EL MAESTRO LIENDRE

GADES, PENÉLOPE

Empieza a ser sobrecogedora la falta de actividad, de movimiento, de gente, en el casco antiguo de Cádiz, bien comenzada la mañana de cualquier jornada laborable

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Las sensaciones admiten poco debate. O se comparten, o no. Y si su dueño quiere eludir el ridículo, mejor que asuma que no hay respaldo argumental posible, ni a favor ni en contra. Vaya por delante la absoluta carencia de rigor científico de la observación. Pero sea o no, existe, para algunos. Es imposible fijar el día en el que una ciudad declina, en que su vida ya no te parece tal, el minuto exacto en el que piensas que su futuro se ha oxidado. Nadie sabe sin cambian los ojos, el ánimo o el paisaje.

Nadie puede asegurar que sea cierto, ni lo contrario, nadie puede establecer cuando empieza ni en qué grado, pero Cádiz, su casco antiguo, su corazón intramuros, eso a lo que nos referimos todos cuando decimos «voy a Cádiz» aunque estés en La Laguna, languidece, parece expirar con la soledad inseparable de cada muerte.

Empieza a ser sobrecogedora su falta de actividad matinal, de movimiento, de gente. Va uno al centro, a las diez, a las once, y piensa que se olvidó de cambiar el reloj en el último cambio horario. Recorre calles, gira el cuello y se pregunta qué pasa, dónde está la gente. Casi nadie, tres horas después de que se hayan despertado todos.

Será que no tiene lugar al que ir, nada que hacer, ni con qué comprar, quizás uno solo salga de casa pronto por la coacción del sueldo o por un buen motivo. Quizás ambas cosas escasean.

Esa sensación sólo se evapora entrado ya el mediodía pero el espejismo de la presencia humana apenas sobrevive un par de horas. Reaparece otro rato, tímidamente, por la tarde y se recoge tempranísimo, para convertir cada calle en un decorado de película de miedo, con esa luz amarilla, que parece obra de Vittorio Storaro, tan hermosa para pasear y tan terrorífica con el escenario vacío. Igual es que exiliaron casi todos los centros educativos al perímetro y no hay niños, ni vida, ni perrito que les ladre. Quizás sea que uno de cada dos locales es un banco, tan vitalistas ellos. O que el centro de trabajo con más empleados de todo el centro es una tienda de Zara o una delegación de la Junta. O que las únicas colas se producen en la entrada y salida de los aparcamientos subterráneos.

Pero el aspecto mortecino contagia tristeza y desesperanza. Pero eso son pareceres. Ya se sabe que carecen de ningún apoyo racional, empírico.

El patrimonio inmaterial

Los autores de comentarios a sueldo en internet dirán lo que deben, que no es culpa de los suyos, que es responsabilidad del otro. Los que tienen la voluntad comprometida por unas siglas se revolverán como si fuera un reproche hacia su secta, pero no creo que sea obra de nadie ni que ningún vecino de la ciudad esté exento. Será por el declive industrial, por el absentismo, la baja natalidad, la Logse, la Loli o su primo... Pero Cádiz parece desangrarse por los husillos de sus calles más viejas cada día. Los borbotones son visibles porque no hay nadie que los tape. Ya sé que nunca fue Manhattan, que igual sucede también en otros centros históricos de ciudades de similar tamaño...

En lo material, en el aspecto, la limpieza, las macetas, las fachadas, avenidas, puentes y plazas todo estará mejor que hace años, indiscutiblemente, acabáramos, pero hay otro progreso, otra decadencia, esa vida real, el ir y venir, ajeno a las administraciones que no puede presentarse en rueda de prensa ni resumirse en PDF. Ahora vendrán Navidad, y Carnaval, o un mercadillo, y habrá motivos para la sensación contraria.

Parece que los aniversarios, los de la gente, no coinciden con 2012. Esta ciudad cada vez parece mejor para estar sin hacer nada, prejubilado, jubilado, para pasar los últimos años, para levantarse tarde y acostarse pronto. Pero cada vez parece peor si aspiras a hacer algo: tener un empleo, estudiar, vivir (de vivienda), vender o comprar, solicitar un servicio, prestarlo. Es probable que aún sea un placer para pasear, ni siquiera apuraíllo, pero sin un duro en el bolsillo ni perspectivas de tenerlo. Lo confirman los cruceristas, convertidos, de largo, en el colectivo social más visible en las calles gaditanas. Cuando no llegan, la vieja Gades parece la Penélope de Serrat. Y da la misma pena.

Que sólo es una sensación. Si a usted no le gusta, como diría Groucho, hay otras. Total, ninguna va a modificar la realidad.

Sea la que sea.