análisis

Siria: cómo declarar una guerra civil

No habrá resolución vinculante sobre el país en el Consejo de Seguridad porque no hay suficientes voluntarios

MADRID Actualizado: Guardar
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La embajadora norteamericana en la ONU, Susan Rice, sabe de sobra que no habrá resolución vinculante sobre Siria en el Consejo de Seguridad y no solo porque Rusia (y, en tono más discreto China) la vetarán, sino porque la eventual apertura de un espacio jurídico para una intervención internacional allí en defensa de los derechos humanos no reúne el mínimo de voluntarios.

Lo de Libia no fue en balde y la OTAN, que allí hizo el trabajo militar formal (de hecho, el esfuerzo aéreo fue sobre todo francés y británico) hizo sabe hace ya un par de semanas no solo que no consideraba nada al respecto sino que ni se le ha pasado por la cabeza hacerlo. Y se puede creer.

Todo separa a los dos escenarios, incluso la naturaleza de los dos regímenes, personales y severísimos. El del coronel Ghaddafi era una extravagancia disfrazada de originalidad política (una república en la que él no ostentaba oficialmente cargo alguno) y, en realidad, un proyecto personal de raíz clánica y tribal conforme a la composición social del país.

Del Bass al clan

En Siria el proyecto es, en teoría el del partido panárabe Baas (en árabe, “resurrección”) aunque no queda apenas nada del esfuerzo del sirio – y cristiano, por cierto – que lo fundó en los años cuarenta, Michel Aflaq, a quien los periodistas veteranos aún pudimos ver en los ochenta exiliado en Bagdad, donde los baasistas iraquíes le llamaban el camarada fundador.Técnicamente socializante y muy nacionalista, su deriva hizo de él una organización rígida y muy burocratizada, una maquinaria de expresar adhesiones, repartir prebendas y extender certificados de buena conducta.

Es verdad que el Baas era multicultural, pluriconfesional y panárabe, sin más, de modo que servía muy bien para tirios y troyanos como superestructura de una sociedad tan heterogénea como la Siria. El país es una suma problemática de comunidades religiosas (sunníes, shiíes, incluida la rama alauí de la familia presidencial, drusos y todas las variantes cristianas disponibles) y étnicas (hay casi un millón de kurdos administrativamente invisibles hasta el año pasado y un número alto, pero no cuantificado, de turcomanos).

Este hecho es inseparable de lo que está sucediendo porque toda alteración profunda, y más si es producida violentamente, implica una guerra civil con connotaciones comunitarias. Es casi imposible una yemenización del conflicto (el presidente Saleh ya ha dejado el poder, ha recibido inmunidad para él y su familia y viajó a Estados Unidos tras acordar con la oposición el calendario electoral) y es más probable su libanización: una guerra entre comunidades agrupadas en facciones. Y el régimen dudosamente perdería esa guerra en primera instancia.

La relación de fuerzas

Los portavoces de la gran plataforma de la oposición, el “Consejo Nacional Sirio” mencionan a diario la posibilidad de llegar a una guerra civil. Pero esa constatación, tan obvia, implica que hay dos bandos y, por tanto, una parte considerable del público a favor del régimen. Esa es una diferencia total con el precedente libio: en Libia no había instancias genuinas (bien populares o sociales) o de representación de intereses (la burguesía comercial) como las hay en Siria. El régimen no puede vencer y debería negociar, pero la oposición no puede imponerse sobre el terreno.

Que la comunidad internacional no quiera acudir al escenario a inclinar la balanza del lado democrático es razonable en estas circunstancias, a las que añadir la dificultad de definir la condición política de la oposición. El Consejo Nacional Sirio está presidido por un hombre, el profesor Burhan Ghaliun, desconocido para los sirios hace unos meses y hay un amplio consenso sobre la fuerte – aunque discreta – presencia de los Hermanos Musulmanes en su composición.

Este hecho, que parece avalado por la historia reciente (la Hermandad fue aplastada militarmente por el régimen en 1982 y la matanza dejó un rescoldo de odio que no se ha apagado) se sopesa también. Sunníes y animados por los éxitos electorales de sus conmilitones en Egipto y Túnez, ellos saben que los Assad y sus aliados pelearán para evitar su victoria. En este escenario, el escudo diplomático ruso, que vetará una resolución en la ONU es secundario. El drama sirio plantea un problema agudo que no es sino un capítulo más de un conflicto más antiguo, todavía de perfume colonial y dramáticamente irresuelto.