TSUNAMI EN EL PACÍFICO

Tokio se sumerge en la penumbra y la escasez

Los continuos cortes de electricidad y el racionamiento de gasolina ofrecen una imagen insólita de la bulliciosa capital nipona

OSAKA Actualizado: Guardar
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Días tenebrosos en Tokio. Hace frío, el cielo está encapotado y sopla un viento huracanado del norte que trae no solo malos augurios, sino probablemente también las partículas radiactivas liberadas a la atmósfera por las fugas en la siniestrada central de Fukushima. Reflejado en las ventanas de los rascacielos al atardecer, un sol más anaranjado de lo normal recuerda la amenaza del crepúsculo atómico que pende sobre Japón.

Mientras 180 kamikazes se juegan la vida en una misión suicida intentando enfriar los reactores entre los escombros de Fukushima, la capital nipona se encuentra al borde del colapso. En este país donde todo funciona a la perfección, basta con que falle una pequeña pieza para que el sistema salte por los aires. Y las piezas que han fallado son muy grandes.

El peor terremoto en la historia moderna de Japón, con una magnitud de 9 grados, desencadenó hace una semana un devastador tsunami que se puede haberse cobrado más de 17.227 vidas y borrado buena parte de los 2.100 kilómetros de la costa oriental. Debido a los daños sufridos, el Gobierno ha cerrado 11 de las 54 centrales nucleares, que aportan en total el 30% de la electricidad. Otras plantas térmicas de carbón también han quedado inutilizadas.

A la psicosis por el riesgo de un nuevo desastre nuclear como el de Chernobil se suman los daños que el terremoto y el tsunami causaron en autopistas, instalaciones eléctricas y refinerías, que están dejando a Tokio sin luz ni gasolina. Racionada desde el miércoles, cada coche no puede repostar más de veinte litros. Ante las estaciones de servicio se forman colas kilométricas en las que los conductores aguantan pacientemente y sin hacer sonar el claxon, demostrando una vez más el exquisito civismo de los japoneses, su estricta y ordenada mentalidad y una capacidad para aguantar las más severas adversidades a prueba de bombas. Incluso atómicas.

Reducir el consumo

Según las primeras estimaciones, la producción de electricidad, que asciende a 240 gigavatios, se ha reducido entre un 10% y un 40%, al menos temporalmente, por el impacto del terremoto y el tsunami. Como el consumo no ha disminuido, el Gobierno ha establecido cortes rotatorios de luz en numerosos barrios de la capital. Las interrupciones duran tres horas en cada zona y se pueden prolongar hasta seis meses. Pero la medida no ha sido suficiente y las autoridades ya se están planteando un gran apagón si los tokiotas no se aprietan el cinturón y reducen el consumo de electricidad.

La advertencia es una prueba más del colapso del desarrollista modelo japonés, basado en el consumismo a ultranza y la pasión por la tecnología y la electrónica. Tokio, una megalópolis de más de 30 millones de habitantes plagada de rascacielos y luminosos de neón, puede quedarse a oscuras.

Cierre de fábricas y colegios

Para impedir que el gran apagón se sume a las tres tragedias anteriores -terremoto, tsunami y fuga radiactiva- han detenido la producción en sus plantas multinacionales como Toyota, que dejará de fabricar 95.000 coches. Las empresas han enviado a sus operarios a trabajar a casa para que no viajen en tren o metro, ya que la escasez de energía ha obligado a cerrar varias líneas. Entre los pocos que siguen acudiendo a las oficinas, algunos se quedaron ayer atrapados en el centro de la ciudad por el corte de trenes y metros y se vieron obligados a pasar la noche en hoteles al no poder regresar a casa. Para ahorrar el combustible de los autobuses, las escuelas también cierran sus puertas y devuelven a sus casas a los niños, cubiertos por capuchas de colores que les tapan también los hombros para protegerse de la radiación.

«Claro que estamos asustados porque la situación es muy peligrosa, pero no hemos pensado en marcharnos ni en hacer acopio de víveres porque confiamos en que el Gobierno resuelva el problema», asegura a contracorriente una pareja, que prefiere no desvelar su nombre, en un supermercado. Frente a su cándida opinión, millones de tokiotas se han refugiado en sus casas después de vaciar las estanterías de las tiendas, en muchas de las cuales ya no quedan alimentos de larga caducidad, botellas de agua, pilas, linternas ni velas.

Tokio, una de las ciudades más bulliciosas del mundo, presenta un inusual panorama de calles despejadas, avenidas sin atascos y restaurantes y comercios cerrados. «Antes del tsunami ganaba al día unos 35.000 yenes (316 euros) y ahora no llego a los 12.000 (108 euros)», se queja Tanaka, uno de los 65.000 taxistas de la capital japonesa. Al caer la tarde, cuando las calles se quedan desiertas y a oscuras, interminables hileras de taxis permanecen aparcados a la espera de clientes que no llegan. De noche, Tokio parece una ciudad fantasma en la que sopla un escalofriante viento atómico que procede del norte, de las ruinas de Fukushima.