Opinion

Crónicas pisanas (11)

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Los gatos en San Giuliano son una especie dominante y extendida. Hay gatos por todos lados. Gatos pacíficos y saltarines, maulladores y silenciosos, pardos, blanquinegros, negros. Hay gatos tendidos en las sombras de las casapuertas y en los tejados, gatos trepadores y aventureros, gatos observadores y gatos amables, casi todos amables. Cada mañana, alguno me da la bienvenida camino de la parada del autobús que lleva a Pisa. Se ve que entre ellos han detectado la presencia de una familia forastera y amiga de los animales, y ha corrido el maullido de que son gente de confianza, que los niños nuevos que han llegado al pueblo son buenos y cariñosos y quieren ser sus amigos. Siempre es un consuelo dejar a la familia en buena compañía, tanto humana como gatuna.

El autobús de línea tarda poco en llegar a Pisa. Hace ya tiempo que madrugó el día. En esta época de principios de julio y en el norte de Italia, a las seis de la mañana hay bastante luz. Tengo la suerte de que la parada donde me apeo se encuentra justo en Piazza dei Miracoli, declarada Patrimonio de la Humanidad, en la que se alza el conjunto monumental más famoso, la Catedral, la Torre Inclinada y el Baptisterio, con su inconfundible estilo románico pisano. Desde ahí a Piazza dei Cavalieri, el paseo es alternativo hasta mi lugar de trabajo. Podemos tomar hasta Piazza Cavallotti y de ahí llegar a Cavalieri, o seguir más allá, hasta andar por Via Della Faggiolla y entrar directamente. En Piazza Cavalieri está el Departamento de Derecho Público en el que trabaja Franco Bonsignori, el profesor que me ha acogido durante este mes. La Piazza la preside la estatua de Cosme de Médicis y en ella se alza el Palazzo della Carovana, con su impresionante fachada diseñada por Giorgio Vasari. Más allá está el Borgo Stretto, una sucesión de calles estrechas y abigarradas, con arcadas y tiendas variopintas. Constato que hemos sucumbido a varias tentaciones textiles. Siguiendo adelante, el Lungarno, el agradable paseo a orillas del río Arno, de donde recibe su nombre, y cruzando el río por el Ponte di Mezzo, la inconfundible silueta del Palazzo Lanfranchi, sobre cuyos ladrillos se está poniendo el sol de estar tarde sofocante de julio.