Sigmar Gabriel y Angela Merkel toman asiento durante una reunión del Ejecutivo. :: MAURIZIO GAMBARINI / EFE
Una condición irrenunciable

«Merkel no es mi jefa»

El socialdemócrata Sigmar Gabriel, ministro de Economía y Energía, gana terreno a la canciller y domina la escena política alemana

BERLÍN. Actualizado: Guardar
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Ella tiene el poder y eso parece bastarle. La canciller alemana, Angela Merkel, da la impresión de haber dejado las riendas de su gobierno en manos de su nuevo aliado y vicecanciller federal, Sigmar Gabriel. El también superministro de Economía y Energía y el Partido Socialdemócrata que preside marcan la política de la nueva 'gran coalición', la GroKo (Grosse Koalition) como la han bautizado los medios locales, desde su constitución el pasado 18 de diciembre. Gabriel y sus correligionarios dominan la escena política y marcan el ritmo de las decisiones que toma el gabinete de la canciller.

El primer proyecto de ley aprobado por el Consejo de Ministros a mediados de enero lleva el sello socialdemócrata. Se trata de un paquete de reformas del sistema de pensiones elaborado por la titular de Trabajo, la socialdemócrata Andrea Nahles, controvertido por su dudosa financiación. Pero ni el cristianodemócrata Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas y cancerbero del Tesoro germano, ha puesto pegas, aunque amenace sus objetivos de lograr un equilibrio presupuestario e incluso lograr un superávit en los ingresos frente a los gastos para comenzar a reducir la astronómica deuda pública del país, actualmente superior a los dos billones de euros.

La reforma de las pensiones contempla adelantar la jubilación a los 63 años para quienes hayan cotizado al menos 45 años y conceder pensiones suplementarias a las mujeres que hayan sido madres antes de 1992, así como elevar las pensiones más modestas, sobre todo las de aquellos que han trabajado toda su vida y subsisten ahora al borde de la pobreza. Un paquete que este mismo año engullirá 4.400 millones suplementarios, 9.000 a partir de 2015 y 11.000 en 2030. También en manos socialdemócratas ha quedado el proyecto central que se ha planteado el gobierno de GroKo para los próximos cuatro años. La reforma de la Ley de Energías Renovables, núcleo del proyecto de cambio energético que Merkel inició tras la catástrofe nuclear en la central japonesa de Fukushima, es asunto del propio Gabriel, para el que se creó el superministerio de Economía y Energía.

Ante las subidas incesantes de la tarifa eléctrica por las subvenciones que reciben las compañías que invierten en renovables, Gabriel prometió ya la semana pasada ante el Bundestag, el parlamento federal, «correcciones» para estabilizar los precios, aunque a sabiendas de que será prácticamente imposible reducirlos. Gabriel ha anunciado recortes en las subvenciones a los parques eólicos, cuyo desarrollo masivo tiene como objetivo compensar el cierre de las centrales nucleares que se consumará a principios de la próxima década, y que hasta ahora financia en gran parte el consumidor. Alcanzar un equilibrio en el coste del cambio energético es el objetivo del vicecanciller, que se enfrenta también a la complicada construcción de las nuevas «autovías» eléctricas de alta tensión para conducir la corriente que los parques eólicos producen en los mares del Norte y Báltico hasta el sur del país.

Un trabajo «a tiempo parcial»

El SPD tiene también a la espera de sanción por el Consejo de Ministros su iniciativa más ambiciosa y condición irrenunciable que planteó en las negociaciones para la formación de la GroKo, el proyecto de ley para la introducción en Alemania del salario mínimo interprofesional en todo el territorio nacional, sin hacer excepción alguna con los trabajadores del Este del país, hasta ahora con sueldos inferiores a los de los alemanes occidentales. El acuerdo alcanzado con los conservadores de Merkel establece un salario mínimo de 8,50 euros la hora.

Gabriel está tan seguro de su posición dominante en el nuevo Gobierno alemán que cuando se le pregunta si Merkel es una buena jefa responde sin dudarlo: «No puedo juzgarlo. Ella no es mi jefa». En una reciente entrevista con el semanario Stern comentaba que «nos contemplamos como socios. Las coaliciones sólo funcionan cuando ambos socios están al mismo nivel». Y tampoco acepta las críticas recibidas al confesar que un día a la semana, habitualmente los miércoles, se toma la tarde libre para recoger a su hija de dos años de la guardería y pasar la tarde con ella en la ciudad de Goslar, en la Baja Sajonia, donde tiene su residencia privada. Algunos medios le tacharon de «ministro a tiempo parcial» al realizar esa revelación, lo que indignó al líder socialdemócrata, que asegura trabajar más de 70 horas a la semana y afirma que «también los miembros de la alta política tienen derecho a un mínimo de vida privada».

Precisamente la conciliación de la vida laboral y familiar es otro de los objetivos del nuevo gabinete de Merkel, en el que no faltan miembros con hijos menores. Como la ministra de Defensa, la cristianodemócrata Ursula von der Leyen, madre de siete hijos y con residencia habitual en Hanover, o la titular de Familia y Juventud, Manuela Schwesig, que tiene su casa en Schwerin, la capital del septentrional Estado de Mecklemburgo Antepomerania, donde su hijo va a la escuela. Todos confiesan que cumplen con una parte de sus tareas desde el mismo hogar gracias a las modernas tecnologías.

El vicecanciller y superministro alemán presume de que las tres cuartas partes del acuerdo de coalición suscrito por su partido con la Unión de cristianodemócratas y socialcristianos bávaros lleva la firma del SPD. Angela Merkel incluso ha alabado el trabajo de su nuevo equipo y asegurado que «cada proyecto de cada ministro es un proyecto del Gobierno común». Pero hay analistas que consideran que los socialdemócratas han vuelto a caer en la trampa de Merkel. La misma trampa que en su primera gran coalición, entre 2005 y 2009, condujo a la catástrofe electoral del SPD y a registrar su peor resultado en unos comicios legislativos en toda su historia al sumar un paupérrimo 23% de los votos.

Como hace ocho años, si los ministros del SPD trabajan en silencio y aplicadamente no llegarán a apreciarse las diferencias con sus socios de la Unión y los beneficios serán para Merkel. Lo mismo sucederá si los socialdemócratas tratan de destacar en el Consejo de ministros. Los medios hablarán de tropa caótica y coalición enfrentada, algo que juega a favor de la canciller, que odia las estridencias, como la mayoría de los alemanes.