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Jobs (trabajos)

De lo que no cabe ninguna duda es de la ingente cantidad de riqueza creada por este hombre

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Lo último que puede decirse de la muerte del fundador de Apple, Steve Jobs, es que sea una noticia irrelevante. Como alguien destacó, varios cientos de millones de personas se enteraron de su fallecimiento a través de un artefacto diseñado por él. Son (o mejor dicho, somos) legión los que han ponderado el talento del personaje, su aportación innovadora a la tecnología de la información y a través de ella a nuestra forma de entender el mundo y de relacionarnos con él. Quien lleva años trabajando con sus máquinas, extrayendo de ellas todo lo que dan de sí, y disfrutando de la belleza y la simplicidad de su diseño, se ven fatalmente inclinados a esta suerte de fascinación, que para otros raya en el fetichismo o el fanatismo quinceañero.

Otros, en efecto, se han aplicado a subrayar en los últimos días el lado oscuro de Jobs. Su mesianismo, su arrogancia intelectual, su autoritarismo o su aprovechamiento de la mano de obra barata que fabrica y ensambla en China los productos de Apple. Para ellos, Jobs no pasa de ser un listo que supo embaucar a muchos, una especie de flautista de Hamelin que arrastraba en su pos a una caravana de incautos a los que había logrado reducir a la incapacidad más absoluta para apreciar otras soluciones, a veces mejores, existentes en el mercado.

Cada uno tendrá su visión personal, y posiblemente esté relacionada con el teléfono móvil que lleva en la chaqueta o con el ordenador que reposa sobre su escritorio. El retrato completo de un hombre, y esto vale no solo para Jobs, ha de realizarse a partir de la semisuma de los elogios y los denuestos que recibió en vida, y no necesariamente son los primeros los que señalan su valía ni los segundos los que revelan sus carencias y sus limitaciones. En todo caso, juzgar al prójimo es deporte frívolo y vano, contra el que no solo previene el Evangelio, sino la imagen que a cada uno le devuelve el espejo todas las mañanas.

De lo que no cabe ninguna duda es de la ingente cantidad de riqueza creada por este hombre, y de forma especialmente intensa en estos últimos cuatro años de crisis económica global. Es posible que las condiciones de vida en las fábricas chinas de Apple no sean envidiables, pero es evidente que sin fabricar iPods ni iPads ni iPhones sus operarios seguirían viviendo una vida dura, solo que mucho más pobre. Y podrá discutirse si el MacBook es la mejor opción de portátil (con uno estoy escribiendo esto, por cierto) pero lo que nadie podrá negar es que haber vendido millones de ellos es algo que merece un respeto.

Lo que queda, y nadie puede discutir, es que Steve Jobs, haciendo honor a su apellido, dio trabajo y salario a mucha gente que sin él no lo habría tenido. Cómo lo vamos a echar de menos. Cuánto necesitamos a gente como él, arrogante y todo.