Julia Roberts y Richard Gere representan el ideal de Cenicienta moderna. / Archivo
Vivir en positivo

50 sombras de Cenicienta

La autora de 'Mujeres malqueridas', Mariela Michelena, hace una radiografía de la adicción a este cuento de hadas

MADRID Actualizado: Guardar
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Para hacer bien su trabajo, los cuentos infantiles han de ser crueles y extremos: los malos solo pueden ser malísimos y peligrosos, y los buenos han de tener superpoderes. Solo así pueden cumplir su función: reproducir las peores y las mejores fantasías de los niños. En su exageración, el niño se siente reflejado y por eso se identifica con sus historias. Pero a la vez, “esas cosas terribles solo pueden ocurrir en los cuentos”, y es esa distancia lo que le permite al pequeño soportarlos. Por eso necesitan escuchar una y otra y otra vez la misma historia. Saben de sobra cómo termina, se lo han aprendido de memoria, pero da igual; noche tras noche, vuelven a pedir el cuento que mejor los retrata...

Algunas mujeres no somos muy diferentes a los niños y nos gusta escuchar, mirar o leer siempre el mismo cuento. Nuestro preferido es, sin duda, “Cenicienta”. ¿Qué tiene “Cenicienta” para ser el más extendido y versionado de los cuentos? ¿Por qué sigue ejerciendo fascinación en mujeres de todas las edades? Desde la de los hermanos Grimm, la de Perrault, la inolvidable versión de Disney, “My fair lady”, “Sabrina” o “Pretty Woman”, pasando por nuestra Letizia, hasta llegar a la más reciente variación del personaje, encarnado en la Anastasia de “Cincuenta sombras de Grey”, muchas hemos crecido al amparo de alguna Cenicienta y, cada vez que podemos, volvemos a deleitarnos con la historia para calzarnos por enésima vez sus zapatos. Y es que la historia tiene un espejo disponible para cada mujer, para cada adolescente y cada niña.

Isabel está casada con Enrique, un hombre encantador que le lleva muchos años y que pone su mejor empeño en educarla (“¡por su bien!”). Cuida su vestuario, está pendiente de sus modales en la mesa y cada tanto corrige su vocabulario. Así que ella tiene la impresión de que todo lo hace mal y se siente cada vez más insegura. Gloria no tiene ese problema, porque ella viene de una familia bien en donde los modales y el buen hacer se dan por sentados, pero Miguel, su pareja, es un intelectual para quien los gestos de educación son artificios de una rémora pequeño burguesa que hay que desterrar. Así que Gloria pone todo de su parte para negar sus orígenes y adaptarse a las normas y gustos impuestos por Miguel, pero da igual: él suele tildarla de “pija” y la hace sentir desfasada y fuera de lugar entre sus amistades. (Más información en mujerhoy.com)