Economia

LA DENOSTADA

¿Son, o pueden llegar a ser, las empresas más eficientes y competitivas con la reforma laboral o solo consigue encrespar aún más las relaciones laborales?

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Como no podía ser de otro modo, la reforma laboral ha sido objeto de dura controversia desde el mismo momento de su presentación. El Gobierno recogió no solo, y ni siquiera principalmente, las demandas de la patronal, sino sobre todo las indicaciones europeas dirigidas a flexibilizar un esquema juzgado como demasiado rígido, incapaz de suturar una herida infectada de falta de competitividad por la que se escapaba el empleo en cantidades insoportables. La justificación inicial no fue muy sofisticada. Había que caer algo para detener la sangría del empleo y esa era la propuesta. Por eso, también ahora el ataque es muy burdo; como el paro sigue creciendo, la reforma es inútil.

Uno de los problemas más irritantes de la economía es que nunca se pueden repetir los experimentos, como hacen los químicos y los físicos en el laboratorio. Así, no podemos dar marcha atrás en el tiempo y comprobar qué hubiera pasado con el empleo en España si no se hubiera aprobado la reforma. Ni somos capaces de determinar con precisión cuánto tiempo hay que conceder a la reforma para comprobar y juzgar sus efectos. Por eso mismo los argumentos habituales esgrimidos tanto en su defensa como en su ataque son muy endebles.

En mi opinión, la utilidad central de la reforma y el elemento clave para juzgar su conveniencia es la competitividad. ¿Son, o pueden llegar a ser, las empresas más eficientes y competitivas con este esquema legal o no sirve para eso y solo consigue encrespar aún más el ambiente enrarecido de nuestro mercado laboral? El problema reside en que la cantidad de empleo que puede proporcionar una empresa a lo largo del tiempo, no depende de la capacidad de presión de los sindicatos (eso vale para un momento concreto, pero no es sostenible a largo plazo) y ni siquiera depende de la voluntad del empresario. Depende, simple y llanamente, del volumen general de la demanda de su producto y de su capacidad para competir y captar una cantidad mayor o menor de ella.

Entre otras muchas cosas, lo que me gusta de la reforma es que facilita -no demasiado y los jueces se encargan de limitarlo cada día más- la acomodación de la plantilla a las condiciones cambiantes de la coyuntura y a las nuevas relaciones competitivas en las que se ve inmersa cada empresa. Como es natural, los sindicatos se empeñan en defender las plantillas actuales, lo que es lógico, pero lo hacen con tal virulencia y rigidez que acaban poniendo en peligro las futuras. Lo que no acabamos de entender en este país es que disponer de un puesto de trabajo conlleva varios derechos, pero también varias obligaciones. Entre ellas, y en lugar muy destacado, la de merecerlo. Es decir la de esforzarse cada día para producir algo que el mercado acepte, aprecie y esté dispuesto a pagar un precio que justifique salarios y nivel de bienestar social. ¿Ha oído hablar de esto alguna vez a algún líder sindical? Pues tiene suerte. Yo no.

Ya puestos, y como no me queda prestigio que defender, diré que me pasa algo parecido con la exigencia de exámenes externos que introduce la tan denostada Ley Wert de educación. Los datos ya conocidos del reciente examen de Selectividad hablan de porcentajes superior al 95% de aprobados entre los alumnos presentados.¿Hay alguien que crea que todos los aprobados tienen de verdad el nivel necesario para estudiar una carrera? Pues que suerte, no sabía yo que éramos todos tan listos en este país.