RELATOS de VERANO

El amor perfecto

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Muchos años después, frente a aquel enorme agujero en una de las plazas de la Ciudad Vieja, Ana esperó a que él apareciera de nuevo de la nada, para decirle qué sería de su vida. De nuevo.

A ella le pareció increíble que aquel boquete siguiera en el mismo sitio, ni más grande ni más viejo. Solo piedra. Las obras habían comenzado con la intención de hacer pasar el metro bajo las calles de la Ciudad Vieja. Sin embargo, nunca se concluyeron.

Hacía muchos años que Ana no pisaba aquellas cuestas, que no mascaba aquel viento salitroso, muchos años que la ropa no se le pegaba al cuerpo de aquella forma.

Volvió para encontrarle. No le costó demasiado llegar a la Plaza del Amor Perfecto. El lamentable estado que presentaba no era muy diferente del de hacía años, solo que entonces no le importaba.

Quería encontrar a aquel viejo de pelo blanco y revuelto que cada noche se emborrachaba en el Moretti, el bar que, cada noche, cerraban Ana y sus amigos.

Recordaba una en especial, una noche sin luna en que volvía a casa sola y se paró a fumar frente al gran agujero. Sintió que alguien se acercaba y tuvo ganas de salir corriendo. Pero no lo hizo.

– ¿Tienes fuego, por favor? No logro encontrarlo.

A ella no le pareció raro.

No sé cómo encuentras las palabras, pensó.

– Sí, tome.

– ¿Qué miras? ¿El intento fallido de metro?

– Sí. No. Bueno, estaba tomando un poco el aire.

– No es un buen sitio para tomar el aire. ¿Aún no has visto ninguna rata?

– No. ¿Debería?

– Hay unas cuantas. Ocho por habitante, dicen.

Sonrió.

– Siendo así, alguna de las mías tendré que ver.

– No eres de por aquí, ¿me equivoco? ¿Sabes cómo se llama este sitio?

– No.

– La Plaza de Amor Perfecto.

Vaya, menuda casualidad, pensó. De eso venía huyendo, como casi siempre que se huye. Del amor. O peor aún, del amor perfecto.

Cuando llegó a la Ciudad muchos años después, buscando a su particular profeta, empezó a dar forma a las frases que nunca pudo olvidar. ¿Quién se iba a creer aquella historia de la plaza?

Ahora lo tenía delante, y seguía sin poder creerlo.

– ¿Del Amor Perfecto? Será un chiste.

– No, no. Este es el sitio. Si lo encuentras, lo encuentras aquí. O lo traes aquí, lo que prefieras.

– ¿Y cuál es el amor perfecto?

– Cuando lo encuentres…

– Lo sabrás, ¿no?, no me joda.

– Tú te crees muy lista, Ana. Disfrútalo, porque lo eres. Pero con el tiempo, comprenderás.

En cada esquina, con letreros luminosos y puertas de colores, un prostíbulo.

– ¿Y cómo sabe mi nombre?

– Ja, qué no sé de ti. No te ofendas, pero la Ciudad es muy pequeña, sobre todo de noche. Ese amigo tuyo, es muy simpático, pero no es para ti. Seguirás tu vida, tus cosas, acabarás tus estudios y quizá hasta tengas un hijo. Y aunque tu vida te guste, acabarás por volver a la Ciudad Vieja. A buscar.

– ¿A buscar qué?

El tipo del pelo blanco no apareció. Pero ella había vuelto para encontrar algo y lo tenía delante.

Una de las cuatro puertas se abrió, dejando escapar los versos de una canción antigua.

El amor perfecto, la boca de rosa, la cara pintada y el cuerpo de un hombre. El amor perfecto, un gran agujero rasgándote el alma y cuatro salidas que también son entradas. El amor perfecto, lo tuviste ayer. Se escapó, no corras, no lo podrás coger.