opinión

De Tejero a Gadafi

Algo debemos a la televisión a la hora de ayudarnos a hacer un juicio sobre determinadas personas

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No creo que una imagen pueda sustituir a una palabra, ni en singular ni en plural. Sí creo, sin embargo, que para aquellos que han decidido no emparentarse con ellas las imágenes de la televisión pueden hacerles ver enseguida lo que un buen artículo o un reportaje te dice con claridad y honradez intelectual. Algo, no mucho la verdad, debemos a esta televisión del siglo XXI. La tele tiene mal acomodo con la carcundia política; la televisión se asocia mal con los sátrapas desequilibrados. Algo debemos a la televisión a la hora de ayudarnos a hacer un juicio sobre determinadas personas. La casualidad ha tenido el capricho en emparejar dos acontecimientos muy lejanos, pero con resultados idénticos vistos desde la televisión: el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y la patética aparición de Gadafi vestido como un portero de cine de la Gran Vía de Madrid en los años sesenta (qué bien y con qué facilidad encuentra Manuel Alcántara similitudes incontestables).

Cuando vimos a Tejero entrando en el Congreso pistola en mano y dando gritos donde solo se escuchaba con nitidez las palabras suelo, sesienten y coño; cuando lo vimos, digo, pensé: ¿Quiero yo esto para mi país? Sabía de antemano que no. Pero esa imagen de guardia civil indisciplinado tuvo que dar resultados concluyentes en aquellos que tenían dudas, que eran bastantes más de lo que creemos 30 años después. No, no seamos ingenuos. Tan solos no estaban.

Viendo a Gadafi por televisión, su cara, su perilla, su peinado, la manta de cabrero con la que se cubre, su voz, sus gestos y sus ojos uno piensa: vale, es suficiente. Podría quitarle el volumen al televisor y concluir en 20 segundos: está loco. Otra cosa es cómo un loco lleva gobernando Libia más de 40 años; cómo un loco, que además era y es un terrorista y un genocida, se ha sentado en el G-8 al lado de Obama y cómo regaló un caballo a un sonriente Aznar que le daba la bienvenida al club de la naciones serias en suelo libio. Pero esa es otra historia que se explica solo con una palabra: petróleo.

Eugenio Trías suele citar a un filósofo alemán que esbozó la teoría de que «ética y estética son lo mismo». Lo pienso al ver a Gadafi envuelto en indescriptibles ropajes y agitando, delirante, el libro verde que él escribió. Ética y estética. Lo pienso mientra veo como en bucle cansino las imágenes de los chuscos golpistas entrando en el Congreso. Lo pienso, aunque con resultado diferente, cuando veo a un hombre digno como Gutiérrez Mellado mantener la compostura ante los empujones de los sicarios. Ética y estética. Lo terrible es cuando el mal viene enmascarado y cuando tiene la capacidad de producir fascinación. La televisión, por fin, nos ha hecho un gran favor. Solo con ver las imágenes del 23-F y las del discurso de Gadafi uno desea vomitar. Pura repugnancia. Y sin leer una letra.