NADANDO CON CHOCOS

Agua va

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En la Gran vía llueve pesado, plomizo y frío; llueve en seco, casi como lágrimas de mercurio, como un compás estúpido de parabrisas en el atasco y al penúltimo romántico se le antoja aburrido el espectáculo. Se le cuelan a traición por debajo de la puerta de las neuronas los divertidos espectáculos del caos del chaparrón gaditano o donostiarra, con esa levantera o ese noroeste que hacen que llueva, no de arriba a abajo, como en Francia, sino en tres o siete dimensiones, con esa caótica coreografía de gotas contra la que no vale el paraguas.

Llueve cobre mojado en Madrid. A los leones del congreso se les caen ya los mocos. El suelo resbala en campaña electoral y a los zapatos de la crisis les cuesta encontrar un punto de apoyo. Caminar por este mundo es intentar un sprint en una pista de hielo en cuesta. Han caído seis litros por urna cuadrada, entre la borrasca del rápido Pepiño, las cien propuestas de Rajoy, los puñeteros mercados y ese cielo panza de burra, de los de nevada, bajo el que se mueven dos candidatos enzarzados en agarrada pelea, como una lucha de monos rabiosos de los que no se sabe quién fue el primero que dio la bofetada.

Excursionistas, en España va a hacer frío, mucho frío. Los agoreros quieren apagar el fuego de la esperanza de la paz en el norte y las reservas de esperanza están agotadas hace tiempo en el sur. A muchos no les queda ni un sombrero que agarrarse en la tormenta. En los epílogos de este otoño, quizás a Juan le quede tras su barra un plato caliente de garbanzos con adobo y un vaso de cerveza para servir a un amigo con sed y hambre. Una chanza, un ‘mira tú por dónde’, una palmada en el hombro. Cuentan que el tipo sigue sonriendo. Cádiz ya demostró que el sol siempre termina ganando a las sombras. Sabio maestro; difícil teorema.