Sociedad

Dictadores con mando en plaza y en casa

Rosa Montero indaga en los amores de los tiranos y concluye que Hitler, Mussolini y Stalin fueron unos «narcisistas» y «pedófilos»

MADRID. Actualizado: Guardar
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Aparte de tiranos, eran psicópatas, narcisistas, incapaces de condolerse por el próximo y con un sentido perverso del amor. La escritora Rosa Montero ha rastreado la vida de grandes déspotas del siglo XX a través de las mujeres que les conocieron y el retrato que le sale es odioso. Stalin era un pedófilo que tuvo dos hijos con una niña de 13 años, Mussolini se jactaba de ser un violador, Hitler escondía a sus amantes del conocimiento público para seguir recibiendo las cartas de sus admiradoras. El único que se sale mejor parado es Franco, aunque su mujer, Carmen Polo, con sus ínfulas de aristócrata frustrada, azuzó sus ambiciones. Mussolini, un misógino irredento, solía decir que «el pueblo y las mujeres están hechos para ser violados». Testimonios de este jaez son recogidos en el libro 'Dictadoras' (Lumen), un documentado reportaje en la que la autora entra dentro de la historia de los países «por la puerta de atrás».

Stalin, hombre feroz y «capo de matones», dio muy mala vida a su primera mujer, Kato, a quien empezó a echar de menos solo cuando murió. En el entierro, se lanzó sobre su fosa para abrazar su féretro. El dirigente bolchevique también bebió los vientos por Ludmila Stal, una revolucionaria aguerrida de quien el autócrata tomó su nombre. 'Stal' significa en ruso 'acero', de modo que 'Stalin' sería el 'hombre de acero'.

A su segunda mujer, Nadia, una bolchevique entusiasta y poseedora de una fuerte vocación política, Stalin la ató en cortó y le impidió satisfacer sus inquietudes. Su esposa acabó percatándose del régimen brutal que dirigía su marido. Y se lo echó en cara: «¡Eres un torturador, torturas a tu hijo, a tu mujer y a todo el pueblo ruso!». La historia de amor acabó en desastre. En una cena en la que Stalin se puso a coquetear con una famosa actriz, Nadia se negó a secundar un brindis de Stalin y le dejó plantado. «Al rato se mató pegándose un tiro en el pecho», cuenta Montero. Curiosamente su hija, Svetlana Alilúyeva, quien vio conmocionada cómo iban desapareciendo asesinados sus familiares y amigas, terminó pidiendo asilo en Estados Unidos, harta de ser la hija de Stalin.

Si para Rosa Montero Stalin es equiparable a un «terror de cuento gótico», Hitler es una «ópera sangrienta», Mussolini una «opereta bufa» y Franco un «sainete». El Führer llevó incluso su teoría de la superioridad de la raza aria al asunto de los culos. Le gustaban las mujeres exuberantes y los traseros voluminosos. Una vez que paseaba por el campo y vio a unas campesinas trabajando, le dijo a Göring: «Mira, sus posaderas son admirables. En esas estructuras pienso cuando hablo de la sana mujer alemana: de la madre de hombres perfectos».

Dicen que el gran amor de Hitler fue una media sobrina, Geli Raubal, quien también se disparó un tiro en el corazón. Algo deben tener los tiranos para que arrastren a los suyos a quitarse la vida. Eva Braun sufrió dos intentos de suicidio y para muchos fue la mujer que más intimidad trabó con el genocida. Y eso que a Hitler, abstemio y vegetariano, le llevaban los demonios cuando veía a su amante beber y fumar. Pese a pertenecer a su círculo más privado, Adolf Hitler nunca transigió en exhibirla a su lado.