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El golpe fracasa en la cuna de Mursi

Al-Adwa, la aldea donde nació el derrocado mandatario egipcio, confía en su regreso al poder

AL-ADWA (EGIPTO). Actualizado: Guardar
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Una lata de 'Stella' (marca de cerveza local) en el suelo. No puede ser. Moutaz Salim inspecciona el envase para certificar el hallazgo. «Hay dos opciones: o es de alguien que se está tratando de reúma, o de alguno de los 150 votantes de Ahmed Shafik (ex primer ministro de Hosni Mubarak y rival en las urnas al que Mohamed Mursi derrotó en las presidenciales de 2012) que hay en el pueblo», concluye este joven próximo a los Hermanos Musulmanes que ejerce de guía entre las callejuelas de Al Adwa, el lugar donde nació el líder islamista hace 62 años.

Desde el golpe de Estado del día 3, el primer presidente elegido de forma democrática en la historia de Egipto permanece retenido e incomunicado en un lugar no revelado, pero en su pueblo natal sigue siendo «el presidente legítimo de todos los egipcios». «Saldrá pronto y recuperará el poder», garantiza Moutaz frente a la escuela -una mole de cemento gris de cuatro alturas rodeada de arrozales de imponente color verde- donde estudió Mursi e imparte clases su hermano Seyed.

Al Adwa está a 150 kilómetros al noroeste de El Cairo, muy cerca de Zagazig, capital de la provincia de Sharqiya. Un viaje a este poblado de 10.000 personas sumerge en el Egipto profundo, esa parte del país en la que se forjó la victoria en las urnas de unos Hermanos Musulmanes omnipresentes en las zonas deprimidas durante las últimas décadas.

Antes de entrar al pueblo, el secretario general del Partido Justicia y Libertad (PJL), Ahmad Shehata, espera en su despacho de Zagazig. A pocos metros estaba la sede provincial de la Hermandad pero, al igual que la oficina del partido, fue saqueada el 30 de junio durante la jornada de manifestaciones de protesta contra la Cofradía. «Atacaron las oficinas en presencia de la Policía y mataron a cuatro hermanos, pero no pasa nada, la Justicia vuelve a ser como antes y solo nos persigue a nosotros. Recibo cada día amenazas de muerte por teléfono», denuncia con voz grave este dirigente islamista, que fue alumno de Mursi en la Facultad de Ingeniería de Zagazig y que más tarde ejerció como su secretario durante su etapa como parlamentario, desde 2000.

El secretario general reside en el mismo bloque de viviendas en el que el expresidente tiene su único piso en propiedad, unos apartamentos destinados al profesorado de la Universidad. «Siempre ha sido humilde. Del pueblo pasó a Zagazig y a El Cairo, después partió a Estados Unidos para completar su formación, allí nacieron sus dos hijos mayores, Ahmed y Suleima. Regresó en 1985 y desde entonces su vida ha estado ligada a la educación y a la Hermandad. Lo que más me sorprende de él es que solo duerme cuatro horas al día y que se cuida mucho en las comida debido a la diabetes», recuerda el dirigente islamista, diputado en el Parlamento hasta el golpe militar del día 3.

Shehata llama por teléfono a Al Adwa para que Moutaz y sus amigos estén atentos a la llegada de un periodista extranjero. En el pueblo residen los tres hermanos de Mursi: Said, funcionario de la municipalidad; Seyed y Husein, profesores; y su hermana Azza, ama de casa. Sufren una situación delicada y declinan la posibilidad de hacer declaraciones. Viven en dos casas contiguas de tres alturas, con el ladrillo a la vista, imposibles de distinguir si alguien no las señala como las de la familia Mursi.

Origen humilde

La mujer del exmandatario, Naglaa Mahmoud, y sus hijos están en la acampada de la Hermandad en Rabaa Al-Adawiya, en el este de El Cairo, pero en el pueblo quedan familiares como su tío Ezzat Husein, que tiene 74 años y es dueño de un pequeño negocio de chucherías. «Siempre destacó por sus notas, por eso fue a Estados Unidos. Vivía entre los libros y la mezquita, no había más mundo para él. Salió de lo más bajo, de estos arrozales, para llegar a presidente, un ejemplo para todos los egipcios. Una pena la falta de paciencia de algunos y las mentiras de los medios de comunicación», piensa su tío, que entre las pegatinas de marcas de patatas y refrescos exhibe una foto de su sobrino con el eslogan «la legalidad es la línea roja» en la parte inferior.

Solo la carretera central está asfaltada. En el resto del pueblo las calles son de tierra y algunos callejones son tan estrechos que no entra un coche. El rugido de los tractores y los motocarros y la llamada a la oración rompen el silencio de un lugar parado en la Edad Media. «La última vez que le vimos fue en el funeral de su segunda hermana en noviembre. Nos dio la mano y rezó con nosotros», apunta con nostalgia Ragab Ahmed, agricultor de setenta años, que pone al expresidente de ejemplo para los jóvenes de la provincia. Alí Saad, conductor de minibús, jugaba de niño con Mursi en estas calles y recuerda que «era uno más y, como todos, cuando le tocaba ayudar en el campo, lo hacía».

Los retratos del ciudadano más ilustre están en cada pared. En las elecciones presidenciales obtuvo 3.400 votos por los 150 de Ahmed Shafik, originario de una aldea próxima. Una cifra que Moutaz y sus amigos subrayan con orgullo, un orgullo pisoteado por el golpe militar.