Sociedad

Marejada en Cartagena

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Hace años, cuando llegaba un barco de militares americanos estaba garantizado un 'pollo' en la calle. Había puticlubs que tenían que cerrar al día siguiente porque las chicas estaban que no podían más. Y muchas noches tenían que traer refuerzos de otros clubes de Alicante». Cartageneros de vieja cepa, esos que saben de lo que hablan porque llevan ya tres décadas viendo arribar naves de guerra de la U.S. Navy, recuerdan la leyenda follonera que rodea a los militares yanquis.

Pero todo eso ha cambiado. O no tanto...

Nada más bajar del barco, a los marineros 'les leen la cartilla'. Literalmente. Cada militar recibe al descender por la escalerilla un pequeño folleto con casi 40 normas a respetar en tierra. Los más jóvenes (entre los rangos E1 y E6) tienen que ir siempre en grupos de dos a ocho personas y con un 'tutor' abstemio. No pueden beber en las ocho horas previas a la incorporación de nuevo a sus puestos. Aun así, la sangría, las Budweiser y el Jameson con Coca-Cola corre estos días por las calles de Cartagena.

Muchos marineros tienen toque de queda. A medianoche deben de estar de regreso en el barco. Como cenicientas castrenses. El precio por quedarse en tierra es varias semanas en el calabozo y una multa de cientos de dólares. No se les permite alquilar coches (alcohol y volante, ya se sabe...). Así que las rotondas de los accesos a Cartagena y las afueras de la ciudad son terrenos vedados para ellos: aquí se mueven las prostitutas de carretera. La 'cartilla' también describe el barrio de San Antón como «un lugar de amenaza alta». Es la zona de la ciudad con mayor concentración de inmigrantes árabes. Los americanos se saben mal recibidos allí.

Pero hay cosas que no cambian...

Los militares americanos siguen vaciando en segundos las paradas de taxis con los locales de alterne como destino. Una leyenda cartagenera dice que los clubs pagan hasta 50 euros de comisión a los taxistas (ellos lo niegan) para que acerquen a los marineros que reclaman ese destino con un repetido 'chicas, chicas'. Y ni siquiera la actual debilidad del dólar frente al euro es un obstáculo para que los comerciantes cartageneros se froten las manos ante el 'tsunami' de dinero que se les viene encima.

El portaaviones 'USS George H. W. Bush', la joya del imperio norteamericano, el más moderno de los buques de propulsión nuclear de la clase 'Nimitz, es una ciudad flotante de 78 metros de altura con prisión, hospital con médicos especialistas, supermercado, cajeros automáticos... y 5.500 marineros con los bolsillos llenos y las manos prestas a vaciarlos.

70 euros por cabeza

Echaron el ancla el lunes y no se irán hasta mañana. Las reservas de habitaciones de hotel se han disparado un 25% (los mandos y algunos marineros tienen permiso para hacer noche en tierra). El cálculo de los comerciantes locales borra de un plumazo cualquier atisbo de crisis. Cada tripulante del portaaviones se gasta una media de 70 euros diarios. El triple que un turista normal. No todos bajan a tierra al mismo tiempo. Pero si lo hicieran, hagan cuentas: 385.000 euros al día en liza para bares, tiendas de souvenirs, centros comerciales... Un tesoro venido del mar para una ciudad con algo más de 214.000 habitantes censados.

A mediodía, la calle Mayor, el epicentro cartagenero de la hostelería, es ya un hervidero de acento gringo, gorras de los Yankies, camisetas de recreo de la U.S. Navy, tatuajes, ceniceros repletos de colillas de tabaco americano, rostros blancos, negros, orientales y latinos. Las paellas se amontonan en pilas, vacías y aún grasientas, en las mesas de las terrazas. Los marineros empuñan las jarras de sangría sin vasos de por medio para evaporarlas.

Adolescentes ávidos de todo.

¡Son tan críos! La mayoría no supera la treintena. Casi ni rastro de la imagen tópica de marineros corpulentos y musculados. Meoqui Skinner es pequeñito, delgado y con acné en la frente. Un crío. Y «especialista en armas, bombas y misiles» a bordo del portaaviones. Parece un chaval presumiendo de su último logro en la Play Station. Medio mexicano, medio estadounidense, con 21 añitos y ya papá de una nena de 9 meses. Ni la vocación militar ni el patriotismo fue lo que le hicieron enrolarse. Lo de servir al Tío Sam así porque sí ya no se lleva. 'Money', progresar o conseguir la nacionalidad estadounidense son algunos de los motivos para enrolarse más repetidos por los jóvenes yanquis. «Tengo que alimentar a mi niñita y sacar adelante a mi familia», suelta Meoqui antes de cambiar de tema. «Por cierto, ¿dónde hay chicas», pregunta modoso. Hasta que se lanza... «¿Tú me entiendes, verdad? ¡Llevamos mucho tiempo en el agua!» El joven marinero se despide y sube a un taxi con un grupo de amigos. La dirección: 'Miranda', el nombre popular del 'Oba-Oba', uno de los locales de alterne más sonados de Cartagena.

Pilar Barreiro camina casi flotando por medio de la calle Mayor. Se la ve henchida de orgullo. Ni en el mejor de sus sueños hubiera imaginado un arreón mayor contra la crisis. Hace 16 años que rige los destinos de Cartagena como alcaldesa. Y sonríe mientras ve pasar uno tras otro a los 'guiris'. «¡Está 'to petao'. Y unas colas en los cajeros...!», se le escapa con el entusiasmo. Aunque luego lanza el mensaje oficial: «Es una inyección económica inigualable para la ciudad».

A su lado, Jeff (26 años) mira sin creérselo el vaso de sangría que sostiene en su mano derecha. Orondo, rojo del sol marinero y del alcohol que hace horas que corre por sus venas, este joven de Carolina del Norte no había probado en su vida nada igual. «También hay fiesta en Estados Unidos, pero... ¡esto, esto es...!». Y apura el trago.

Hasta la acampada de indignados de Cartagena no ha dejado pasar la oportunidad de la marejada yanqui. Un cartel al efecto lo atestigua. En inglés, claro: «Americanos, ¡leed esto! Esta acampada es la Spanish Revolution. Luchamos por la democracia real (...) Aceptamos donativos para comida, agua... ¡Os necesitamos!». Tony mira sin mirar a la asamblea que en ese instante celebran media docena de personas. Casi se quema los dedos con la colilla del Marlboro que apura. Luce gorra de almirante y brazo izquierdo completamente tatuado. Su mano izquierda no suelta una caña de Estrella Levante. Y pone cara de póker cuando se le pregunta por la acampada. «No sé de que va, ni me importa...».

Muchos chapurrean español. Aunque todos llevan consigo una chuleta que les dan al desembarcar: «Spanish phrases». Algunas, taxativas: «Soy marinero americano de la 'USS George H.W. Bush'». Marcando el territorio. En la tienda de Mar casi hay que entrar a codazos. Regalos y souvenirs. Jennifer y Bryan son pareja. También las hay a bordo. Ella, de Puerto Rico. Él, de Nueva York. En sus manos, una figurita de un corredor de San Fermín corneado por un toro. «Ojalá vinieran todos los años. ¡Hoy triplicamos caja!», sonríe la dueña.

Pero no todo es fiesta y desparrame. En mitad de la calle Mayor está la iglesia castrense de Santo Domingo. «Vienen muchos a visitarla», dice orgulloso el sacristán en un templo casi vacío. Los marinos del 'George H. W. Bush' no faltan a otra tradición. Cuando un buque de guerra atraca en cualquier puerto, el capellán de a bordo contacta con las autoridades para 'colocar' a sus chicos en alguna labor humanitaria. En Cartagena, los marinos yanquis calmarán su resaca pintando los muros de la Casa del Niño, una residencia infantil regida por religiosas.

De noche, la ciudad duerme. Ni rastro de los americanos en los bares de copas. El alcohol y el 'toque de queda' hacen mella. En el pub 'El Trastero', Óscar recuerda todavía el año 1997, cuando tenía el pub más cerca del puerto y la ciudad fue tomada por la tripulación del portaaviones 'Theodore Roosevelt'. «El primer día hice 780.000 pesetas. ¡20 cajas diarias de Coronita y 20 de Budweiser! Mis camareros se llevaban un bote de 50.000 pesetas cada día», añora mientras baja la persiana de su bar. Mañana será otro día con el 'George H. W. Bush' en el horizonte. Cartagena no se toma en un día.

La visita del navío americano vuelve a poner a Cartagena en la 'hoja de ruta' de los grandes buques de guerra estadounidenses. Desde 2004, cuando echó el ancla el portaaviones 'Enterprise', no había vuelto ninguno. El 'George Bush' zarpará mañana hacia Italia y luego patrullará varios meses en el Golfo Pérsico.