EL DEDO EN EL OJO

No seas animal tú

La campaña de la Junta contra los piropos hace lo que censura en otros: faltar al respeto y acosar

Captura del vídeo «No seas animal», que ha difundido la Junta de Andalucía ABC
Mario Flores

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Tras finalizar ayer la « feria de las ferias », esa en la que se solazan alcaldes, tenientes de alcaldes, concejales de cualquier cosa, gobiernos y oposiciones, secretarios, asesores, consejeros, técnicos, delegados, presidentes de diputaciones y un señor de barba que pasaba por allí, parecería lógico hablar hoy de Fitur y sus catetadas. Es lo que pide el cuerpo: dibujar el cuadro grotesco de cientos de « Pacos Martínez Sorias » que han acudido a Madrid con la gallina bajo el brazo y Chivi esquivando entre balidos el tráfico de la Gran Vía .

Pero la realidad se impone por encima de esa estampa risible para ofrecer el lado más antipático, desagradable y totalitario. La campaña que la Junta de Andalucía ha lanzado esta semana pasada bajo la consigna «No seas animal», se adentra aún más en la zona que queda tras la línea roja que las administraciones progres de España y toda una cohorte de modernos hiperconcienciados atravesaron hace demasiado tiempo. Esto se nos ha ido de las manos.

Recuerdan estas campañas a la actitud de desafío que adoptan muchos adolescentes en su afán de destacarse por encima de los demás adoptando en su atuendo, en su forma de actuar o en su vocabulario las formas más bizarras. Del mismo modo que un adolescente puede llevar los pantalones por debajo de las nalgas, el pelo pintado de rosa o un piercing en la punta... de la nariz, así nuestras administraciones públicas se han propuesto destacar por su osadía, su insolencia y su extravagancia.

El Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Andaluz de Juventud, en un alarde de desfachatez, pretenden hacernos creer con la campaña que nuestras calles están llenas de machos acosadores que piropean de manera constante a las mujeres acosándolas vilmente y haciéndoles la vida imposible «por el simple hecho de ser mujer». Esta última coletilla pretende erigir en verdad lo que no es sino un sofisma: que las mujeres, «por el solo hecho de serlo» son víctimas de todo tipo de tropelías protagonizadas por los hombres. Así, en general, sin discernir el grano de la paja, sin entrar en más análisis, a lo bruto, con letras gruesas.

Hace tiempo que la posverdad del machismo imperante en todos y cada uno de los recovecos de la sociedad ha tenido éxito en su difusión masiva. Esta «mentira emotiva» funciona a las mil maravillas a la hora de reivindicar la causa marxista en la que la desaparecida clase obrera ha tenido que dar paso, forzadamente, a esa otra nueva clase oprimida que es «la mujer» . Y todos se lo creen y abrazan la causa; nadie quiere perderse el tren de la modernidad y de la hiperconciencia . Es lógico que así ocurra, porque la irracionalidad emotiva moviliza muchas más pasión que un buen argumento lógico, que un dato bien desarrollado o que un análisis sosegado y racional de la realidad. La mentira, cuán cierto, es la que mueve el mundo.

No estoy dispuesto a tolerar más patrañas ni a tragar con que los hombres somos unos cerdos, unos pulpos, unos búhos o unos gallitos, animales con los que somos comparados desde la generalización en la histérica campaña promovida por la progresía neomarxista. Desde luego, si por ellos fuera, la raza humana se debería reproducir por esporas. Son tan incautos que ellos mismos terminan haciendo lo que censuran en otros: faltar el respeto y acosar.

Váyanse por donde han venido y dejen de insultar y de promover un nuevo orden totalitario donde tengamos que medir cada palabra, cada gesto, cada mirada, cada comentario,... Eso, y no otra cosa, es la ley mordaza de la que tanto despotrican.

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