la última

Canción de otoño

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Los prolongados sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón de una monótona languidez», escribe Paul Verlain en los primeros versos de su poema ‘Chanson d’Automne’ (1886), bella composición en la cual suenan los lamentos del otoño de tal manera que ninguna de sus múltiples traducciones ha podido reproducir. La poesía siempre recuerda que en su origen fue canción, y ésta se emitió por casi todas las radios de Francia el 4 de junio de 1944 para alertar a la Resistencia del inminente desembarco aliado, si bien Churchill sostenía que la misma estaba más bien compuesta por españoles y judíos, pero como diría Moustache, ese entrañable personaje de Billy Wilder, «eso es otra historia». Recién entró el otoño en la etapa postrera de los festejos del bicentenario, quizás tiempo de hacer un primer balance de la efemérides más deseada por nuestra ciudad, como éste de momento no parece en exceso halagüeño, prefiero reflexionar sobre el pasado. Por un lado, el sitio de Cádiz en el curso de una contienda llamada por los ingleses «guerras peninsulares» y en los libros escolares de nuestra infancia «de la Independencia»; para muchos historiadores se trata del inicio de una secuencia de enfrentamientos internos con intervenciones oportunistas extranjeras que nos arrojaron al Tercer Mundo. Perdedores de esa primera contienda civil fueron los Ilustrados o «afrancesados»: intelectuales, pequeña nobleza culta y la burguesía, con personajes de la talla de Campomanes, Floridablanca, el Padre Feijó, Jovellanos y Moratín; quienes consiguieron que Carlos IV traicionado por su hijo cediera el trono a un Bonaparte heredero del ideario de la Revolución. Vencieron los fernandinos: la nobleza rural y la Iglesia, al grito de guerra «Vivan las Cadenas», y aliados de los ingleses. Cádiz estuvo con ellos a causa del despliegue territorial del conflicto.

Otra historia es la constitucional. En 1808 se promulgó la de Bayona; en un Cádiz tomado por los fernandinos se redacta una réplica que recoge a titulo enunciativo sus principios pero comienza proclamando que la Nación no reconocerá más rey que al narizotas, el peor monarca jamás padecido. Luis Mora-Figueroa sostiene que el desenlace de esa historia desmanteló la España moderna. De últimas éste también es el otoño de quienes escuchamos ese cuento de «las bombas que tiran los fanfarrones», ya en la edad roja del olvido, tiempo para las partidas finales, en palabras de otro poeta, Joan Margarit, «con las cartas marcadas de la vida».