LLENOS. Los burdeles alemanes están saturados de clientes. / EFE
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Las autoridades alemanas no perciben la llegada masiva de prostitutas del este, pese a que los burdeles están llenos

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En vísperas de la fiesta inaugural del campeonato mundial de fútbol, las autoridades alemanas y los máximos responsables de la FIFA y del Comité organizador recibieron un mensaje alarmante del Vaticano. La Santa Sede unió su poderosa voz a las denuncias de Estados Unidos y de la Unión Europea y exigió que Alemania levantara una ominosa tarjeta roja a la prostitución. «Utilizando el lenguaje del fútbol, creo que deberían mostrarse algunas tarjetas rojas a esta industria, a sus clientes y a las autoridades que organizan el evento», dijo el arzobispo Agostino Marchetto, el mayor experto en inmigración del Vaticano.

«Las mujeres se convierten en mercancía para comprar, cuyo costo es menor que una entrada de un partido de fútbol», insistió el prelado al recordar que unas cuarenta mil mujeres serían forzadas, según las informaciones manejadas por la Iglesia, a ejercer la prostitución durante el torneo.

Cuando Ulrike Sweden, una alta funcionaria de la policía de Hamburgo, escucha la cifra de cuarenta mil mujeres y las denuncias que condenan la prostitución, sólo se limita a sonreír. «No sé de dónde ha salido esa cifra», dijo la funcionaria durante una entrevista. «Pensamos que habría una mayor oferta de mujeres, pero no se ha producido. La situación es normal, aunque los locales establecidos, como es lógico, tienen más clientes por la afluencia de turistas».

Cuando los preparativos de la Copa del Mundo entraron en su recta final, a finales del año pasado, las autoridades alemanas y la dirección del Consejo alemán de Mujeres denunciaron que unas cuarenta mil mujeres, en su mayoría procedentes del este europeo, serían introducidas ilegalmente en el país para ser forzadas a trabajar como prostitutas. Aunque nadie pudo o supo mencionar el origen de la moderna trata de esclavas, la cifra tuvo un impacto mundial. La Unión Europea condenó el mercado ilegal de seres humanos y exigió al Gobierno alemán, al igual que el Departamento de Estado en Washington, que tomara cartas en el asunto para impedir el comercio humano.

Pero cuando ya ha transcurrido una semana del torneo, todavía los poderosos aviones AWAC de la OTAN no han podido registrar desde el aire la entrada furtiva de columnas de mujeres al país, ni tampoco las respectivas estaciones de policía fronteriza que tienen la delicada misión de vigilar la larga frontera que tiene Alemania hacia el este. «Todo es normal», admitió un funcionario de la policía fronteriza, que, al igual que su colega de Hamburgo, aún no entiende el escándalo que se produjo a causa de las denuncias que finalmente no han podido ser confirmadas.

La otra diversión

Desde hace una semana, Berlín, la capital alemana, está inmersa en una fiesta permanente y, cada tarde, la 'milla del aficionado' es visitada por decenas de miles de seguidores que llegan al lugar para presenciar los partidos de fútbol en cinco pantallas gigantes que están colocadas a lo largo de los 2,3 kilómetros que mide la zona.

«Cuando termina el deporte, muchos turistas buscan otro tipo de diversión», admitió una funcionaria de la organización Hydra, que se ocupa de dar protección y consejos legales a las prostitutas de la ciudad. «Los locales tradicionales están repletos y las mujeres que trabajan en solitario en pequeños pisos tienen problemas, ya que sus clientes habituales prefieren ver los partidos por televisión».

Artemio, el prostíbulo más grande y lujoso del país, es el más visitado de Berlín. Si se cree al periódico 'Bild', Josephine Conte, jefa del salón de masajes 'Bel Ami', apunta que el local necesita con urgencia personal de refuerzo. «De preferencia, chicas que hablen otras lenguas», explicó. «Ocho mil prostitutas trabajan en los cuatrocientos burdeles y salones de masajes que hay en la ciudad, demasiado pocas para el medio millón de turistas que ha llegado a Berlín», señaló el periódico en un artículo reciente que llevaba un título apropiado a las circunstancias: «Todos los burdeles están repletos».