Sociedad

Los tesoros más diminutos del Museo del Prado

Exhibe 40 miniaturas de las casi 200 que alberga en su colección 'oculta'Muchos pintores se especializaron en micro retratos, solicitados por reyes, aristócratas y ricos hasta la eclosión de la fotografía

MADRID. Actualizado: Guardar
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Son cuarenta piezas, pero caben en dos vitrinas que apenas suman seis metros cuadrados. Conforman la exposición más recogida en la centenaria historia del museo del Prado, que exhibe uno de sus tesoros más ocultos y diminutos en 'Las miniaturas en el Museo del Prado'. Son lo mejor de las casi 200 piezas que constituyen su excepcional colección de miniaturas, unas joyas nunca expuestas antes. Unas sutiles obras sobre las que lleva más de dos décadas investigando Carmen Espinosa, comisaria de la exposición y responsable del catalogo razonado de esta insólita y valiosa colección que incluye una pieza de Goya, catalogada como pequeño retrato. El resto son piezas de delicados y muy especializados artistas, perfectos desconocidos para el público de hoy, pero admirados y muy cotizados maestros en su tiempo, que se disputaban casas reales, aristócratas y grandes y medianas fortunas. Practicaban con maestría el apreciado y difícil oficio de micro retrato al que 'mataría' la aparición de la fotografía y su popularización en la segunda mitad del XIX.

De las 40 piezas de la exposición, 37 son miniaturas y tres pequeños retratos. Las miniaturas, del tamaño de un sello de correos o de una moneda de dos euros en sus ejemplares más diminutos, se realizaban sobre placas de marfil, vitela, papel o pergamino con pigmentos al temple. El pequeño retrato, que rara vez supera los veinte centímetros de lado, se pintaba, por contra, con óleo y sobre planchas de cobre. Habitual en la tradición española se denominan retraticos o retratos de faltriquera.

Entre ambas catalogaciones el Prado atesora 180 piezas -164 miniaturas y 16 pequeños retratos-, cuyo grueso procede de una donación. Es un tipo de colección habitual en grandes museos europeos y americanos, dado que hasta casi finales del XIX la miniatura fue un deseado artículo de lujo entre aristócratas y familias adineradas, y habitual regalo ente casas reales que, como la española, tenían miniaturistas entre sus pintores de corte.

Genios desconocidos

El retrato de Goya de Juana Galarza de Goicoechea es el único que resultará familiar al espectador. No reconocerá nombres como los de Guillermo Duccker, pendenciero y atrabiliario amigo de Goya más tiempo en la cárcel que en libertad, José Alonso del Rivero, Genaro Boltri, José de Roxas, Cecilo Corro, o Antonio Tomasich y Haro, el maestro entre los maestros de género que trabajó hasta finales del XIX.

La pieza más antigua es un anónimo retrato de Carlos V pintado en 1540 y que se exhibe junto otro de Mariana de Austria de aire velazqueño. «Sabemos que Velázquez pintó pequeños retratos, sobre los que hay documentos, y los estudiosos sobre estas piezas aún tienen cosas que decir» destacó la comisaria, que recordó que Goya «no es un miniaturista, aunque hiciera varios pequeños retrato de sus familiares».

El primer Borbón, Felipe V, tre a España este intimista y delicado género pictórico que eclosiona con Carlos III «que se trajo a sus miniaturistas desde Nápoles», según explicó Carmen Espinosa. Los artistas alcanzan una calidad fotográfica gracias a una depuradísima y exigente técnica que convierte sus piezas en valiosísimos fetiches. Se aprecia en una de las joyas de esta insólita colección, un retrato de Luisa Carlota de Borbón pintado por Luis de la Cruz y Ríos hacia 1830, un dechado de virtuosismo y delicadeza. Reyes, aristócratas y embajadores las regalaban con motivo de bodas, compromisos, tratados o convenios.

La fotografía 'mató' a la las miniaturas, muy demandadas hasta mediados del XIX, y que tuvieron en Antoni Tomasich y Haro su último gran adalid. «Es el mejor y más moderno de los miniaturistas españoles y el único que no sucumbe al empuje de la fotografía y recibe encargos hasta su muerte en 1891» apuntó la comisaria. Espinosa aclaró que el término miniatura no hace referencia en exclusiva al tamaño de la obra, y alude también a una «técnica pictórica» sofisticada y exclusiva.

La pieza más pequeña es un retrato de Francisco I, emperador de Austria, obra de Heinrich Friedrich Füger de cuatro por dos centímetros. La más grande un 'San Miguel derribando al demonio' de 48 por 35, en este caso un cartulina destinada a reproducir en pequeños gabinetes las grandiosas piezas palaciegas. Está colgado en la segunda vitrina que incluye piezas las escuelas holandesa, francesa, británica y portuguesa.