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La cabeza gacha

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Andan las aguas revueltas, como siempre. Andan los hombres y mujeres de este país con la cabeza gacha, como antes, como nunca. Hay en España una generación, varias por encima de la mía, en que los hombres y mujeres se acostumbraron a vestir de negro y a cubrir con pesados chaquetones de paño sus espaldas encorvadas. Manos en los bolsillos y vista al suelo, sin ver ni tocar más de lo necesario, sin ser vistos o tocados más de la cuenta.

Con el paso de los años, de las décadas, los españoles nos volvimos más descarados, más coloridos, más espigados. No necesariamente más altos, pero sí más altaneros. Fuimos perdiendo el complejo de pobrecitos, de condenados al luto eterno, de perseguidos, de observados. Las espaldas ya solo se encorvan para inclinarse sobre el ordenador o leer mensajes en el smartphone. Y sin embargo las consultas de los fisioterapeutas se llenan de personas con problemas de espalda. El diagnóstico es que estamos mejor alimentados, somos más fuertes, pero sin embargo estamos peor acostumbrados, somos más débiles de espíritu.

Será entonces que, como todo en la vida, el estado de ánimo colectivo es cíclico, y mucho me temo que las preocupaciones de hoy, la falta de trabajo, la amenaza de los desahucios, el exceso de macarrones en las despensas en las que vuelven a sobrar estantes, son las jorobas de dentro de veinte, treinta años, cuando otras generaciones nos vean por la calle y piensen que tuvimos que sufrir mucho de niños, aunque sea solo una verdad a medias.

Pero quizá la novedad de este ciclo que nos ha tocado vivir es que dentro de poco también veremos con la cabeza gacha a los señoritos que se bajaron del caballo y se subieron al Mercedes, los que aceptaron sobres, los que metieron la mano, los que favorecieron a amigos y familiares con el dinero de los demás, los que no fiscalizaron lo público cuando era lo único que tenían que hacer. La diferencia es que ellos no tendrán joroba dentro de unos años, porque agachando la vista lo único que buscarán es no cruzar la mirada con nadie, para no dar explicaciones. Y lo peor es que un país que no mira por donde anda puede terminar cayendo en un barranco.