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Irán pide negociaciones

Prácticamente se da por seguro que las conversaciones, en vía muerta hace más de un año, serán retomada muy pronto

MADRID Actualizado: Guardar
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Entre una relativa indiferencia general, el gobierno iraní hizo saber el viernes que había contestado a la carta de Catherine Ashton de octubre pasado y que se dice listo para emprender negociaciones con el llamado G+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania).

Y hoy sábado, tras la entrevista en Washington de la baronesa Ashton, jefa de política exterior de la Unión Europea y Hillary Clinton, Secretaria de Estado norteamericana, prácticamente se da por seguro que la negociación, en vía muerta hace más de un año, será retomada muy pronto.

Hillary Clinton describió la carta, cuyo contenido conoce desde luego, como un muy buen paso adelante y Ashton dijo que debía ser cauta pero también optimista. En realidad todos conocemos el texto porque Reuters difundió lo esencial: es muy breve y dice, además de mostrar disponibilidad para el diálogo a la mayor brevedad, que la parte iraní aportará elementos nuevos. La expectación es grande y un medio tan sobrio como “The New York Times”, titula su información al respecto así: “Las negociaciones con Irán sobre el programa nuclear podrían reanudarse”.

El primer borrador

La misiva está firmada, sin sorpresa, por Said Jalili, no por el ministro de Exteriores, Alí Ajbar Salehi, lo que indica de nuevo que el asunto atómico está en el corazón de la eventual negociación porque el primero es el jefe del Programa Nuclear iraní, con rango de Jefe del Consejo de Seguridad Nacional, y depende del Guía, Alí Jamenei, no del presidente Ahmadineyad, en realidad más un primer ministro que un jefe de Estado.

No es aventurado suponer que las sanciones occidentales en vías de creciente y disciplinada aplicación al Irán en el registro energético, económico-industrial y, lo que es más importante, bancario, están haciendo mucho daño y, para decirlo rápidamente, fortaleciendo la posición occidental encabezada abiertamente por Obama de que las represalias funcionan y son preferibles a las amenazas militares.

Los críticos de este criterio, es decir la parte central del gobierno israelí, podrán argüir que ya pareció hace poco más de un año que un buen arreglo estaba cerca y nada sucedió porque, un poco inexplicablemente, es cierto, todo se detuvo por el lado iraní.

El acuerdo, presentado y defendido intensamente por los turcos, con su influyente ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu como intermediario principal y coordinador, era simple: Irán no avanzaría en sus progresos en el enriquecimiento del uranio hasta un grado de dimensión potencialmente militar porque terceros (Rusia y Francia) le proveerían de las barras de combustible atómico necesario para sus isótopos y su central eléctrica de Busher. Además, Teherán debería cooperar sin reservas con la Agencia Internacional de Energía Atómica, que avalaría técnicamente el arreglo.

El papel de la AIEA

El plan, que estuvo bien detallado y contó con el padrinazgo activo de otros Estados, como Brasil, reunía los dos elementos centrales que cualquier acuerdo final deberá cubrir: a) mantener el derecho, que reconoce el Tratado de No Proliferación Nuclear, de un país a dominar la técnica de enriquecimiento del uranio; b) que no haya ni sombra de duda acerca de que tal cosa no tiene una dimensión militar.

Esto exige un control internacional que la AIEA puede hacer, y hace en muchas latitudes, con rigor y solvencia. En realidad la agencia, que parece un poco más severa con Irán desde que el japonés Yukiya Amano relevó hace poco más de dos años al egipcio Mohamed al-Baradei, no dijo en su último informe que Irán desarrolla un programa clandestino de armas nucleares, pero sí que cada día que pasa avanza más en la investigación operativa de la técnica que podría permitirle hacer tal cosa.

La acusación de poca colaboración con los inspectores de la Agencia también subió de tono y por eso fue muy seguida la visita, relativamente detenida, que a finales de enero hizo a las instalaciones iraníes un equipo de inspectores de la Agencia encabezados por su subdirector general, Herman Nackaerts.

No fue mal la visita, si nos atenemos al escueto, pero constructivo comentario del propio Nackaerts, quien se mostró satisfecho y, sobre todo, anunció que volverían pronto, tan pronto que estarán allí mañana lunes. No parece arriesgado suponer una relación entre la nueva y prometedora visita y la carta de Jalili. Hay un calendario de hecho en marcha…

¿Esta vez sí?

Jalili deberá acordar ahora la fecha para la reanudación formal de la negociación, pero si quiere avanzar realmente deberá acogerse a la condición expuesta por Hillary Clinton: la parte iraní debe asumir que lo primero y central es el programa nuclear y sin un acuerdo al respecto no se podrá adelantar en nada, es decir, en cooperación económica, fin de las sanciones y vuelta al statu quo anterior a la crisis atómica.

No es imposible que, esta vez sí, algo decisivo se mueva. Y hay una razón adicional un poco imprevista: el tres de marzo hay elecciones legislativas en Irán y Ahmadineyad y los suyos podrían capitalizar un eventual resultado de la negociación con la promesa de que (con el fin de las sanciones y el petróleo a 120 dólares) podrá mejorar mucho la situación económica y social, muy degradada por el alza de los precios y problemas de abastecimiento. En Irán también hay opinión pública y se vota…

En fin, en Washington desean ardientemente el acuerdo y no solo porque sería un buen éxito diplomático y una contribución al orden internacional alcanzado con la cooperación de los grandes poderes de la tierra (UE, China y Rusia) sino porque aparcaría el debate en los Estados Unidos sobre qué hacer si Israel ataca por su cuenta las instalaciones atómicas iraníes. El asunto, en el fondo una falsa polémica que no toca explicar aquí, tiene un perfume pre-electoral que la parte israelí explota sin miramientos. Una mina que, sencillamente, se agotaría con un acuerdo duradero y creíble…