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Egipto se queda a oscuras

Las arcas del Estado apenas dan para pagar la producción de energía, y la escasez de diésel multiplica el precio de los productos del mercado

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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En el barrio de Maadi, una zona residencial a las afueras de El Cairo, los vecinos se han acostumbrado ya a encontrarse con algunas calles a oscuras por la noche. Durante una hora o dos, las farolas se apagan. La oscuridad va alternándose diariamente de calle en calle. En las zonas rurales, aseguran los vecinos, la situación es mucho peor, y familias y comercios permanecen en la oscuridad durante horas, alumbrándose con velas o candiles y teniendo que tirar a menudo el contenido del frigorífico a la basura porque el calor ha hecho mella en los alimentos.

Egipto sufre una crisis energética que amenaza con terminar de estallar este verano. Con las reservas de divisas bajo mínimos, las arcas del Estado apenas alcanzan para pagar la factura del combustible, mientras que el consumo no ha dejado de crecer en los últimos años.

La crisis energética afecta desde hace muchos meses directamente a la cesta de la compra de los egipcios, sobre todo porque la escasez de combustible, especialmente el diésel, ha multiplicado el precio de los productos agrícolas, que cuesta más cosechar y transportar a las ciudades.

El coste de la comida y la bebida ha subido en el último año un 9,7% según la agencia oficial de estadísticas egipcia. En abril, la inflación alcanzó el 8,8%, una cifra fuera de control, agravada por la caída de la libra egipcia con respecto al dólar, y que empieza a ser insostenible para muchas familias. «Los tomates, los pepinos, los calabacines. todo ha subido. La carne ya apenas si la podemos comprar, como mucho una vez a la semana», asegura Fatma, una madre de dos niñas que trabaja limpiando casas y a la que el sueldo cada vez le alcanza para menos. La escasez de diésel sigue provocando, además, larguísimas colas en las gasolineras, especialmente en las zonas rurales, donde los consumidores tienen que esperar durante horas para conseguir llenar el depósito. «Aquí hay gente que puede llegar a guardar cola durante días porque, sencillamente, no hay diésel para todos», reconoce Essam, que regenta un negocio de excursiones turísticas en el oasis de Bahariya, a 420 kilómetros al suroeste de El Cairo, y que guarda en su casa bidones con combustible para poder abastecer a sus vehículos.

Caluroso ramadán

Egipto es el mayor productor de petróleo no miembro de la OPEP de África. Su producción, de unos 700.000 barriles diarios, es similar a su consumo. Sin embargo, según los acuerdos de explotación que el Estado tiene con las compañías petroleras instaladas en el país, una parte de esa producción se la quedan estas empresas, que luego la venden a Egipto, por lo que el país se convierte en importador neto de crudo y de derivados refinados. «Actualmente, Egipto debe más de 7.000 millones de dólares (5.454 millones de euros) a las compañías que operan en el territorio, casi el doble del préstamo que negocia con el Fondo Monetario Internacional», asegura una fuente del sector, que prefiere el anonimato.

Estas compañías -las que pueden asumir las contingencias y no han decidido marcharse- cada vez cobran mayores primas de riesgo a Egipto para compensar por el mayor coste de sus operaciones en el país, aumentando aún más la factura egipcia del combustible.

Egipto y el FMI llevan más de un año negociando el préstamo de 4.800 millones de dólares (3.740 millones de euros) que, a día de hoy, aún no está asegurado. El organismo exige para su concesión duras reformas económicas que incluyen la reestructuración del arcaico sistema de subsidios egipcio. Solo las subvenciones al combustible se «comen» el 20% del PIB egipcio, pero su eliminación en el clima de inestabilidad social que vive el país es muy arriesgada.

El petróleo, aunque también el gas, es el principal combustible para generar electricidad en Egipto, donde a diferencia de gran parte de los países industrializados, la mayor parte del consumo eléctrico, un 40%, se realiza en los hogares, mientras que la industria absorbe el 35% de la electricidad. El consumo se ha disparado en los últimos dos años, pasando del 8 al 11% de crecimiento anual, poniendo aún más presión sobre una red eléctrica vieja y saturada. El número de aparatos de aire acondicionado, por ejemplo, ha aumentado de 900.000 en 2006 a más de 5 millones en 2011.

Este consumo se multiplica en los meses de verano por el intenso calor y este año en concreto porque el mes de ramadán, con toda la vida nocturna que acarrea, coincide con el mes más caluroso del año, julio. Las autoridades esperan que el consumo durante el verano aumente a 29.500 megavatios diarios, 2.500 más de la capacidad diaria que puede soportar la red eléctrica del país.

Los frecuentes apagones han disparado la compra de generadores eléctricos domésticos y ha acarreado numerosas críticas en el sector turístico, donde se estima que los hoteles podrían asumir pérdidas millonarias por los cortes energéticos.

También en la industria, a la que las autoridades ya han advertido de que piensan cortar el suministro eléctrico diariamente durante las horas de menor actividad, lo que podría suponer un auténtico «desastre», aseguran desde el sector, ya que muchas fábricas han tenido ya que recortar la producción. Y a menor producción, en un círculo vicioso que parece no tener fin, menor empleo, menos ingresos y recaudación, menos petróleo, menos electricidad y más apagones.

fábricas han cerrrado desde la caída de Hosni Mubarak en 2011. Restaurar la confianza de los inversores extranjeros es fundamental para reactivar la economía del país, que también ha perdido ingresos del turismo.