DOCTOR IURIS

El niño muerto

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T enía tiempo y fui a desayunar al local de costumbre. Café y media, con paté. Sacarina. Abandonado y exangüe en la barra, un ejemplar de un diario. Al ser una cosa de nadie y de todos a la vez, le es aplicable el teorema apropiativo del rojo vivo: me lo pido al. Me senté y miré la portada. En la televisión, arriba anclada a la pared, hablaban de Bildu. En la portada del periódico, abajo anclado a mis manos, hablaba una fotografía. Al principio uno mira sin ver como oye sin escuchar. Con los ojos, pero no con entendimiento. Pero, de repente, un detalle capta tu atención. Un niño muerto. Una madre histérica. Un policía descompuesto. Una foto de premio. Me quedé atónito, era Lorca.

Una vez más se demuestra que estamos en estos prados sólo porque alguien nos deja pastar. Si Cádiz tuvo una vez un tsunami -busquen en Wikipedia, verán- Lorca tuvo días atrás un terremoto que ha arrasado la ciudad casi al ochenta por ciento y ha causado, hasta el momento, la cifra de nueve muertos como ese niño muerto de la foto, tumbado al suelo, bocabajo, al sol. Espeluznante manera de irse, por un desprendimiento de cascotes. Un niño nunca está preparado para morir, ni sus padres para despedirlo. La vida dejada de vivir, la inocencia y candidez, un niño muerto.

Y la lista. La lista de los nueve fallecidos principiaba por Antonia Sánchez, que se llamaba como se llamaba mi abuela, esa mujer de Medina Sidonia que si un cascote le caía encima, se dañaba el cascote. Y termina por María Dolores Montiel Sánchez, de 41 años, que tiene los apellidos de mi padre. O sea. De mi abuelo y de mi abuela, por ese orden. Pero la tragedia no son sólo los nueve fallecidos de la lista sino las decenas de miles de vidas traumatizadas, las casas destrozadas, los recuerdos perdidos, las fotos arruinadas, los templos y monumentos caídos, los vehículos aplastados y las televisores acampando en la calle. La solidaridad de todos no se ha hecho esperar e incluso el Gobierno ha tomado cartas en el asunto con extrema urgencia, de cara a facilitar ayudas a las víctimas y a los familiares de los finados. La gente de a pie se mueve para ayudar al necesitado pero no para votar, en un acto inmisericorde de autoayuda. Me pregunto cómo serán las elecciones locales en Lorca, donde no quedan urnas sin cascar ni papeletas sin arruga. Qué candidato tendrá el valor de pedir el voto para sí, a sabiendas de que luego vendrá la reconstrucción de la ciudad perdida, el levantamiento de una economía más hundida que la del resto. El que lo tenga, ese candidato, merece mi respeto.

Miré el reloj. Sorbí el pan y comí el café, un escaso poso oscuro que quedaba en la orilla de la taza. Le dije a Miguel que a ver cuándo pagaba y me levanté en dirección a la barra. Aún pensaba, angustiado, que ese niño muerto podría haber sido Rodrigo, mi hijo.