ESPAÑA

LOS INDIGNADOS SE DESESPERAN

CATEDRÁTICO DE CIENCIA POLÍTICA Actualizado: Guardar
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Estamos en tiempo de transición entre el fin de ciclo de la izquierda y el comienzo del de la derecha y en medio de una crisis global descomunal, que hace que cualquier información, proveniente de los múltiples rotos de nuestro sistema global, acreciente el estado de ansiedad y malestar de cualquier ciudadano mínimamente sensibilizado. Y, con la que está cayendo, sobre todo en el terreno sociolaboral y económico, ¿qué ciudadano no está hoy sensibilizado, de una u otra forma o con mayor o menor intensidad? No es de extrañar, ni podemos lamentarnos sin rubor, de que la indignación explote en la calle o en la red. El movimiento Democracia Real ya ha irrumpido con fuerza en medio de una campaña electoral, bastante irresponsable y sin respuestas para una parte importante de la opinión pública. Ante el primer impacto y el temor a ser perjudicados en las urnas, unos y otros se han mostrado contemporizadores, receptivos y hasta identificados con estos 'indignados' de la calle. Pero, la campaña ha pasado y el ritual exige 'limpiar' las calles. El propio movimiento, voluntariamente descabezado y horizontal, se fatiga con la 'movida asamblearia' y el romanticismo utópico empieza a chocar con la dura realidad del 'a dónde vamos y cómo llegamos'. No es difícil que, en esta dinámica, de la indignación se pase a la impotencia desesperada. Y es aquí, cuando comienza el problema real para todos. Obviamente, en ellos hay mucho de hartazgo sano, falta de horizonte y frustración generacional, y hasta utopía constructiva y no han de faltar los 'pescadores en río revuelto'. Creo que son inevitables los efectos degenerativos, si ellos no se autocontrolan y las instituciones no les dan cauce.

Pero, la lección es clara. Nuestra clase política no puede seguir ejerciendo su actividad emparapetada en una instituciones y en unos procedimientos, convertidos, cada vez más, en puro ritual representativo o competitivo, sin que ello afecte a la legitimidad de nuestras democracia representativa. Esta deslegitimación radical es la que late y amenaza con ampliarse en la mecha encendida del movimiento DRY.

Nuestra clase política no debe hacer caso omiso a tantos síntomas de fatiga, aprestándose a tomarse en serio la necesaria regeneración democrática de nuestras instituciones, empezando por los partidos y sus dirigentes.