Tribuna

¿Responsabilidad de quién?

CATEDRÁTICO DE LA UNIR Y AUTOR DE 'LIDERAZGO ÉTICO' Actualizado: Guardar
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Sin confianza los mercados se vienen abajo. Las malas gestiones de bancos de gran envergadura como fueron el Lehmann-Brothers, la Schweizer Großbank UBS, la Schweizerische Nationalbank (SNB) y análogamente en España los graves errores por algunos gestores de ciertas Cajas de Ahorros, han contribuido a perder la confianza en los mercados nacionales e internacionales.

Los casos más discutidos internacionalmente han sido la dimisión en septiembre del año pasado de Oswald Grübel, jefe de la Schweizer Großbank UBS porque un gerente consiguió evadir todo tipo de controles y quedarse con 1.500 millones de euros y, sobre todo, las actuaciones del 'trader loco' francés Jérôme Kerviel, que había hecho perder 4.900 millones de euros a Société Générale. En Alemania practicó de modo especial la especulación financiera y publicó su libro: 'Nur ein Rad im Getriebe' (Solo una rueda en el engranaje) en el que justifica sus operaciones fraudulentas: «Yo solo era una rueda en el engranaje», «yo solo cumplía con mi deber». Una falta de responsabilidad tremenda por no reflexionar sobre sus actuaciones. Pasividad existencial, por lo tanto, frente a sí mismo y frente a la sociedad.

¿Es esto lo que verdaderamente está ocurriendo en los mercados? ¿Son las decisiones sobre qué y cómo producir cada vez más anónimas e impersonales? ¿Solo vale la lógica del sistema? ¿Solo se trabaja para producir los beneficios más altos en el tiempo más corto posible?

La raíz última del problema, como claramente puso de relieve Aristóteles, se encuentra en saber si esas actividades financieras están subordinadas a la consecución de un fin distinto al de la pura obtención de riquezas o si, por el contrario, el único objetivo es maximizar los beneficios de la empresa prescindiendo de cualquier otra consideración. Definido el problema en estos términos hemos de preguntarnos acerca de la solución. ¿Cómo puede garantizarse la subordinación de las actividades económicas hacia aquellos otros fines, distintos del puramente económico, pero más importantes para el ser humano? La respuesta también nos la da Aristóteles pues nos advierte en su Ética a Nicómaco que se trata claramente de una cuestión ética. Tal subordinación ha de realizarse a través de las decisiones de quienes gobiernan y únicamente tendrán la capacidad para efectuarla si proceden de acuerdo a la virtud de la prudencia.

La astucia es falsa prudencia. Es la actuación táctica y carente de escrúpulos que defiende los propios intereses de modo egoísta por encima de todo. Pero hemos de precisar más. La verdadera virtud de la prudencia es la que tiende a aquellos objetivos que son relevantes para la vida considerada en su totalidad. Es la sabiduría acerca de las cosas humanas que conduce a la vida lograda. El prudente tiene el arte de saber discernir, de saber el para qué de sus actuaciones y como acostumbraba a decir el gran psiquiatra vienés Viktor Frankl: «Conocer el para qué de tu existencia te ayudará a soportar casi cualquier cómo».

No deja de sorprender que personas incapaces de asumir deberes y responsabilidades de envergadura desempeñen cargos para los que no están dotados. Hemos de saber escarmentar de los hechos deplorables del siglo pasado. El 'caso Jérôme Kerviel', y el sugerente título de su libro 'Solo una rueda en el engranaje', ofrece un cierto paralelismo con el caso Adolf Eichmann, un nazi que fue juzgado en Jerusalén por los delitos cometidos en la Segunda Guerra Mundial. La filósofa judía Hannah Arendt, que participó en su juicio afirmaba que lo terrible de este caso era que Eichmann consideraba su actuación como normal, patéticamente normal. Eso le llevó a acuñar la expresión tan profunda de la 'banalidad del mal' que indica que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen, sin reflexionar sobre sus actos.

También Kerviel parece no haber reflexionado sobre el alcance de sus actuaciones pues al ser entrevistado por un periodista diciéndole que «nunca hasta ahora un empleado de banco había causado pérdidas tan cuantiosas con sus apuestas en el mercado bursátil», Kerviel replica: «Solo pretendía ser un buen empleado, una pieza en el engranaje de mi empresa maximizando sus beneficios... Entré en una espiral en la que, con apoyo de mis jefes, siempre se ascendía más y más».

Lo que nos hace falta es una visión más profunda del comportamiento empresarial y de cualquier persona que asume responsabilidad. Por eso hemos de reflexionar sobre el soporte ético de un buen líder, de un líder con excelencia, de un aristós. Es decir, de un líder que obra con la belleza del actuar recto, con grandeza de ánimo, de hacer las cosas por los demás y no tan solo en beneficio propio, sin dejarse chantajear ni por el dinero, ni por el poder, ni por la vanagloria. Este es el camino real que a largo plazo ayuda a recuperar la confianza.