Editorial

Nota sesgada

Los países del euro necesitan poner coto al monopolio de las agencias de calificación y crear una autoridad pública propia

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La rebaja de la calificación de Portugal en cuatro escalones de golpe por parte de la agencia Moody's, advirtiendo de que la economía lusa podría precisar un segundo plan de rescate, volvió ayer a mover las piezas del dominó de los países más expuestos del euro, desdeñando los sacrificios sociales y reformas que impulsa Lisboa e incrementando la prima de riesgo tanto de España como sobre todo de Irlanda y Portugal. La reacción del presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, restando importancia pero criticando tal calificación tanto por su inoportunidad como por la magnitud de la rebaja, y su mención a que la UE estudia una nueva regulación para las agencias de riesgo solo pudo atenuar el impacto en la opinión pública. Una vez más, desde que se desatara la crisis de la deuda soberana, la actuación de las agencias de calificación contribuye a hacer realidad el peligro que señalan. Lo cual resulta especialmente inquietante si se tiene en cuenta que, junto a su función calificadora, las tres firmas que monopolizan el mercado hasta acaparar el 90% del negocio -Moddy's, Standard&Poors y Fitch- orientan también su actividad al asesoramiento inversor. La explicación de que esas firmas actúan con severidad por curarse en salud parece insuficiente o sencillamente ingenuo. Pero, a pesar de los reproches que esas firmas han merecido por su falta de rigor o por su sospechosa connivencia al mantener al alza hasta el último momento a los bancos y a las compañías de seguros que quebraron al inicio de la crisis y a pesar de las dudas que su actuación posterior ha suscitado, los gobiernos y las instituciones europeas no han encontrado la forma de corregir su comportamiento o de contrapesar su influencia. Barroso recurrió ayer a preguntarse retóricamente a qué se debe que no haya una sola agencia de calificación de origen europeo, sugiriendo que las notas puestas a los estados y entidades europeos van sesgadas por una actitud prejuiciosa o interesada. Pero mientras las calificaciones de esas agencias constituyan la referencia última en los mercados de bonos y valores, y no se ponga fin al monopolio de las tres grandes firmas o se instituya una autoridad pública que emita su propio juicio, las economías del euro continuarán aspirando a su buena consideración y temiendo sus advertencias más críticas en una situación de clara debilidad y dependencia.