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Euroguedón en horas

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La impresión es que nunca antes el reloj había galopado tanto. Ni siquiera ha pasado una semana desde que un triunfal Guindos y un no menos apoteósico Rajoy informaran del acuerdo con la UE. Por la tarde Rajoy se fue al fútbol. Incluso a primera hora del día siguiente los mercados reaccionaban también con euforia, aunque al mediodía se tornaban tristones y por la tarde lloraban. Todo en 24 horas. Qué poco dura la alegría en la casa del pobre.

Desde entonces la lluvia de presagios arrecia, sea en boca de Almunia, que habla de España más que cuando estaba en España, sea en dictámenes de las agencias de calificación de deuda, sea en las calculadoras de los mercados, que piden ya un 7% a España.

Intentar adivinar cómo estaremos dentro de una semana es inútil. Con mucha imaginación llegamos al domingo, cuando Grecia se juega en las urnas su futuro y el futuro de Europa (algunos griegos culpan de sus males a los alemanes, como siempre se ha hecho: culpar al extranjero, a otra raza, al vecino de ser el causante de las desgracias). El día siguiente, lunes, se reúne el G-20 para analizar los resultados griegos y la situación mundial, y a finales de junio nueva cumbre europea. Cumbres en las que se podría dar algún paso de gigante, pero mucho será si la zancada se queda en un pasito.

Hasta ahora, los vaticinios más negativos han acabado por cumplirse, lo que conduce a la conclusión de que todo pronóstico sombrío es acertado. Y así, es fácil creer que España tendrá que ser rescatada, que habrá neopeseta o que se romperá Europa, aunque ahora lo nieguen quienes han negado todo lo que posteriormente ha ocurrido. Y hasta es posible que un meteorito destruya la Tierra. El Armaguedón. Como poco, el Euroguedón. Si algo puede salir mal, saldrá mal, escribió Murphy. La situación actual admite un corolario: y si puede salir bien, también saldrá mal. Como para ver con tranquilidad los partidos de fútbol. Nos la jugamos por semanas, por días, por horas. Cómo corre el reloj.