En Jordania. Kate, con 4 años, en Jerash, junto a su hermana y su padre. :: THE MIDDLETON FAMILY
Sociedad

El reino de los Middleton

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El Reino Unido conserva, según el historiador de la aristocracia David Cannadine, «un sistema intrincado y formal de rangos y precedencias», que lleva, por ejemplo, a publicar catálogos anuales de los cinco rangos aristocráticos (duque, marqués, conde, vizconde, barón) con orientaciones sobre «cual es la posición del hijo más joven de un barón ante el hijo mayor del más joven de los hijos de un duque».

La ubicación de Kate Middleton ha provocado confusión. Los conocedores de las viejas costumbres insisten, contra la percepción popular, en que no es la primera plebeya que se casa con un rey o heredero directo, porque también lo eran Ana Bolena (casada con Enrique VIII tras su divorcio de otra Catalina, aquella de Aragón), Isabel Woodville (reina consorte en el siglo XV) o la fallecida reina madre, Isabel Bowes-Lyons.

La confusión parece deberse al doble significado que tiene la palabra inglesa 'commoner'. En su sentido más común significa plebeyo, alguien que no pertenece a la nobleza, pero según los textos legales se puede ser aristócrata, noble, o miembro de la familia real, y ser también 'commoner', porque lo son todos aquellos que no pertenecen a los 'peers' que tenían derecho a sentarse en la Cámara de los Lores.

Ana Bolena, Isabel Woodville, la reina madre o la princesa Diana eran todas hijas de condes, 'commoners' según la ley, pero no eran plebeyas. La futura duquesa Kate (Catalina), destinada a ser reina consorte y madre del futuro rey, no tiene huella alguna en los anales aristocráticos. Es la primogénita de un matrimonio de impecable alcurnia plebeya.

La procedencia familiar del padre, Michael, situaría a sus ancestros de Leeds en la 'upper middle class' o clase media alta. Uno de ellos fue un gran comerciante en lana y tejidos, otros fueron prominentes abogados, hay en el árbol genealógico incursiones en la política. El abuelo de Kate fue piloto de línea aérea.

El Middleton que hizo fortuna en el sector textil preservó su fortuna en 'trusts' para pagar la educación privada de sus descendientes. De esa rama familiar habría llegado el dinero para los caros colegios a los que acudieron la futura reina y sus dos hermanos, Pippa y James, y que dan a esa clase media alta británica la educación y la red de amistades que les hacen ser prósperos.

De la otra rama familiar, la que desemboca en la madre, Carole Goldsmith, se escriben las descripciones más perturbadoras. No es solo que el hermano, Gary, tiene una casa en Ibiza que bautizó con el nombre de 'La Maison del Bang Bang', que ya lo dice todo, o que le hayan pillado esnifando cocaína. Lo grave es que Carole procede de una familia de mineros y que sea percibida como una arribista. La fortuna propia de los Middleton se debe sin embargo a la iniciativa de la madre, quien dio los primeros pasos para crear una compañía de venta por correo de útiles y adornos para fiestas infantiles, que llevó al marido a cambiar su propia empresa de mensajería por la ideada por su mujer, 'Party Pieces', en la que han trabajado o aún colaboran también los hijos.

Hay misterio por la aparente riqueza de los padres de Kate, porque el negocio, cuyas cuentas no son públicas porque está constituido legalmente como una sociedad en comandita, no parece capaz de generar tantos beneficios como para comprar una buena casa en el condado real de Berkshire y un piso en una buena zona de Chelsea, ir cada año de vacaciones de nieve y sol a destinos caros de los Alpes y del Caribe o mantener a los hijos en círculos tan afortunados.

Esnobismo inglés

En 'Una danza para la música del tiempo' -saga de doce novelas que transcurren a lo largo del siglo XX- se retrata la evolución incesante de amistades, carreras y matrimonios en esa franja de la baja aristocracia y la clase media alta en la que se ha gestado la boda real. El novelista Anthony Powell sentencia a unos protagonistas, los Huntercombe, con una frase memorable: «Cenar en su casa tenía solo dos virtudes dramáticas: el vino era una farsa y la comida, una tragedia».

Lacónicos de maneras y precisos en el uso de las palabras, los esnobs ingleses tratan ahora a los Middleton como a otros Huntercombe; gente sin clase, según escriben en la prensa británica algunos expertos, que repiten anécdotas siempre apócrifas sobre el rechazo que causaría en los círculos más tradicionales de esa franja social Carole Middleton, que masticó chicle en la ceremonia de graduación de Guillermo en la academia militar y que era azafata cuando conoció a su marido. Él era también azafato, aunque no provoca la misma animadversión.

La explosión comercial del negocio familiar tras las noticias del noviazgo de Kate con Guillermo y en especial desde el anuncio del compromiso ha servido para completar un retrato que no se puede probar -los Middleton no hablan con la prensa-, el de una familia de clase media que está recogiendo con ganas el fruto del éxito tras haber hecho lo posible para escalar el sistema británico de rangos. Hasta matriculando a la futura Catalina en la Universidad escocesa de St. Andrews, según se escribe, cuando se anunció que allí estudiaría el heredero.

Ayer, la excusa para la mofa fue servida en bandeja de hojalata. Aunque Catalina tendrá su ducado al casarse y todos los signos heráldicos que desee, su padre ha decidido que, aunque no era necesario, los invitados a la boda de su hija tendrán en sus manos un programa que no lleve solo los emblemas de los Windsor. El escudo de armas de los Middleton presenta tres bellotas de roble para anotar a sus tres hijos y evocar el condado en el que viven, rico en ese árbol; un chevrón -especie de galón en la heráldica- en oro para recordar a los artesanos, de origen posiblemente judío, que están en el apellido de la madre, y dos chevroneles en blanco para denotar el amor familiar por la nieve. El padre de Kate tiene ya lo que los caballeros medievales querían lucir en sus justas y lo que él ha comprado para acompañar a su hija en su primer lance con los Windsor y quizás también como sello en la futura paquetería de su empresa.

Esta familia con las ambiciones casi cumplidas y una galería de parientes que aparecen estos días en los medios -desde ancianas tías segundas que compadecen a la chica por meterse donde se mete hasta otras que hablan a las cámaras como si el envaramiento real fuese en su casa cosa ya muy antigua, pasando por peluqueros, bailarinas o gerentes de supermercado- va a encarnar en una semana el cambio de la monarquía británica, con reputación de no cambiar nunca. Los plebeyos avanzan mediante estrategias del amor y del sexo hacia la corona para imponer, tan popular como aparentemente inevitable, el nuevo reino de los Middleton.