Ji Zhongxing, instantes antes de detonar el explosivo en el aeropuerto de Pekín. :: R. C.
MUNDO

Ji Zhongxing logra hacerse oír con una bomba en el aeropuerto de Pekín

Fue el único herido al hacer estallar un explosivo por el injusto trato del Gobierno chino tras quedar paralítico por una paliza de la Policía

SHANGHÁI. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Sin esperanza, después de un largo camino para exigir justicia». Así tituló Ji Zhongxing el último texto del blog en el que daba cuenta del vía crucis que estaba sufriendo en su búsqueda de una compensación justa. Hace ya siete años que este hombre, de 34 años y originario de la provincia de Shandong, en el noreste de China, denunció la supuesta paliza que fuerzas parapoliciales le dieron con barras de acero después de haberle incautado la motocicleta que utilizaba a modo de taxi sin las licencias pertinentes.

Según Ji, ese grupo de miembros del Equipo de Administración de Seguridad Pública, responsables de mantener el orden pero sin rango de agentes de Policía, lo dejó postrado en una silla de ruedas en la madrugada del 28 de julio de 2005. El cliente al que llevaba en la moto, Gong Tao, corroboró su versión y aseguró que él también recibió varios golpes, pero nadie ha sido encausado por el suceso. Es solo uno de miles.

Pero ayer, seguramente desesperado por la situación en la que lo dejaron sus atacantes -al parecer había contraído deudas para pagar el tratamiento médico- y por no haber recibido siquiera respuesta a sus peticiones, Ji decidió hacerse oír de una vez por todas. Después de que agentes le impidiesen repartir unas octavillas reivindicativas, se colocó en la zona de salidas de la terminal 3 del aeropuerto de Pekín, la mayor instalación aérea del mundo, atrajo la atención de los que allí se encontraban, les avisó de que iba a inmolarse, y, a las 18.30 horas, en un momento en el que ningún pasajero caminaba a su alrededor, hizo detonar un pequeño explosivo casero que había preparado con pólvora de petardos y fuegos artificiales.

La agencia oficial Xinhua informó de que solo Ji resultó herido. Anoche fue trasladado a un hospital en el que, según la Policía, fue tratado de una fractura en su brazo izquierdo, y su vida no corre peligro. Las imágenes que decenas de personas tomaron con sus teléfonos móviles tardaron apenas unos minutos en inundar las redes sociales chinas, donde muchos mostraron su simpatía hacia Ji e hicieron hincapié en que no parece que quisiera causar una masacre.

«Solo tendría que haber esperado a que comenzaran a salir los pasajeros del último vuelo para provocar muchos más heridos», analizada un usuario de Weibo, el Twitter del gigante asiático, al tiempo que recalcaba la imperiosa necesidad de que el Gobierno comience a escuchar a sus súbditos.

«A nadie le importamos. Somos campesinos», dijo el hermano de Ji en la última entrada de un blog que anoche ya había sido censurado. «Lo que más rabia me da es que la Policía negó su responsabilidad en el caso y dijo que había sido apaleado por una mafia». No en vano, las fuerzas parapoliciales, entre las que se encuentran también los temidos 'chengguan', muchas veces actúan con métodos mafiosos y con impunidad sorprendente. Este periodista ha asistido a muchos de sus abusos: desde vendedores a los que se les requisa la mercancía sin aviso alguno y sin recibir recibo alguno por sus bienes, hasta agresiones físicas contra quienes se resisten.

Matones del régimen

Pero los excesos que se cometen a menudo no son nada comparado con el extremo al que pueden llegar estos matones a sueldo del Estado. Sin ir más lejos, el miércoles, Deng Zhengjia, un vendedor de sandías de la provincia de Hunan, que carecía de licencia para la venta ambulante, recibió una paliza similar a la de Ji. Pero Deng murió. El caso ha provocado una avalancha de críticas, y seis de los agentes involucrados han sido arrestados. El Ejecutivo es consciente de que estos casos se repiten cada vez más a menudo, y que la profusión de cámaras y de dispositivos móviles conectados a Internet hace imposible que pasen desapercibidos para la opinión pública, cada vez más crítica con el autoritarismo de estos grupos.

La de Ji no es la primera vez que un peticionario muestra su impotencia haciéndose volar por los aires. El 8 de junio, Chen Shuizong hizo estallar un artefacto en el interior de un autobús urbano de la ciudad costera de Xiamen, y provocó la muerte de medio centenar de personas. Hace dos años, Qian Mingqi, un desempleado de 52 años, fue el primero que puso al Gobierno en su punto de mira, y mató a tres funcionarios en otros tantos ataques contra sedes oficiales. Sin duda, todos ellos ejemplifican lo fácil que puede estallar la bomba de relojería que es la sociedad china.