VIAJES | expedición en américa

Una nueva aventura, una nueva ilusión

Los ruteros pasan la noche en el Fuerte de San Lorenzo, un lugar privilegiado donde aún puede tocarse la herrumbre de los cañones utilizados por los españoles para defenderse de los ataques piratas

PANAMÁ Actualizado: Guardar
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Al caer la noche en el Fuerte de San Lorenzo, obra de los españoles de hace cinco siglos, las únicas luces que se aprecian en el campamento de la Ruta Quetzal BBVA 2013 son las de las luciérnagas, las lámparas frontales, las estrellas, y un resplandor a lo lejos. Es el Canal de Panamá, proyectando al cielo un haz luminoso que bien podría confundirse con el de una ciudad. Tiene actividad las 24 horas del día, ya que está prevista la finalización de las obras para 2014. Los pormenores de dichas labores los han conocido los ruteros a lo largo de la primera jornada de las dos que están programadas durmiendo en el Fuerte de San Lorenzo, un lugar privilegiado donde aún puede tocarse la herrumbre de los cañones originales utilizados por españoles como Pizarro para defenderse de los ataques piratas. Escenario de las aventuras de Drake y los suyos, hoy por hoy sirve para maravillarse ante un atardecer panorámico.

Para llegar hasta allí, han tenido que enfrentarse al tráfico naval, que ha convertido el paso de un enorme barco por el Canal en el acontecimiento más fotografiado el día, y un árbol que con sus grandes ramas torcidas hacia el asfalto limitaba el paso de los vehículos grandes. Los autobuses de los jóvenes, cuyos techos estaban atestados de mochilas atadas con correas, corrían el peligro de quedarse enganchados. Ni cortos ni perezosos, los integrantes de Protección Civil que abrían la marcha y Jesús Luna, director del campamento, acabaron a machetazo limpio, subidos a un coche, con la vegetación que estorbaba al más puro estilo Indiana Jones. El derribo de la rama principal, que provocó un sonoro ruido contra el suelo, acabó con vítores y aplausos.

Poco después era el momento de enfrentarse, otra vez, a las piquetas y a las varillas, para dar forma al campamento. Las explanadas de la fortaleza han sido, durante la tarde, un ir y venir de camisetas blancas -ruteros-, azules -monitores-, naranjas -médicos-, negras -periodistas- y verdes -monitores voluntarios-. Estos últimos son antiguos participantes en el programa, unidos en la asociación 'Jóvenes de Aventura Quetzal' de Panamá, y se proponen "ayudar en lo que sea" a todo el equipo. Juan Cajar es el presidente y la motivación la tiene clara. "Todos los ruteros estamos unidos no tanto por los lugares que visitamos, que cambian cada año, si no por esa transformación que experimentamos y que es común a todos los que pasan por ello", cuenta, sentado en uno de los muros de la fortaleza, de espaldas al Atlántico. Es un momento de calma, ya que los expedicionarios están reunidos con su monitor. Está completamente oscuro, hay pocas nubes, reina la calma, y en el firmamento, la vía láctea se muestra al ojo desnudo de una manera que seguramente sea nueva para muchos jóvenes de otras latitudes. Se adivina por la forma en que muchos señalan al cielo, asombrados, pidiendo referencias a los que, en las cercanías, saben distinguir la Osa Menor y otros rudimentos astronómicos. "Nos gustaba volver a vivir la Ruta Quetzal BBVA desde un punto de vista más maduro", prosigue Juan. "Imagínate, con 16 años es como si te sacaran de tu caja, estos chicos ven el cielo abierto. En mi año al principio había chicos que no se comían el pescado con vísceras que nos dieron frito en la tribu. Pero la necesidad te hace mover tu mente. Es bonito estar cerca de todo esto de nuevo", señala.

A su alrededor, los chicos, tumbados en círculos, van desgranando sus historias personales, ya que en eso consiste su actividad: conocerse un poco mejor, limar asperezas, y crear grupo. Así lo explica la monitora Cristal Fernández sobre su labor. "Es agotador, te preguntan cosas cada dos minutos, tienes que saberlo todo, atender al walkie-talkie, mover a veinte chicas, porque si no están todas no se come, y no se duchan tampoco si falta una...Y es por eso por lo que hay que reforzar esa conciencia con dinámicas", explica. A pocos metros, un joven cuenta lo frustrado que está porque no recibe en casa todo el apoyo que le gustaría para sus aficiones, ya que no las aprueban. Otro lamenta sentirse solo en un instituto donde sus buenas notas no son comprendidas por el resto de alumnos. Muchas chicas afirman tener una baja autoestima. Nada que no le pase a cualquier adolescente del mundo, pero contrasta con la seguridad que muchos demuestran en otros terrenos, como el hablar en público, dirigir el montaje de su tienda, o elaborar un trabajo académico muy por encima de su nivel educativo y edad, todas ellas capacidades que han quedado sobradamente demostradas, incluso con momentos de alarde, en lo que va de aventura.

Las confesiones llegan a su fin. Todos los expedicionarios se meten en sus tiendas y pronto el campamento está en silencio cuando son las diez de la noche. Ésta transcurre tranquila, entre ruidos de grillos -que aquí son de tres veces el tamaño de los españoles, y además de un vivo color verde-, zumbidos, susurros y pasos de los monitores haciendo ronda. La lluvia comienza a caer una hora antes de que claree el alba, pero sirve para refrescar la atmósfera asfixiante del interior de las tiendas. Y cuando Lorenzo se asoma a su Fuerte, se encuentra con Antonio Lucio, 'Tonet' y Salvador Lucio, los titiriteros de la expedición, tocando la dulzaina y el tambor con melodías para despertar a los expedicionarios. Se diría que estaban deseando levantarse, ya que casi la mitad no duda en ponerse a bailar al son de la batucada que sucede al himno de la Ruta Quetzal BBVA y que es mejor estimulante que la cafeína. Algunos incluso bailan mientras se lavan los dientes alrededor de los músicos. Jesús Luna, a pocos metros, vocea por el megáfono a los rezagados: "Comienza un nuevo día, una nueva aventura, una nueva ilusión". Parece que todo el campamento lo tiene claro.