Los equipos de seguridad organizan la limpieza de Clapham. :: STEFAN WERMUTH / REUTERS
MUNDO

Escombros y escobas en la mano

Grupos de vecinos se dan cita para limpiar las calles y retirar los destrozos mientras reflexionan sobre el origen de los altercados

LONDRES. Actualizado: Guardar
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Antony Fernandopulle, licenciado en Ciencias Biomédicas en el King's College de Londres, se gastó ayer cuatro libras y cincuenta peniques en una escoba. Llegó con ella a la esquina de Ealing Broadway, donde había quedado con sus amigos, Timothy Kauffman, licenciado en Bioquímica, y Alex Cummings, administrativo en una escuela, para limpiar el barrio tras los destrozos de la víspera.

Allí, algún aprendiz de gánster de los que han sacudido las calles comerciales de Londres y de otras ciudades inglesas había logrado empotrar un cono de tráfico en el cristal de la puerta de un centro comercial. A la derecha y a la izquierda del Broadway había tiendas con las cristaleras rotas o dañadas, un supermercado y la vivienda superior reventados por el fuego, un pub arrasado...

Cuando en la noche del lunes la cadena de saqueos -que comenzó el sábado en un barrio del norte de Londres- llegó a Ealing, en el oeste, los comentaristas de la cadena BBC mostraban su asombro, porque es una zona en general próspera. Aquí no parecían caber argumentos sobre la pobreza, la crisis o la tensión racial como detonantes de la violencia.

Aunque Kaufman y Cummings coincidían en que los saqueos son «obra de gente sin cerebro», que «está aprovechando la oportunidad», Fernandopulle, hijo de una familia de origen ceilandés, explicaba que «este Gobierno está llevando a cabo recortes y la gente en la peor situación es la que más sufre por la reducción de subsidios o el desempleo».

En Clapham, barrio relativamente céntrico de Londres, el saqueo había sido aún más salvaje. Hay imágenes de televisión en la que se ve a jóvenes encapuchados saliendo con enormes cajas de los grandes almacenes Debenhams, que se construyeron con otro nombre hace más de un siglo. Como en Ealing, aquí robaron en tiendas de caridad, rompieron cristales de restaurantes para llevarse el alcohol.

Los voluntarios de la escoba eran en Clapham unos cuantos cientos y esperaban a que terminasen su tarea bomberos y policías para barrer escombros. Hacia las tres de la tarde llegó hasta allí el alcalde, Boris Johnson, y la más discreta ministra de Interior, Theresa May. Johnson se dio su baño de multitudes elevando una escoba y clamando a los voluntarios: «Sois el verdadero espíritu de esta ciudad».

Antes de la llegada del circo político, los congregados hablaban sobre lo que está ocurriendo. Algunos lo hacían en alta voz, como un hombre y una mujer de origen caribeño, él con una camiseta del equipo de fútbol de Liverpool y ella con un gigantesco gorro con colores de la bandera jamaicana. Había que relacionar los saqueos, según él, con el hecho de que el Gobierno roba, también sube precios de la gasolina y los ministros van con grandes coches, con que cogen vacaciones.

Ella acabó adoptando las voces que daba otra mujer, ésta con el estilo 'bling' de joyería abundante y barata que gusta a los raperos gánsteres que parecieron dar tono al inicio de estos desórdenes. Culpaba al Ejecutivo -¡el Gobierno!, repetía la otra- de impedir que los padres disciplinen a los hijos. Se quejaban en su coro estrafalario de normas que impiden que los progenitores peguen a sus vástagos.

Más allá, un profesor de educación física en una escuela de Secundaria, que también era de origen caribeño pero que no buscaba notoriedad -ni siquiera quiso dar su nombre-, decía que «la familia tiene un papel muy importante» en lo que está ocurriendo, pero los remedios son «extremadamente complejos». No es, según él, «un asunto racial, sino un asunto de Londres», la «simple copia de violencia» que se ha vivido en la capital.

Porque quería experimentar la vida en la gran ciudad británica, Brooke Philips se vino hace seis semanas de New Forest, cerca de Southampton, a Clapham. Y, aunque estudió fotografía y artes gráficas, ha encontrado un trabajo regular en una tienda. Hay posibilidad de ganarse la vida con 21 años en la capital, como el caso de Philips lo demuestra.

Procedente de una familia en la que nueve personas compartían tres habitaciones, piensa que «siempre decimos que hay que ayudar en las escuelas y para encontrar trabajo, pero esto está ocurriendo desde hace muchos años». Por eso cree que «la elección es de cada uno, cada persona tiene un cerebro».