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Mao, símbolo del capitalismo

El culto a la personalidad del 'Gran Timonel' se ha convertido en puro negocio. El revolucionario chino es el icono del consumismo salvaje de su país

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COMO un Gran Hermano de ojos rasgados que todo lo ve, su retrato preside la entrada a la Ciudad Prohibida de Pekín. A pocos metros, en el mausoleo de Tiananmen, su cuerpo embalsamado aún atrae a millones de chinos que le rinden pleitesía. Desde Sichuan, hasta Urumqi, la remota región del oeste de mayoría musulmana, es rara la ciudad o el pueblo que no haya levantado una estatua en su honor en su plaza central.

Alrededor de todas sus estatuas, sin embargo, también es habitual encontrar un enjambre de vendedores ambulantes dispuestos a asaltar a los visitantes con los más inverosímiles souvenirs del líder comunista: monedas con su efigie, chapas e insignias con sus hazañas más celebradas, pósters con motivos revolucionarios y, por supuesto, su archiconocido Libro Rojo. Como no podía ser de otra manera, todas las compras se realizan con seis tipos de billetes en los que su semblante, idealizado hasta la benevolencia, está siempre presente.

Y es que, cuando están a punto de cumplirse treinta años de su muerte, que tuvo lugar el 9 de septiembre de 1976, la figura de Mao Tsetung continúa siendo inevitable. La pregunta es ¿es éste el mismo Gran Timonel que encabezó la revolución campesina que acabó imponiendo un Estado socialista en la nación más poblada del planeta?

Evidentemente, no. Esta China dista mucho de la humilde sociedad campesina y proletaria a la que, uniformada con su característico traje Mao, el «bienamado presidente» abandonó en sus arcaicas labores hace ya tres décadas. Tras un cuarto de siglo de reformas por las que el coloso oriental ha pasado del comunismo atroz al capitalismo más salvaje, el culto a la personalidad de este régimen totalitario se ha convertido en un rentable negocio de 'merchandising'.

Paradoja

Con Mao transformado en el principal icono de ese consumismo, la máxima expresión de tan singular paradoja se localiza en su pueblo natal de Shaoshan. Desde 1951, su casa es destino obligatorio para los turistas chinos. Por esta sencilla vivienda de ladrillo y techo de paja, orientada hacia un bucólico lago, pasan cada año cerca de dos millones de visitantes. En torno a esta cuna de la «ideología socialista con características chinas» han proliferado decenas de tiendas donde se explota la figura de Mao. El repertorio de artículos es tan amplio como limitado temáticamente: estatuillas, bustos, adornos colgantes con su fotografía, relojes, gorras, bolsos, vídeos, libros, cartas, platos, cuadros de madera con caracteres en mandarín y un largo etcétera de regalos con una estética tan kistch como absolutamente inútiles.

«El objeto más vendido es la estatua de Mao de 90 centímetros, que cuesta unos 400 yuanes (40,83 euros)», explica Zhang Jianping. «A los campesinos le gusta comprar este tipo de cosas porque piensan que Mao es como un dios que les da suerte», continúa este joven empresario que ha decidido montar una tienda dedicada al Gran Timonel porque «es un buen negocio».

La tienda le reporta unos ingresos mensuales de 6.000 yuanes (612,39 euros). Una fortuna en China, aunque aclara que sus beneficios se reducen a entre 1.000 y 2.000 yuanes (entre 102,10 y 204,15 euros) una vez que han pagado todos los gastos.

Su artículo más caro es una estatua a escala real que vale 4.000 yuanes (408,38 euros), mientras que lo más barato son los amuletos que el 90 por ciento de los conductores de la provincia de Hunan cuelgan en sus coches para que el Gran Timonel, reciclado en santo patrón de los automovilistas, les guíe en su camino.

El negocio está tan estructurado, que todos estos artículos son fabricados por una factoría cercana que luego los suministra a las tiendas, unidas en una cadena comercial.

El vecino museo, próximo a una gran biblioteca especializada en Mao, ofrece una idealizada y propagandística visión de su obra, profundizando en sus logros militares y políticos y obviando, por supuesto, la hambruna que causó el Gran Salto Adelante (1958-60) y las atrocidades cometidas en la Revolución Cultural.

«Es maravilloso»

«Mao es un personaje maravilloso porque unió al país y construyó una sociedad totalmente nueva, pero también cometió errores», intenta excusar tan flagrante 'olvido' histórico Li Wenju, un profesor universitario que hace especial hincapié en la defensa del socialismo que abanderó el Gran Líder.

Tras preguntarle si el Gran Timonel estaría de acuerdo con los cambios económicos que han convertido al gigante asiático en uno de los países con más crecimiento pero más desiguales del planeta, se limita a contestar encogiéndose de hombros: «No entiendo de política, yo sólo he estudiado dirección de empresas».

Al igual que Li Wenju, el régimen chino también parece haberse olvidado de la causa comunista para abrazar un frenético desarrollo que ha transformado al coloso oriental en la cuarta potencia económica del mundo y ha sacado a 300 millones de personas de la pobreza, pero que ha agrandado las diferencias sociales y ha dejado desatendidos a 800 millones de campesinos.

Aunque su orientación política no tiene ya nada que ver con las directrices marcadas por Mao, la nueva generación de líderes chinos aún necesita glorificar su figura para perpetuar su poder y controlar a la sociedad china desde la contradictoria «economía socialista de mercado».

Eso sí, el fundador del comunismo chino sigue siendo reverenciado en el mundo rural, en nombre del cual se hizo la revolución, y que apenas se ha visto beneficiado por el crecimiento de China porque su renta media es tres veces inferior a los ingresos urbanos.

«La nueva China que hemos heredado se la debemos a él, que era un campesino como nosotros y se convirtió en el presidente del país», explica Xiao Fen Yuan, quien no dudó en colgar un cuadro de Mao en su vivienda para celebrar la llegada del Nuevo Año Lunar a finales del pasado mes de enero.

Alimentar la 'maomanía'

Para evitar que estalle este constante foco de tensión, en el que se registraron el año pasado 87.000 revueltas populares motivadas por la corrupción, los abusos de poder y la expropiación ilegal de tierras, Pekín prefiere continuar alimentando la maomanía, pero desligada de cualquier debate ideológico y reduciendo al Gran Timonel a un reclamo turístico.

Una atracción tan rentable, que el Gobierno ha puesto en marcha una red de rutas de «turismo rojo» que, explotando los lugares más emblemáticos del Partido Comunista, generará en los próximos años la friolera de 100.000 millones de yuanes (10.234 millones de euros). Como dijo Deng Xiaoping, el artífice de las reformas capitalistas tras la muerte de Mao, «gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones». O que gane millones, diríamos hoy.