Los corredores trasladan los costales de abono; debajo, pelícanos. :: E. BENAVIDES/AFP
Sociedad

Mineros del guano

En la isla peruana de Macabi se produce el mejor abono del mundo, montañas de excrementos de los millones de aves que anidan en la zona

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Las montañas de guano tienen hasta tres metros de altura y despiden un olor nauseabundo. A sus pies, ajenos al penetrante aroma del detritus orgánico depositado por millones de aves durante siglos, se doblan las cuadrillas de trabajadores peruanos que han hecho de los excrementos su mejor medio de vida. Esto es la isla Macabi, un pedazo de tierra y roca colonizado por las aves, donde se produce el mejor abono orgánico del mundo.

Mineros del guano como Manuel Pizarro pican las oscuras vetas por poco menos de 400 euros al mes (el doble del salario base en Perú), en una tarea extenuante y tóxica que se prolonga de sol a sol. «El ser humano es la máquina más adaptable jamás creada. Somos capaces de adaptarnos a cualquier tipo de condición o de trabajo», presume Pizarro.

A su alrededor se agitan los piqueros de patas azules y los cormoranes guaneros que han dado forma a este desierto orgánico, oro negro con denso olor a amoníaco que abona las tierras cocaleras de la Amazonía peruana, en el valle de los ríos Ene y Apurímac, donde se emplea para estimular cultivos como café, cacao o palma y acabar con la tiranía de la planta de la coca, que agosta las tierras y convierte a los paisanos en títeres de los cárteles.

La isla es el reino de las aves. Y es así. Graznidos, batir de alas, chillidos, peleas por el territorio y por la defensa de los polluelos, conforman la banda sonora de estos islotes. Es también el reino despoblado de Juan Méndez, guardián de las islas guaneras de Perú. Méndez ha dedicado 13 años de su vida al cuidado de varias de las 21 explotaciones de guano que posee Perú en sus 3.000 kilómetros de costa.

«Es un trabajo solitario y se extraña a la familia, pero es lindo trabajar con las aves», dice. Este es su hogar. También durante el período de recolección del guano (de abril a noviembre). El resto del año su tarea consiste en informar a los guardacostas de la presencia de pesqueros furtivos que capturan de forma ilegal la anchoveta, el pescado del que se alimentan las aves. También le toca a Méndez echarse el fusil a la cara y pegar unos tiros de vez en cuando para ahuyentar a los desaprensivos que desembarcan en los peñascos con el fin de matar por miles a piqueros y cormoranes. Sus cuerpos, una vez pelados, los hacen pasar por 'patillos', ave, dicen, de un excelente sabor.

Ni cómo ni dónde gastar

Estos días, Juan Méndez ve desempeñarse en las minas de guano a sus compatriotas, venidos del continente y deslumbrados por el jornal. Su tarea empieza pronto. A las cuatro y media se incorporan en el campamento y se desayunan con una sopa de quinoa, un cereal andino de cualidades muy nutritivas. Luego escalan los peñascos con el amanecer.

Cada operario mete el guano que arranca de las montañas en sacos (costales) de unos 50 kilos de peso. Una vez llenos, son los corredores quienes se los colocan a la espalda para llevarlos al embarcadero. Cada corredor carga unos 6.000 kilos sobre sus lomos en una jornada de trabajo. Muchos son hombres de edad, tipos fibrosos y enjutos, pero fuertes como camellos.

Una vez abajo, el guano es cribado, despojado de plumas y piedras, y embolsado en otros costales. Cargados en mercantes, los sacos de guano llegan a los puertos de Salaverry y Pisco y son transportados luego a 24 grandes depósitos o silos repartidos por todo el Perú. Un pequeño porcentaje se destina a la exportación. Los cultivos ecológicos aprecian el poder fertilizante del guano y su 'pureza biológica'. Un saco de guano de 50 kilos cuesta algo menos de 50 soles (unos 12 euros).

Tras la extracción, cada zona, cada mina guanera, deberá permanecer en reposo unos cinco años, permitiendo que el excremento vuelva a acumularse, garantizando así una explotación sostenible.

Los trabajadores que se emplean en los islotes se llevan los jornales casi íntegros a casa. Aquí no hay dónde ni cómo ni con quién gastar. ¿Y cómo se llevan con las aves?, les preguntó en un reportaje de la agencia AFP el periodista Bayly Turner . Muy bien, respondieron... pese a que, en ocasiones, las deyecciones de los pájaros que les rodean caigan en el plato. «Pero es que sin aves, no hay guano», las excusa Alejandro Inga, uno de los estibadores.

Las guerras del guano

Méndez, un viejo y buen conocedor de la isla de Guanape Sur, apunta que el número de pájaros ha pasado en los últimos cuatro años de 3,2 a 5 millones de ejemplares, una cifra espectacular, pero aún muy lejos de los 60 millones que anidaron a finales del siglo XIX, cuando el guano era asunto de estado.

En efecto, Estados Unidos, lanzado a una carrera por poner en producción las nuevas tierras de sus fronteras y por expandir su zona de influencia, buscaba abono de forma desesperada por el mundo. Su Congreso llegó a dictar la llamada ley de las islas del guano, que le declaraba único propietario y explotador de aquellas formaciones que contuvieran abono y no hubieran sido explotadas. De esta forma trataron de anexionarse un centenar de islas como el atolón de Palmira, Navassa, Lobos... Hasta envió una flota para ocuparlas. La diplomacia evitó un enfrentamiento armado.

En 1865, barcos de la Armada española dedicados a la exploración tomaron posesión de estos islotes de Chincha para la Corona. Un episodio que desembocó en las batallas navales de Papudo y de Abato, el bombardeo de Valparaíso y el combate del Callao, con la escuadra del entonces brigadier Méndez Núnez, al mando de la fragata acorazada' Numancia', el navío de guerra más poderoso de su tiempo, enviado a estas aguas para poner a salvo a los navíos de los exploradores.

Y la negativa de las compañías chilenas a pagar un impuesto sobre el guano de Bolivia fue también el detonante de otra guerra en el Pacífico, en 1870. Entonces Perú podía exportar hasta 300.000 toneladas por año. Hoy el país explota 22 islas y 11 puntas guaneras, áreas protegidas por la legislación del país.

La palabra guano procede de la palabra quechua 'wanu', que significa excremento. No podía ser de otra forma.