Prevención. Dos técnicos protegidos contra fugas radiactivas en Fukushima. :: REUTERS
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El peligro nuclear aviva el drama de Japón

Las autoridades admiten que se han liberado gases radiactivos tras el accidente en la planta, dañada por el seísmoUna explosión en la central de Fukushima se suma al daño causado por el terremoto y el tsunami

FUKUSHIMA. Actualizado: Guardar
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A Japón se le acumulan los desastres. Tras el devastador tsunami que desató el terremoto del viernes, el mayor de su historia con 8,9 grados en la escala Richter, se suma ahora la amenaza de una catástrofe nuclear. Parece una de esas películas apocalípticas tan de moda en los últimos tiempos pero, por desgracia, las sobrecogedoras imágenes que escupe la realidad no se pueden reproducir ni con los mejores efectos especiales de las grandes producciones de Hollywood.

Mientras los equipos de rescate se afanan en buscar desaparecidos y supervivientes entre los escombros, los científicos luchan para impedir una explosión atómica en el reactor de una de las plantas nucleares de Fukushima, en plena zona cero de la tragedia, pero a solo 250 kilómetros al noreste de la capital nipona. El potente seísmo dañó el sistema de refrigeración del reactor, que debería haberse detenido automáticamente tras el temblor, y la temperatura ha subido hasta unos extremos tan peligrosos como imprevisibles.

Las últimas noticias animaban a la tranquildad, con todas las cautelas. El Organismo Internacional de Energía Atómica comunicó que la explosión ocurrió fuera del recipiento primario de contención, por lo que el núcleo del reactor no quedó dañado. De confirmarse esta información, se alejaría el temor a que se reeditara en Japón la tragedia de Chernóbil. En 1986, un accidente en dicha central nuclear soviética generó una nube tóxica sobre el norte de Europa cuyos cánceres y horrendas malformaciones siguen apareciendo en la actualidad. De hecho, la Agencia para la Seguridad Nuclear e Industrial de Japón ya ha reconocido que el reactor está liberando elementos radiactivos, en concreto cesio 137 e idione-131, si bien en las últimas horas los niveles de radiactividad experimentaron un descenso.

Ayer, una tremenda explosión hizo saltar por los aires los muros del sarcófago que lo cubre y dejó al descubierto su esqueleto de hierro. Cuatro trabajadores resultaron heridos y el pánico volvió a apoderarse de los aterrados vecinos de la localidad de Fukushima. Aunque el primer ministro, Naoto Kan, insiste en pedir calma y asegura que la situación está bajo control porque las radiaciones son «diminutas», ha ordenado ampliar el perímetro de seguridad en torno a la central nuclear. Antes eran diez kilómetros y ahora son veinte, lo que ha obligado a evacuar a más de 51.000 personas que vivían cerca de la planta.

Según explicó a las agencias internacionales un técnico nuclear, Ryohei Shiomi, «la central está liberando cada hora la radiación que una persona absorbe en un año». Antes de la explosión, el nivel de radiactividad era ocho veces más alto de lo normal fuera de las instalaciones y mil veces superior en la sala de mandos de la llamada Unidad 1. Siguiendo los procedimientos habituales en caso de terremotos, el Gobierno ha decretado el estado de emergencia en dos centrales nucleares de Fukushima, avivando el debate sobre los riesgos que entraña el uso de esta energía.

Con un territorio densamente poblado pero limitado y con escasos recursos naturales, un gigante industrializado como Japón no puede prescindir de sus 55 reactores nucleares, que suministran el 30% de la electricidad que consumen sus más de 127 millones de habitantes.

Consecuencias devastadoras

Sin embargo, en los últimos tiempos se han detectado varias fugas que han provocado heridos y hasta muertos y han conmocionado a la opinión pública, dividida entre los partidarios y los detractores de una energía supuestamente limpia pero letal en caso de accidentes. En 1999, fallecieron dos trabajadores cuando manipulaban el combustible nuclear de la central de Tokaimura, mientras que 600 personas fueron expuestas a radiaciones en la de Mihama en 2004 y otras cuatro perecieron por un escape de vapor, pero no radiactivo. Estos accidentes se suman a los escándalos por la falsificacion de las medidas de seguridad en la construcción de muchas instalaciones.

«Las consecuencias de una crisis atómica en Japón serían potencialmente devastadoras», ha advertido el grupo ecologista Greenpeace, que además alerta de que «una fusión en el corazón de un reactor nuclear liberaría una gran cantidad de radiactividad a la atmósfera».

Bajo la siniestra sombra de Chernóbil, el imperio del Sol Naciente revive estos días sus más terroríficas pesadillas. Curiosamente, uno de los países más proclives al «nuclear sí, por favor» es el único que ha sufrido en sus propias carnes los devastadores efectos de dos bombas atómicas, las que redujeron a cenizas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial.

Gracias a la energía nuclear, que ha alimentado su industria suministrando electricidad a las fábricas de multinacionales como Sony, Toyota y Yamaha, Japón era desde hace décadas la segunda potencia económica del mundo hasta que China le arrebató dicho puesto el año pasado. Pero es que el archipielago nipón lleva años tentando a la suerte porque su suelo se asienta sobre el llamado anillo de fuego del Pacífico, donde se concentra el 90% de los terremotos que sacuden al mundo.

Aunque sus edificaciones han sido reforzadas a base de hormigón y acero y construidas con técnicas innovadoras para resistir las embestidas de los temblores, el Gobierno japonés cree que hay un 70% de posibilidades de que un gran terremoto arrase Tokio en las tres próximas décadas. El último gran seísmo que sufrió la capital nipona fue en 1923 y se cobró 140.000 vidas, mientras que el que sacudió Kobe mató a 6.400 personas en 1995. En la Navidad de 2004, el tsunami de Indonesia causó 220.000 muertos en una docena de países del océano Índico y sus olas llegaron hasta África.

Desde entonces, en el mundo no se había vuelto a ver nada parecido hasta que, el viernes, un muro de agua de diez metros inundó la costa este de Japón y sumergió en las tinieblas a uno de los países más ricos del mundo. Y todavía falta mucho para descubrir las verdaderas magnitudes de una catástrofe natural que, en los próximos días, se puede revelar apocalíptica.