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El hijo de la revolución

La vida de Alcalá Galiano estuvo marcada por la Revolución Francesa, que lo vio nacer, y la Constitución de 1812 que lo vio formarse como orador

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Aquel 1808, la famosa oratoria de la que ya empezaba a presumir Antonio Alcalá Galiano le sirvió de bien poco. «Es un libro de historia de Carlos V, pero no sé lo que pone porque voy a estudiar inglés», dijo a la puerta de la Aduana de Madrid, después de uno de sus viajes desde Cádiz. Esperaba que la cándida excusa de un chaval de 17 años y su apariencia -por atuendo y clase, no por bien parecido- le permitiera burlar a la pareja de inquisidores. Apunto estuvo, pero uno se dio cuenta del truco: «Este libro es de Robertson, autor prohibido por la Santa Inquisición». Y Alcalá Galiano se quedó sin la obra. Más tarde lo recuperó por mediación de su tío con el inquisidor general que aprovechó para advertirle: «¿Con que lees estos libros muchacho? ¡Pues cuidado!»

Pero ese primer encontronazo, relatado por él mismo en 'Recuerdos de un anciano', se quedó en una riña de colegio para una persona que llegó a conspirar en contra del mismísimo Fernando VII. Aunque el encuentro le permitió llegar a dos conclusiones: el odio por la capital del Reino (a la que consideraba fea y paleta) en contraposición con el esplendor de Cádiz y la decrepitud del sistema político absolutista. De hecho, si por algo se caracterizó la vida de Antonio Alcalá Galiano y Fernández de Villavicencio (Cádiz, 1789- Madrid, 1865) es por su precoz pasión por la política y su defensa del liberalismo.

Para algo era un hijo de la revolución. Y en el caso de Alcalá Galiano no era una frase hecha. Nació el 22 de julio de 1789, ocho días después de la toma de la Bastilla en la Revolución Francesa. El político y escritor gaditano simbolizaba esa nueva España que pujaba por nacer, aunque fuera a la fuerza. Él mismo lo recuerda en sus memorias: «He meditado en la circunstancia que me hizo nacer a mí destinado a vivir entre revueltas e inquietudes y a tomar una parte considerable en las de mi patria en el mes y año en que empezó en el mundo la más importante y grave mudanza que han visto todas las edades».

Es, esa conciencia de los hechos que ocurren a su alrededor los que lo hacen participar de ellos desde bien joven. Hijo de un héroe de Trafalgar, el marino Dionisio Alcalá Galiano, tuvo que ver cómo su padre se marchaba en un buque de guerra para no volver más. Con 16 años, se hizo cargo de su casa, un año después ingresa en las Guardias Marinas Españolas, con 19 años se casa con María Dolores Aguilar y en 1811 llega su hijo . Ese «niño enteco y desmañado» criado «como un niño mimado pegado a las faldas de su madre» (como él mismo cuenta) se hace un hombre rápidamente.

Una madurez mental que no se vio acompañada por su cuerpo. Las crónicas de la época lo recuerdan como un hombre «poco agraciado», a medio hacer, como él mismo reconocía: «Tengo mala letra, ando tropezando pudiendo achacarse de mi vista, de flaquearme las piernas y temblarme todo el cuerpo (.) de todo lo cual sacan motivo harto cierto de ridiculizarme».

Con firmes ideales

Pero la falta de gracia y la política no son opuestas y Alcalá Galiano lo fue todo en las ciencias de la oratoria (diputado, senador, ministro de Marina y de Fomento o representante de España en Turín o Lisboa) pero no diputado de las Cortes de Cádiz. Sí le sirvieron para conocer a lo más granado de la política gracias a las tertulias, pero, con sus 23 años, su influencia en el Cádiz del momento fue mínima. De los años del Sitio de Cádiz aprendió muchos de los ideales que luego defendió durante su vida, entre ellos su amor por la Constitución de 1812.

Otros, de su vida privada, los pasó más por alto en una etapa de tres años que sus detractores se la achacaron a lo largo de toda su vida. Alcohol, «mujeres de mala vida», compañías poco recomendables, todas sus licencias las reconoce el propio Alcalá Galiano, pero tiene para ellas una justificación. En 1815, vuelve a Cádiz desde Suiza, donde le sorprende la negativa de Fernando VII a jurar la Constitución. En el puerto lo reciben con alegría, excepto su mujer que tras cinco meses de ausencia lo daba por muerto. Al poco de llegar, se entera de la infidelidad de ésta. Una desdicha que se suma a la muerte de su madre, la traición de amigos y la pelea con su hermana. «Pensé seriamente en el suicidio pero me faltó valor, así que me entregué a la vida desordenada», como él mismo reconoce.

Se refugia en la política y comienza a conspirar en contra de Fernando VII. Tras el golpe de Riego, trae preso a Cádiz al malogrado rey para hacerle jurar la Constitución. Durante este Trienio Liberal se gana su fama de orador, de liberalista exaltado y masón. Pero sus planes se frustran y se ve obligado a exiliarse en Londres.

Regresa con 45 años y unos ideales más moderados y dispuesto a participar en el Gobierno de Isabel II. En 1844 regresa a Cádiz tras 21 años de ausencia y descubre «con extremo dolor la decadencia de una ciudad antes tan floreciente, decadencia mayor aún que la de su propia persona y fortuna».

Antonio Alcalá Galiano muere 21 años después con un fin increíblemente acorde a su vida, la política. El 10 de abril de 1865 debatía en el Consejo de Ministros la feroz represión de una revuelta universitaria cuando sufre un infarto de miocardio. Fallece un día después.