Antonio Real recibe en el Alcázar a un grupo de agentes de viajes mejicano.
LA SACRISTÍA

En recuerdo de Fray Antonio

JEREZ. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La vida está teledirigida por un saltimbanqui de impredecibles caprichos. Todo es dable y viable en derredor -sin que acertemos la mayor de las veces a descifrar el sentido a menudo diametralmente opuesto que adopta el curso natural (o contra natura) de las cosas-. La vida, en efecto, sigue dando vueltas sobre su propio eje. La vida es una conjugación de verbos que metaboliza la sonoridad del idioma biográfico siempre en claves ajenas, en llaves anejas, en puntos suspensivos de un dictado en voz susurrante. Ha cantado el reloj de cuco su hora incierta y funérea. Allá por la Basílica del Carmen. No ha sido un golpe de efecto de la Parca. Ni una triquiñuela malsana de la señora de la Guadaña. Rotundamente ha acontecido la muerte del carmelita más activo que conocieron -y a decir verdad reconocieron- los tiempos penúltimos. Más que un eco de sociedad hoy abordamos la tristeza circundante, el mazazo como calambre del costillar ciudadano, la desenfundada impotencia por este óbito tan inesperado como todavía caliente en las orejeras de la conmoción popular. Ha muerto fray Antonio, el director de la Coral del Carmen Coronada. Grueso de simpatía, dinámico de voz, planchado de peinado, entonado de afinación cantora. El infarto lo recostó de repente sobre la loseta de uno de los pasillos del cenobio. Visto y no visto, madrugada por lecho y el silencio nocturnal por techo. La misa de cuerpo presente, ayer, fue una manifestación de multitudes. Un clamor sin frágiles tibiezas. Nuestra Sacristía de hoy sábado homenajea al bueno de fray Antonio. Y, acompañando su recuerdo, dos fotografías de corte municipal y cofradiero.