente al registrar un saldo neto favorable entre exportaciones e importaciones de 200.000 millones.

Berlín asintió muy a regañadientes, aceptó el tirón de orejas pero... cambiar, cambiar, ha cambiado poco. Ya lo advirtió entonces la canciller: «No vamos a rebajar artificialmente nuestra competitividad. Es absurdo». Un mantra repetido por su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble -«nos dedicamos a cumplir con lo que nosotros mismos hemos legislado», insiste-, pero tímidamente rebatido por su vicepresidente económico, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, cuyo Ministerio elaboró en marzo un documento en el que se reconocía que el excesivo volumen de las exportaciones del países era contraproducente para el conjunto de la UE. 'Ipso facto', Schäuble negó la mayor.

Un líder, Gabriel, que se codea con François Hollande y Matteo Renzi pero que apenas ha conseguido arrancar a Merkel un plan plurianual de 23.000 millones para infraestructuras y aprobar un salario mínimo para contrarrestar los 7 millones de 'minijobs' de su mercado laboral. Eso sí, no evitó que en julio su Gobierno aprobase su primer presupuesto con déficit cero de los últimos cuarenta años. Muy simple: gastar sólo lo que se ingresa. En España, por ejemplo, el desfase es de 65.000 millones, y en Francia, de más de 80.000.

El jueves, Draghi volvió a urgir a Merkel: «Los países con margen fiscal deben utilizarlo». Berlín volvió a oír pero no a escuchar. Y eso que los detractores de su política económica crecen por momentos. Desde premios Nobel como Paul Krugman hasta influyentes líderes del país, como Marcel Fratzscher, presidente del 'Think tank DIW, que advierte de que a medio plazo habrá «problemas» porque «la escasa inversión puede poner en peligro el bienestar social».

La filosofía no ha cambiado, así que nadie espere 'planes E' a la española en esa inyección de 300.000 millones de euros anunciada por el futuro presidente de la Comisión, Jean-Claude-Juncker, como una suerte de 'plan Marshall' para sacar a Europa de la UCI. El dinero, de llegar, procederá del sector privado. Así lo ha dicho Alemania y así será.