Vargas Llosa regresa con 'La civilización del espectáculo'. /Archivo
LITERATURA | NOVEDADES

Vargas Llosa alerta contra el imperio del entretenimiento

El Premio Nobel publica 'La civilización del espectáculo', en el que arremete contra la mediocridad de la política y el amarillismo periodístico

MADRID Actualizado: Guardar
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La entronización del entretenimiento crea "sociedades aletargadas, escasamente críticas y conformistas". Quien así habla es Mario VargasLlosa, que acaba de publicar 'La civilización del espectáculo' (Alfaguara), un alegato contra la banalización de la cultura. Cree el Premio Nobel de Literatura que el intelectual tiene buena parte de responsabilidad de esa frivolidad que todo lo impregna, del imperio lo 'light' en la literatura, la política y las artes pláticas. No en vano, los escritores y artistas han sucumbido a los cantos de la sirena y en algunos casos se han prestado a ejercer el oficio de bufón y en otros se han recluido en el ensimismamiento y el hermetismo. "El intelectual del siglo XIX hizo un enorme esfuerzo por llegar al gran público.

A Tolstoi, Victor Hugo, Dickens nadie le puede acusar de devaluar su oficio por su intento de llegar a un público amplio. Con el siglo XX el intelectual se especializa, se confina y eso desemboca en hombres como Derrida, quien no tiene ningún interés en que le entiendan", asevera Vargas Llosa. Esa parcelación de conocimiento es especialmente preocupante en el campo económico. "Los economistas no saben más que de lo suyo. Cuando salen de su campo se convierten en seres ignaros", asegura el autor de 'Conversación en la catedral'. Vargas Llosa aduce que antes la función de la cultura establecía denominadores comunes, un acervo común que se conseguía leyendo determinados libros, visitando exposiciones o escuchando conferencias. Ahora todo se ha abaratado de tal manera que cualquier espectador o lector viven la ilusión de ser culto y estar a la vanguardia de todo con el mínimo esfuerzo intelectual.

Desde que Duchamp persuadió a las élites culturales de que la taza de un váter podía ser una obra de arte, han proliferado como setas los embaucadores. La dictadura de lo banal canoniza a impostores como el artista Damien Hirst, capaz de engañar a un millonario ignorante para que desembolse doce millones y medio de euros por un tiburón conservado en formol y guardado en un recipiente de vidrio. Puede tener su público, pero no produce la conmoción que supone contemplar la Capilla Sixtina.

El escritor no ve soluciones a corto plazo. El sistema educativo podía subordinarse a la tarea de formar a ciudadanos cultos, pero los mismos planes de estudio se han rendido a lo que se considera productivo. "Hay actividades y campos de conocimiento, como las humanidades, que están siendo relegados", denuncia.

Contaminación política

Ese adocenamiento de las manifestaciones culturales contamina a la política, "que se ha convertido en un espectáculo más, lo que no quiere decir que en el pasado fuera ejemplar". Ello es sumamente peligroso, pues las responsabilidades públicas pueden quedar "en manos de sinvergüenzas y mediocres, cosa que puede tener resultados catastróficos".

Para Vargas Llosa, si hay que poner fecha al fenómeno se dataría en mayo del 68, cuando el afán por democratizar la cultura se traduce en una nivelación por lo bajo que destruye la educación pública a favor de los colegios privados, algo que ocurrió en Francia.

El novelista aduce que el amarillismo en la prensa es fruto de esa autocracia de lo divertido y lo ligero. La frontera entre el periodismo serio y el escandaloso ha ido perdiendo nitidez, de modo que el primero tiene que rendirse a la frivolidad si no quiere perder su público. "Los órganos de prensa serios son cada vez menos serios", denuncia el escritor.

Como exponente de esa primacía de lo superficial, el Nobel destaca la hegemonía de la cocina y la moda. No en vano, los cocineros, los diseñadores y los publicitarios han suplantado el lugar que antes ocupaban los científicos, los compositores y los filósofos. Esa prostitución y confusión entre valor y precio obedece, según el ensayista, a la práctica desaparición de la crítica cultural, que se refugiado en las instituciones académicas. Así las cosas, la suerte de un libro o de una obra de arte ya no se dirime en los suplementos de los periódicos, sino en espacios televisivos como el conducido por Oprah Winfrey.