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El hombrecillo de la luna

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Cuando uno lee la prensa, o lo que es peor, trabaja en esto, sabe que en cualquier momento del día saltará una noticia luctuosa. Un incendio, un ahogamiento, un fallecido en accidente de tráfico. En lo que va de verano, la sección de sucesos está teniendo, como siempre, su papel destacado en la paginación. Uno de los acontecimientos más aciagos de este verano fue la muerte por culpa de un conductor borracho, de dos chicos en El Portal. Ayer mismo, una mujer fallecía en la arena de La Barrosa, mientras sus hijos no daban crédito a que a alguien le pudiera dar un infarto en pleno descanso estival.

La vida está llena de contratiempos, de reveses, de crueldad. Y trabajar en esto supone colocarse a diario la coraza para no sufrir tanto, o más, que los que sufren. Lo reconozco. Yo soy un pelín aprensivo. Me identifico enseguida con los familiares de esos chicos que iban en moto, tranquilamente, una tarde, a la playa. O con la madre de aquel niño que se ahogó hace unos días al comerse una salchicha, o los hijos de la mujer que perdió la vida en la Loma ayer.

Por eso siempre trato de disfrutar cada segundo, cada minuto. De no pensar demasiado, de no perder el horizonte, ni el norte, ni el tiempo, sobre todo el tiempo, con penurias inútiles.

El carpe diem al que nos lleva a muchos ver lo frágil que es la línea entre estar aquí o dejar de estarlo, hace que a veces le explique a mis hijas cosas que ellas quizá no aciertan a comprender aún, o que trate de hacerles ver que jugar, disfrutar, y aprovechar cada instante de la manera más intensa posible, es prioritario.

No todo es diversión. Ni tampoco hay que dejarse llevar por el alarmismo. Pero últimamente no hay nada que me conforte más en el mundo que sentarme con ellas, en un sitio abierto y con una noche estrellada, y explicarles que ahí arriba, en ese punto gordo y redondo de color blanquecino, vive un hombrecillo muy aplicado, que sube cada tarde a encender la luna, y cada mañana a apagarla. Ellas me miran con atención y lo buscan sin éxito desde que les empecé a contar esa historia. Eso me basta. Su ilusión se refleja en sus caras. Compensa las penurias diarias. Y hace que olvide que esta vida es cruel. Muy cruel.