Tribuna

Y sé sumisa

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Los que se dedican a la cosa esta de la gnosis y del autoconocimiento y el secreto, dicen que la evolución está tan emparentada con la involución que es imposible un avance sin su correspondiente retroceso. Tampoco hay que ser un lince ni un gurú para estar de acuerdo con esto. La propia historia de la humanidad está llena de pasitos palante y pasitos patrás, de luces, de sombras y de un coqueteo continuo con nuestro lado más oscuro. Es como si fuese necesario retroceder para coger impulso y seguir adelante, o eso es lo que me gustaría pensar. Estamos ahora en un momento de total involución, usted lo sabe. Lo sabe porque ha vivido, como yo, la evolución -revolución en algunos casos- de los últimos treinta años y porque, aunque nadie se ha molestado en decírnoslo, nuestro tour por el pasado ya está concertado.

Esto ya lo hemos vivido, dicen los mayores, como para justificar el camino andado. Ya hemos vivido la emigración, la falta de medios sanitarios, la escasez de becas. Ya hemos pasado por los tortuosos caminos que bordean la fractura social, ya sabemos de la pobreza, de la indignación. Puede ser. Lo que no tengo tan claro es que merezca la pena desandar tanto para avanzar tan poco. Hay señales, sin duda, de que la vuelta atrás es más una realidad que un deseo -para quien lo desee, claro está-. Pero lo que más alarma es el desconcierto que producen estas señales en nosotros mismos. Verán. Ni los observatorios de género, ni las políticas dedicadas de manera exclusiva a la mujer han conseguido erradicar una de las marcas sociales más despreciables que conservamos, el maltrato femenino. Y no sólo no han conseguido erradicarlo, sino que los episodios -o capítulos enteros- de violencia de género aumentan sin que podamos evitarlo. Cambian los modos, eso sí, y el maltrato se presenta con otros disfraces, pero sigue siendo el invitado incómodo de muchas familias. Y aunque miremos para otra parte, cada vez son más las jóvenes que, a pesar de la Educación para la Ciudadanía, justifican los celos de sus novietes, los gritos y los empujones de 'sus machos'.

Es, justamente, por eso por lo que la publicación de 'Cásate y sé sumisa' -que al parecer ha sido un best seller en la Italia de Berlusconi, con lo que ya está dicho todo- ha levantado ampollas en los cansados pies de nuestra cansada sociedad. Y no sólo por el contenido de la obra -que muchos ni se han molestado en leer- sino por el sello editorial que lo avala, el Arzobispado de Granada, del que ya salieron perlas como la del peligro moral que implica ser funcionario. En fin. Son muchas, muchísimas las voces que se han levantado contra la Iglesia, algunas con más razones que otras, por publicar un libro con este título y con ese olor a guardado y a Sección Femenina de alguna de las frases que -afortunada o desafortunadamente sacadas de contexto- se han publicado: «Tendrás que aprender a ponerte debajo, porque tú serás la base de vuestra familia. Quien sostiene el mundo es el que está debajo, no el que se pone por encima de los demás». La autora, a la que tanto revuelo -y tanta opinión- le ha hecho un grandísimo favor, se defiende argumentando que ha escrito una versión masculina, 'Cásate y da la vida por ella' -que también va a editar el Arzobispado- con un título igual de desafortunado que recuerda mucho a aquellos tremendos diálogos de Rocío Dúrcal y Julio Sanjuán en 'Canción de juventud': «Yo me haré arquitecto y tú te harás mujer», que estarían muy bien hace cincuenta años, pero que hoy provocan, en el mejor de los casos, urticaria.

Porque, al final, son las palabras las que construyen las ideas y no al contrario, como sería lo lógico. Y utilizar según qué términos aplicados a según qué ideas, viniendo de según qué instituciones puede convertirse no ya en una involución, sino en una auténtica regresión moral, porque sumisión procede de latín submissio, que significa sometimiento y porque el sometimiento nunca se casa con la libertad.

Mire. A mí, en el fondo, me da igual que esta señora que se declara «alegre y católica» publique lo que le de la gana, porque de cosas peores -o no- están los estantes de las librerías llenos. Lo que ya no me da tan igual es que detrás de la publicación de este libro esté la Iglesia Católica. Y le explicaré por qué.

Aunque intentemos camuflarnos bajo las palabras, este país no es laico. Es, como mucho, agnóstico y si nos dejamos de paños calientes, es un país, le pese a quien le pese, mayoritariamente católico, aunque sea sobre el papel. Porque si cada año aumenta -vaya usted a saber los motivos- el número de bautizados, de niños comulgantes y de bodas, es porque todavía no tenemos muy claros los límites. En cualquier caso, el Estado tampoco ha puesto límites a esta situación ambigua, concediendo determinados privilegios económicos y administrativos a una confesión religiosa concreta. Y es por esto, justamente, porque Iglesia y Estado comulgan con las mismas ruedas de molino, por lo que la publicación del Arzobispado de Granada del 'Cásate y sé sumisa' es tan desafortunada.

Porque aunque el libro no refleja el pensamiento de la Iglesia Católica, lo parece. Y ya se sabe lo de la mujer del César, que por cierto, de sumisas tenían bien poco. O eso parecía.