SOMOS DOSCIENTOS MIL

DERECHOS Y ALGO MÁS

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Vengo asistiendo con notable expectación y, por qué no decirlo, alguna preocupación a las movilizaciones de jóvenes y no tan jóvenes que, con epicentro en la madrileña Puerta de Sol, se han ido extendiendo como la pólvora por todo el país y que, al menos en nuestra provincia, han congregado a cientos de personas en las más diversas plazas, el Arenal aquí en Jerez, el Palillero en Cádiz, o el Polvorista en El Puerto de Santa María.

La preocupación -entiendan que comience por ella- me surge ante el temor a que, tras todas estas concentraciones, pudiera haber existido algún tipo de mano oculta que intentara reventar el proceso electoral en el que nos hallamos. Al fin y al cabo, aunque solo son elecciones locales y en determinadas autonomías, ello no obsta para que, en las mismas, se pueda producir un importante vuelco electoral y el mismo, en condiciones normales, incluso forzaría adelantar al otoño los comicios nacionales, para los que nos queda casi un año.

Pero al margen de esa cierta preocupación, sigo las concentraciones con mucha expectación, pues esta generación de jóvenes no es la de mayo del 68, tampoco es la de las décadas de los 70 y 80 que vivimos con mucho anhelo la llegada de la democracia a nuestro país. Ni siquiera es la generación de finales del pasado siglo, que ha vivido la caída del muro de Berlín y la consiguiente democratización de la Europa del este. Es la generación del siglo XXI, con un sistema político consolidado en nuestro país y sumidos en una profunda crisis económica a nivel mundial que, en España, se traduce en algunas realidades muy nuestras tales como la altísima tasa de paro o la masiva presencia, en instituciones de todo tipo, de una clase política que se me antoja ajena a la realidad social y preocupada únicamente por ellos mismos, sus allegados y algún que otro buen amigo.

De hecho, mirándolo desde esa perspectiva, no solo creánme que entienda las movilizaciones, sino que incluso llego a solidarizarme con quienes participan en las mismas. Creo que si tuviera 25 años menos, con toda probabilidad habría pasado alguna que otra noche en la plaza del Arenal.

Sin embargo, preocupado, expectante y en gran medida muy comprensivo y solidario con las movilizaciones, hay algo que echo muchísimo de menos entre los concentrados a los que oigo hablar sobre el derecho a una vivienda digna lo cual, no solo está muy bien, sino que incluso lo garantiza nuestra Constitución. Los escucho hablar sobre el derecho a un trabajo igualmente digno, en lo que no solo estoy de acuerdo al cien por cien sino que, además como la vivienda, también está teóricamente garantizado a través de nuestro texto constitucional. Los oigo hablar sobre el derecho a ser felices -perfecto-, el derecho a unos políticos honrados -más conforme imposible-, el derecho a modificar la Ley Electoral con listas abiertas y que el voto de todos y cada uno de los españoles tenga el mismo valor con independencia de la circunscripción electoral donde depositen su papeleta -díganme donde debo firmar que ahora mismo salgo para allá-, el derecho a esto, el derecho a aquello otro, el derecho a lo de más allá...

Pero ¿y los deberes? Porque no hay manera de oírles hablar sobre deberes y digo yo que alguno habrá que aceptar, aunque sean los más básicos, tales como pagar impuestos o respetar los derechos de los restantes ciudadanos, incluido el derecho a descansar. Cuando yo era joven teníamos pocos derechos y muchos deberes. Tampoco es eso, pero teníamos deberes que había que cumplir. Algunos tan básicos como respetar a los padres, incluso con 18 años, levantarnos cuando el profesor entraba en clase, o dejar el asiento del autobús cuando al mismo subía un anciano o una mujer, sin importarnos siquiera si la misma estaba embarazada o no. Incluso teníamos que aceptar algunos otros deberes de mucha mayor complejidad, tales como servir a la Patria durante más de un año, lo cual en mi caso me llevó bastante lejos de casa, pero deberes al fin y al cabo.

Por ello mi apoyo a estas concentraciones, que prometo incondicional si en las mismas, además, alguien mentara la palabra «deberes».