Sociedad

Música para nobles y plebeyos

José Luis Temes analiza la historia de la zarzuela, un género que unió a todo un país Este tipo de espectáculo duró todo un siglo y acabó con la llegada de nuevas formas de ocio como la televisión

MADRID. Actualizado: Guardar
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La zarzuela llegó a ser el espectáculo de mayor raigambre social en España. Durante todo un siglo encandiló a aristócratas y pueblo llano, a monárquicos y liberales, a monjas y anticlericales, al bando nacional y republicano. Todo un fenómeno equiparable a lo que hoy es el fútbol. El director de orquesta y escritor José Luis Temes ha estudiado a fondo este género en su obra 'El siglo de la zarzuela. 1850-1950' (Siruela), un paseo por la historia reciente de España con el género lírico como banda sonora.

Temes asegura sin dudarlo que la zarzuela encarna el movimiento artístico de mayor dimensión de la cultura española. Fue la seña de identidad de cuatro reinados, desde Isabel II hasta Alfonso XIII. Aunque el pop es tan interclasista como la zarzuela, ésta sedujo a seis generaciones de españoles, lo que no se puede decir ni de Antonio Machín o Mecano, por muchos admiradores que hayan tenido uno y otro.

Sobre este género lírico pesan muchos tópicos y mentiras. Uno de ellos es la asociación de la zarzuela con la España del franquismo. «El régimen impuesto tras la guerra supuso, sin pretenderlo, el final de la zarzuela como género vivo». Eso sí, se impusieron los vetos. Mientras los republicanos impidieron las representaciones que exaltaban la fe, los nacionales no querían ver ni en pintura a Pablo Sorozábal.

Otro lugar común postula que en estas obras la música era infinitamente superior a los libretos, lo cual nadie contradice, aunque es algo que, según Temes, se puede predicar tanto de la ópera italiana como de los Beatles. «Basta con leer las letras de 'Love me do' o 'Yellow submarine'. ¿Por qué meterse sólo con Chueca o Chapí?».

También es injusto y erróneo identificar la zarzuela con el costumbrismo madrileño. Para el autor, el género trasluce un «concepto unitario de España». Al navarro Sarasate se le saltaban las lágrimas al interpretar su '¡Viva Sevilla!' y el catalán Albéniz buscó inspiración en la tradición andaluza cuando compuso 'Iberia'. A este teatro musical, que en el fondo es lo que buscaba el público, no se ponían por delante identidades nacionalistas y otras vainas. El Paralelo fue un templo de la zarzuela y hasta hubo intentos bastante afortunados de obras en catalán.

Barcos de vapor

La relevancia de estas obras desenfadadas y divertidas fue tal que el género llegó a reunir 12.000 títulos. Tanto fue su éxito que se exportó a América, donde al cabo del tiempo los aires castizos fueron sustituidos por los sones autóctonos. Solo en México nacieron 18 teatros que albergaron el género. Los barcos de vapor hicieron mucho bien a la legión de seguidores que amaban el género. Además había un público ávido de las novedades que llegaban de la metrópoli. De 'La Revoltosa' se representaron doscientas funciones consecutivas en La Habana.

Para imaginarse la popularidad del nuevo arte basta con sopesar un dato: en 1861 hubo en Madrid 3.624 funciones zarzueleras. Los primeros cruzados que se apuntaron a la moda fueron Francisco Asenjo Barbieri, Joaquín Gaztambide y Emilio Arrieta, a los que siguieron Federico Chueca, Ruperto Chapí o Tomás Bretón, quien compuso la música en solo 19 días.

El público podía mandar al foso una obra si no era de su agrado. Había espectadores feroces, como los habituales del Teatro Apolo. Surgieron obras deleznables, es verdad. Pero nada extraño en una época en que nacieron 4.000 títulos en solo cinco años. «Con todo, el juicio popular afeó obras que resultaron injustamente tratadas de compositores como Albéniz».

Conforme avanzaba el siglo XX, la zarzuela fue mutando hacia la revista, cuyos empresarios buscaron entre las componentes del coro el encanto suplementario de unas bellas piernas. Celia Gámez o Julia Fons eran muy exigentes para que las mujeres que aparecían en sus espectáculos fueran atractivas. Aunque hoy pueda parecer un sinsentido, el cine mudo prestó un grandísimo servicio a la causa zarzuelera. Como dice Temes, «el cine mudo era mudo, pero no sordo». Un piano acompañaba el transcurrir de la película.

La zarzuela muere a mediados del siglo XX por el hartazgo del público y la irrupción de nuevas formas de ocio, como la televisión.