La despedida de un rey estresado y sincero que cumple con su deber

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Al final del discurso de seis minutos, dijo esto: «Guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón» y solo entonces estuvo a punto de quebrarse. Con la última sílaba del discurso en el que el Rey de España anunció su abdicación, el hombre que estaba detrás del monarca dejó entrever un mínimo la presión del momento. Entonces, solo al final, dejó caer las manos sobre la mesa como si descansara de cuatro décadas de reinado o de paliar el descrédito de la institución que representa, como si se aliviara de una tarea hercúlea y zanjara un asunto que le preocupaba. En ese momento, el golpe no buscado del sello de su meñique contra la madera de la mesa que sonó medio segundo antes de que terminara la emisión –‘toc’- fue la señal sonora de un cambio de tiempo, como una claqueta del relevo en la historia de España.

En la puesta en escena, el discurso resultó un canto a la estabilidad que desde la Casa del Rey y desde el Gobierno se quiere imbuir al proceso. En la intervención no hubo planos distintos, ni devaneos en diferentes cámaras, piernas cruzadas y miradas a un lado y a otro, como suele ocurrir en el discurso de Navidad. La mañana no estaba para juegos de zoom a lo Valerio Lazarov. El monarca leyó las palabras que quiso decir a los españoles en un plano casi fijo y ejecutó su discurso desde detrás de su mesa tal y como ocurrió en el 23 F, aunque en esta ocasión no vestía el uniforme de capitán General de los tres ejércitos, sino traje gris, corbata verde, camisa blanca y gemelos.

Pese a la importancia del momento, la escena que paralizó las programaciones todas las principales cadenas de televisión resultó visualmente austera. El ‘atrezzo’ del discurso se distribuyó alrededor del centro del plano medio que en todo momento ocupó la figura del jefe del Estado con las manos apoyadas encima de la mesa.

Esa imagen hasta cierto punto estoica dotó al mensaje de un carácter sólido. Las manos permanecieron en todo momento sobre un cartapacio de cuero junto al abrecartas y los demás objetos de la escribanía, además de un ejemplar de la Constitución y un pisapapeles. Conforme avanzó el mensaje, don Juan Carlos se concedió licencias mínimas: entrelazó los dedos y abrió las palmas en momentos clave, como cuando recordó el legado político de su padre el Conde de Barcelona o cuando expresó su gratitud a Doña Sofía.

La imagen del relevo

A su derecha, las banderas de España y Europa. Detrás, la pared de madera de su despacho quedó iluminada por una aureola de luz utilizada para recortar la figura de Juan Carlos I, un recurso que se suele utilizar en televisión y que aquí pudo haber sido demasiado evidente.

A su izquierda, dos marcos de fotos, uno metálico y otro de madera, definían lo que estaba ocurriendo: en una imagen el Rey posaba con su padre, Don Juan; en otro, junto al Príncipe de Asturias y su nieta, la Infanta Leonor. En esas dos imágenes, la Casa Real retrataba el árbol genealógico de los últimos cuatro Borbones herederos y dejaba claro el paso del testigo en la Corona.

Desde el punto de vista de su significado, toda esa escena giraba en torno a la foto de Don Juan Carlos con su hijo y su nieta. El discurso acompañó el momento así: «Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando, y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana», dijo el monarca.

Este lunes, las cosas habían cambiado. La procesión iba por dentro. El experto en comunicación no verbal científica Javier Torregrosa, acostumbrado a descifrar claves que otros no ven, asistió a la despedida de un hombre con un nivel de estrés «muy por encima de lo normal». Torregrosa apoya su tesis en la parte derecha de la cara del monarca, «más caída» que la izquierda y en su ojo derecho, que lucía más cerrado. Ese detalle significaba un cuadro de estrés provocado por agentes externos (si hubieran sido internos, la tristeza se hubiera manifestado en su lado izquierdo) que no se atreve a definir pero que no son difíciles de adivinar: «Puede ser que tenga que ver con los conflictos dentro de su familia o con todas las operaciones a las que ha sido sometido», explica. «Está agotado frente a l exterior. Nunca lo he visto tan cansado», admite Torregrosa.

Las manos plantadas en la mesa ofrecen nuevas claves para los expertos. Durante la mayor parte de su discurso, los dedos de la derecha están delante de los de la izquierda. «Está controlando.

Significa que en sus emociones está actuando por su sentido del deber.

Quizás a él le hubiera gustado que las cosas fueran de otra manera», explica Torregrosa. El técnico asegura que pese a ser un discurso leído, el rey se mostró como un hombre sincero que creía todo lo que estaba diciendo. Dentro de esa contención institucional, hubo un espacio para las emociones. «En el momento en el que habla de los momentos difíciles, arquea las cejas. Es un hombre que está triste».